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jueves, 12 de abril de 2007

MEMORIAS DE UN NIÑO LABRADOR

Mi padre había ido a Benavente a vender un saco de alubias y otro de garbanzos. Mis hermanas y yo éramos muy pequeños. Mi madre nos decía que era muy posible que por la tarde tuviéramos una gran sorpresa.
Sobre las seis de la tarde sonaron unos golpes en la puerta de casa. Mi madre dijo: ahí está, salir que es tu padre.
Salimos a la carrera hasta la puerta y nos encontramos a mi padre a lomos de un caballo muy grande. Allí, arriba, parecía un jinete de los de verdad o un enloquecido quijote, de tanta alegría como tenía.
- Qué bonito y qué grande. Dijo mi madre, totalmente emocionada.
- Halaa, pero si es muy bonito y muy grande. Repetía mi hermana mayor.
- Quiero subir, quiero subir, decía yo
- No, que eres muy pequeño y te puedes caer.
- Déjalo mujer, que vaya aprendiendo.
Mi madre me subió delante de mi padre, que me sujetaba con sus brazos.
- Arre caballo, y nos dimos una vuelta pequeña.
- Mercedes, que digo que ya que tengo la tarde perdida, me acerco a que lo vea mi hermano Bernardo, a ver qué le parece.
- ¡Arre caballo!. El equino parecía muy vivo y muy ágil. Yo, allí arriba, me sentía el niño más feliz del mundo, orgulloso de tener un padre tan listo como para tener un caballo como aquél.
Al llegar a la casa de mi tío mi padre, sin bajarse del animal, llamó a la puerta como había hecho en la nuestra.
-Manuela, Manuela, sal que son Vicente y el chico que vienen a enseñarnos el caballo que ha comprado ¡Qué grande y qué bonito! Parece percherón ¿qué tal se lleva?
- Una maravilla, es dócil, obediente y no se le notan vicios raros. Ya veremos qué resultado nos da. Para la noria y para arar cuatro cachos de tierra nos vale de sobra.
En esto que salió mi tía Manuela.
- ¡Vaya caballo más bonito y más grande!
- Ya lo dije yo. Añadió mi tío Bernardo.
- ¿A quién se lo compraste?
- A Antonio, el gitano de Benavente. Dijo que lo había traído de una Feria de ganado de Sevilla, que es de los que tienen para los coches de caballos para los turistas ¡Qué se yo!
- Pues si procede de Sevilla lo tienes que llamar Caracol, como el cantaor de flamenco.
Mi tío le miraba los dientes al caballo, la negra y larga crin, las patas, las herraduras, los traseros, el rabo con aquél penacho tan lacio y brillante.
-No parece muy mayor, debe andar por los catorce o quince años. Bueno, pues nada, que lo disfrutéis con salud y que haya suerte con él.
- Lo mismo digo, añadió mi tía.
-Arre, Caracol, que vamos a ver la noria de la tierra de La Medíana. Agárrate fuerte que vamos a darle un galope. Aquél caballo no corría, volaba. Como era tan pequeño iba bastante, pero bastante “afectado” de miedo.
Cuando llegamos a la tierra le pregunté a mi padre:
- Papá, ¿por qué tío le miraba los dientes al Caracol?
- Porque por los dientes se sabe si se es joven o viejo. Mira mis dientes, están algo desgastados y los tuyos están blancos y enteros, como recién estrenados. Mientras más desgastados estén más pronto me muero. Es ley de vida. Los dientes lo dicen todo.
- ¡Anda!... pues es verdad. Dije, pasándome la lengua por los dientes de leche ¡Qué listo es mi padre!

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