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sábado, 27 de febrero de 2010

XVII.- Cuando dos encienden del mismo fuego.

La simplicidad de los gestos, de los detalles observados, de los singulares pequeños actos, pequeños matices de la voz y de la mirada y mucho más allá que todo eso, está lo que se imagina uno, lo que se intuye, lo que se insinúa, lo que se dice sin decir, lo que cabe en manojos de silencios. Porque la señora Aguirre, como yo la llamo, está en la casa donde tengo una habitación alquilada, conmigo, acompañándome y teniendo una conversación.
La conversación. Conversar. El arte de hablar entre dos para entenderse y aprender el uno del otro y el otro del uno y así comprobar si realmente es posible el entendimiento, la comunicación y si el milagro se produce, es de justicia celebrarlo. Comunicarse conversando es la aventura más grata que existe. Si se alcanza el objetivo, puede aparecer la confianza, la amistad, la complicidad, el... No eso no.
- No te preocupes por las comisiones, los vales de gasolina y esos detalles. Si necesitas dinero dímelo y en unos días hablo con Personal y que te hagan la liquidación. Están haciendo una auditoria interna buscando céntimo a céntimo dónde demonios han podido ir a para los nueve mil euros que faltan de caja. Tu no te preocupes de nada. Cuando el médico te de alta te presentas a trabajar y punto. En mi puedes tener a una compañera, a una amiga. Ya hablaremos, pero tal vez, si te interesa, podrías sustituir al señor Alonso. Piensa en si tienes pretensiones de futuro en tu trabajo. Aunque no se si tienes en la vida como objetivo escalar posiciones dentro de la Empresa. La habitación, tu habitación, dice de ti, entre otras cosas, que podrías ser un gran artista si pudieras dedicarte a ello. Solo hay que verte con ese pelo en plan Einstein, la camiseta de Los Ramones, los vaqueros, las guitarras, ese cuadro, los dibujos... ¿Te duele el píe?
- ¿Me acerca un cigarrillo, por favor? - Pedí pensando en que a buenas horas pregunta por el píe. Mejor no tomarlo en cuenta.
La señora Aguirre se había quitado el chaquetón tres cuartos negro, de piel, y lo había colocado sobre el respaldo del sofá. Su jersey de lana brillante gris perla de pico, creo que de perlé, descubrió que debajo lleva una blusa de seda negra transparente. Sus tres pulseras de oro en la mano derecha y en la izquierda, un Rolex también de oro, un par de anillos más el de casada... y la gargantilla con cuatro corazones de oro simulando un trébol de cuatro hojas...
Al verla así, tan próxima, tan elocuente, con ese don, a veces admirable, de la labia, me hacía pensar en una gran actriz, en una belleza como Linda Evangelista, o Eva Mendes, o Aitana Sánchez Gijón, o qué se yo, la Marquesa de la Benamejí, interpretando el papel de marquesona.
En su cuerpo lleva, en oro y piel, fortuna suficiente como para alimentar durante un año a tres mil niños que, es posible, que en un par de días morirán de hambre. Me duele tanta exhibición de riqueza, tanta ostentación, tanta demostración de que le sobra el dinero y no sabe en como gastarlo. Me dan grima, orticaria, desazón, repulsión, las personas, hombres o mujeres, que se exhiben de esta forma tan obscena.
De buena gana la echaba de mi habitación, de forma educada claro, y que se fuera con viento fresco. El trabajo es el trabajo y en casa, un viernes por la tarde y lesionado como me encuentro, no se habla de trabajo, si acaso, lo justo y necesario. Fin de la conversación.
Se acerca con el paquete de Lucky Strike y el zippo en la mano y pregunta que si le doy un cigarro, que quiere compartir conmigo un momento, que si me importa que se quede hasta que deje de llover.
- Póngase cómoda, señora Aguirre. Me vendrá bien tener compañía.
Y entonces la distancia kilométrica que nos separa se convirtió en la que existe entre un cigarro y otro cuando dos encienden del mismo fuego.

viernes, 26 de febrero de 2010

XVI.- La inmensidad del desierto de mi tristeza.

A veces, uno mismo se pone sus propias barreras, sus propios impedimentos, sin darse cuenta uno, limita, inconscientemente, sus posibilidades de éxito. Por ejemplo, cuando veo un bonito reloj en un escaparate, pongamos por caso, un Omega de esfera negra, automáticamente dejo de pensar en él porque me cierro la posibilidad de que algún día pueda tener un reloj así. Es un reloj prohibitivo para mi. Fin de pensar en un reloj Omega de esfera negra.
Cuando la señora Aguirre, como yo la llamo, traspasó el umbral de la puerta, al sentir su perfume y el aire de su majestuosa presencia, me acordé del reloj Omega de esfera negra que nunca podré tener. Es inalcanzable como mujer, como hembra, como persona. Es demasiado sueño para un sueño.
Pero mi pie accidentado me impedía sostenerme con normalidad ya que un simple roce con el suelo, o con cualquier cosa, me hace ver mucho más allá que las estrellas y por ese motivo, supongo, la señora Aguirre dijo que me acompañaba a mi habitación para darme el sobre y hablar conmigo.
Ofreció su brazo para que me sostuviera mejor y yo se lo agradecí y del brazo suyo entramos en la habitación que tengo alquilada. Con sus botas negras de tacón alto resulta más alta que yo y su pelo tan negro y su chaquetón de cuero negro y su falda de cuero negra y sus ojos negros y sus uñas de las manos pintadas de negro y su cinturón de cuero negro, ancho con hebilla grande de plata, dejó claro que le gusta el negro. El cuero negro.
- Tienes una habitación muy bonita. - Comentó cuando me ayudó a que me sentara en la cama y con la pierna apoyada sobre un cojín en una silla. Se acercó a la ventana y asomada viendo el paisaje del Retiro, añadió que la vista le parecía impresionante, que ella vive en la calle Ibiza, que vaya casualidad que seamos vecinos, que desde su casa no se ve un paisaje tan precioso, que ese cuadro, mi cuadro, es impresionante, parece una salida de sol en un bosque de robles o de hayas, un robledal o un hayedo. Me gusta mucho ese cuadro. Vengo muy disgustada, me acaban de avisar. Tu jefe, el señor Alonso, ha tenido un accidente muy grave cuando iba camino de Pastrana para reunirse con su mujer y sus hijas. Está en el hospital de Guadalajara. No saben si podrá salir del coma.
- ¿El señor Alonso ha tenido un accidente de coche? - Extrañado, pero no mucho, porque esta mañana, cuando mi jefe miró mi cuadro, vio un accidente de coche. Tal vez, su propio accidente.
- Si, como te lo cuento. Se salió en una curva antes de llegar a Pastrana. Me ha llamado hace un rato el Sr. Yagüe, su jefe de negociado. Así que entre tu accidente de tobillo y ahora con este de coche del señor Alonso, es como para pensar si no habrá un conjuro, un maleficio, mal de ojo, contra la empresa. Tengo que tener cuidado. Vengo de dejar a mis hijas en el Cine Cité de Méndez Álvaro y he visto dos golpes de coches, aunque sólo de chapa. Con este tiempo no es extraño. Hace calor aquí.
- Póngase cómoda, si quiere.
- Es curioso, fumas Lucky Strike sin boquilla. Me trae recuerdos. Durante los años de Universidad fumé Chesterfield sin filtro, mi medio novio de entonces fumaba Tres Carabelas y un amigo especial, leonés, fumaba Bisonte. Esta habitación es como si fuera un mapa mundi donde hay algunas cosas que parecen mías. Tienes una buena colección de National Geographic, edición en inglés, como mi marido, ese zippo, esas púas, tantos cedés y ese cuadro es el bosque de mi infancia en Montejo ¿Quién lo pintó?
- Yo, señora Aguirre. Ese cuadro lo pinté yo.
- Me gusta porque tiene misterio, parece tener vida y como si se movieran los árboles y los reflejos de los rayos de sol. Según cómo se mire sugiere cosas distintas. Perdona si te molesta que cotillee tus cosas. Por cierto, a lo que venía, aquí tienes tu sobre.
En el sobre viene el dinero de la nómina. Faltan las comisiones y los incentivos. Siempre me tienen que chulear algo. No hay forma de que me paguen según mis previsiones y según lo pactado en contrato. Me dan ganas de sacar del cajón mi revolver y saltar la tapa de los sesos a esta emisaria, a esta husmeadora, a esta cabeza visible de la empresa donde trabajo, a esta cómplice, a esta chupadora de sangre de trabajadores como yo ¿La mato o la dejo?
Entonces su cabellera negra se deslizó sobre su cara y al hacer el gesto con la mano para retirar el pelo delante de los ojos y mirarme..., pareció resquebrajarse la inmensidad del desierto de mi tristeza...

miércoles, 24 de febrero de 2010

XV.- ¿A qué huele el Paraíso?

Y continúa Cortázar: “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre si, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio...”. Me deja desarmado un texto así y los muchos que contiene el libro.
Despertar de un sueño, como el que tuve, es odioso porque me estaba gustando y por lo que noto, también le gustaba a mi mejor amigo que está desesperado y se asoma brillante, implorando una caricia o mil. Pero no se puede ni se debe.
No suelo recordar los sueños cuando han pasado unos minutos, sin embargo, de este sueño con la adolescente asiática, me suelo acordar incluso varios días después y cuando se ha diluido y olvidado, renace de nuevo y ella, la adolescente sensual, me pide que la bese para que sepa lo que es besar un ángel de la tierra del Sol Naciente y lo pueda describir. A veces llego hasta el final y me despierto desbordado o a punto de desbordarme y en ese caso, es inevitable y solo con un ligero roce de la yema de mi dedo en medio de la boca, abierta implorante, que me pide que acaricie, que roce, me viene el alubión y me siento confortado porque la muchacha de Kioto me quiere.
Es grande el deseo e inmensa la necesidad. Ella es siempre el referente, el horizonte donde me asomo y la reconozco tal como era cuando vivimos los millones de besos y de orgasmos que fueron aquellos tres días y cuatro noches juntos, cerca del mar, donde la bahía se reflejaba para bañarse entre las olas. Ella es la que aparece en los sueños disfrazada de ángel de Oriente... y me hace sentir vivo y fuerte para luchar por el amor a mi mismo, porque, como decía la madre que ya no tengo, de la forma con la que te quieras, te querrán.
Debe ser cosa de este invierno pero ya se cansa uno de tanta lluvia, de tanta lágrima de las estrellas, de tanto llanto del cielo. Tal vez el pobre espacio ilimitado del Universo está harto de tanta sequedad en las almas de los hombres y nos manda abundancia de agua para que la repartamos entre los millones que tienen hambre y sed de justicia y de pan con queso, o con arroz, o con un poco de leche, o con un poco de miel, o un poco de... ternura y luz en los ojos de los que están ciegos.
La lámpara está deseando que la encienda porque la penumbra ya es negra como la boca de la noche, pero no. Quieto así. Piensa en ti. Piensa en lo que eres y en lo que te has convertido. La lámpara es buena compañera y me habla y la escucho y a veces, hasta discutimos. Menos mal que ya no bebo, porque cuando bebía, la lámpara se convertía en mi maldita enemiga y se movía y se movía y me volvía loco, porque mientras más bebía yo, más se balanceaba ella y yo la gritaba: quieta, quieta te digo, hija de tu madre y la lámpara venga va y viene y un día me dije: esta cabrona se mueve para avisarme de que la bebida no me sienta bien y, mano santa, dejar de beber y quedarse quieta todo fue uno. Suena el maldito timbre de la puerta.
Sin muletas ni nada, a la pata coja, me acerco y pregunto quién es sin haber mirado antes por el agujero de cristal.
- Soy Yolanda Aguirre. Pregunto por Abel ¿Es usted?
- Si señora, soy Abel.
Abrí la puerta y por un instante pensé en ser concreto y tajante, recoger el sobre que había quedado en traerme y que se fuera con viento fresco a cumplir eficazmente con su papel de Secretaria de Alta Dirección... que se fuera a lamer el trasero del Señor Director y de sus colegas de la Alta Administración de la Gran Empresa a la que representa... Pero lo pensé mejor y la mandé pasar.
Un perfume penetrante y una oleada de elegancia y estilo, me enredó en una nube de color fresa, semejante al algodón dulce que venden en las ferias y fiestas de la pequeña ciudad del norte, donde nací.
¿A qué huele el Paraíso?

martes, 23 de febrero de 2010

domingo, 21 de febrero de 2010

XIV.- Encarnizado ritmo que me desespera.

Últimamente me cuesta trabajo leer en condiciones. Con los libros muy buenos no puedo pasar de una línea, o párrafo, que me resulte especial, que impacte hasta dejarme grogui y con los que no son tanto, me da el sueño a la segunda página. Si leo: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. Me quedo releyendo y releyendo y me digo: dios mío, lo que me falta por aprender y enseguida me levanto y me pongo a dibujar. (Va por usted, señor Cortázar.)
Se me dan muy mal hacer las narices, y las manos y los pies y los tobillos y los senos y los perfiles y los frontales y los escorzos así que dibujo paisajes y se me dan mal las perspectivas y los cielos, y los caminos y los árboles y las marinas y las... por eso después de una o dos horas intentado dibujar o leer, me rindo y entonces viene el relax y veo una película de la lista y es: Kil Bill, o Persona... pero ahora tengo sueño.
Si pudiera elegir, una de las inquilinas sería una asiática, una japonesa, o china, o vietnamita, o coreana, que sea artista, que sea una especie de Yoko Ono, muy creativa, muy lúdica, muy experimental, muy vanguardista, muy contemporánea. Que venga de Kioto o de Shangai... Que tenga sonrisa asiática y me enseñe Arte, el Arte de su país... cómo son los jardines secos, y los tatamis, y los amaneceres junto al Fuji y cómo son los atardeceres juntos al río Yan Tsé y cómo suenan los instrumentos de cuerda y cómo sabe el sake y si pudiera ir... iría al pueblo de sus antepasados y escucharía las leyendas que hablan de los guerreros, de los samuráis y ¿Cómo son los besos de las mujeres sexys de Kioto? Y me responde una sonriente adolescente y me pregunta que si quiero probar y se me ofrece y cierra los ojos y me dice: ven, bésame y verás, y la beso y me quedo pegado a sus labios que son de chicle de fresa y saben a chicle de fresa como chicles Bazooca y toda la boca pegajosa y pegado miro a sus ojos y sus ojos están llenos de hormigas negras que se me pasan a mis ojos y me los refriego y me nacen hormigas que se me deslizan por el pecho en procesiones interminables y me llegan hasta el tobillo y entonces tengo una erección y digo dios mío no es un sueño, es real y el pie se mueve como independiente y se me escapa de la pierna y el pie se me va solo y pasea él solo por la casa y recorre los pasillos y le silbo como se le silba a un perro y el pie, obediente, vuelve a su sitio, se coloca, se encaja y noto humedad y me digo la japonesita de Kioto me ha seducido y me ha hecho sentir el más maravilloso orgasmo de mi vida y digo en japonés, sayonara, sayonara, sayonara, y me despierta el granizo que picotea los cristales de la ventana y al abrir los ojos me encuentro con la lámpara y miro a mi cuadro y me pregunto cómo se puede ver un accidente de coche en un cuadro pintado bajo los influjos y la influencia de los surrealistas y la influencia de Magritte y mi pie me duele y mi mejor amigo parece asomarse por encima de la cinturilla del pantalón Levis nº 5 como pidiendo que le haga un favor y le eche una mano.
Vaya tarde dios mío. Qué manera más absurda de perder el tiempo. Mi pie me duele algo y los dedos parecen estar algo morados. En cuanto pueda estudiaré todo lo posible sobre Arte Oriental. En cuanto pueda me pondré a estudiar la forma de aprender a describir el maravilloso efecto musical del granizo sobre los cristales. El Arte de la Percusión, el Arte del Tamborileo del Granizo Sobre los Cristales.
La penumbra oscurece las sombras de mi perfil y el ritmo del granizo envenena el ritmo de mi corazón. Encarnizado ritmo que me desespera.

sábado, 20 de febrero de 2010

XIII.- ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

En la calle debe haber salido el sol, porque la claridad de mi habitación es excesiva. La muleta que será la derecha, tiene una pequeña muesca, casi imperceptible, en la empuñadura. Si he de ser disciplinado lo seré. Muleta con muesca, la derecha, muleta sin muesca, la izquierda. Vamos allá. El pasillo se me hace larguísimo. No tengo muchas fuerzas. Soy grande, un poco alto y delgado, de esqueleto, pero pequeño en fuerzas físicas.
Al llegar a la segunda puerta del pasillo me vino el alubión de recuerdos menos apropiado para este momento. Desde los once años hasta los dieciocho, viví en un internado. Al principio, me pegaron algunos chicos. Todos eran más fuertes que yo. Todos. Un día descubrí que yo era mucho más fuerte que ellos y que podría con sus bravuconerías y machadas. Les podía con la mente. Les convencí, sin decir palabra, de que la verdadera fortaleza no está en los brazos o en las piernas. Les miraba a los ojos y bajaban la testuz como los bueyes. Mi vida en el internado... bombea mi corazón y se encharca de sangre negra y espesa. Un cuajarón me ahoga y se me salen las lágrimas. Pero no debo llorar. Nunca llorar.
Me gusta estar solo. Mi forma natural de ser es así. Me gusta estar con amigos y con algunos familiares, pero pronto me canso de todos. Prefiero la soledad de mi habitación, la soledad de mis paseos, la soledad de mi soledad. Regreso fatigado a mi cama y cojo un libro. He debido andar con las muletas, como pato mareado, catorce metros entre la ida y la vuelta y sudo como si hubiera cavado una zanja. Debo comer más jamón y chorizo, como decía mi padre muerto.
Si alquilan las habitaciones habrá mucho trasiego de gente, mucho movimiento de gente entrando y saliendo de la casa. Noticia buena: viene gente. Noticia mala: viene gente. No... Prefiero estar solo, siempre solo como están los muertos. En la soledad tengo la ventaja de no molestar a nadie y además ser el amo, el puñetero amo de mi territorio. Siempre que tuve a alguien cerca de mi, en cualquiera de los sentidos, siempre, fue doloroso.
No quiero que venga nadie. Absolutamente solo, como cuando la vi en la estación de metro con el cigarrillo en la comisura derecha de los labios...
- ¿Me das fuego, por favor?
- Claro. Coge mi encendedor. Fumas Chesterfield sin filtro. Creí que ya no quedaban.
- Toma coge uno. Si se buscan, se encuentran. Gracias. Bonito encendedor.
- Bonitos ojos.
Ella. Era ella y... ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

XII.- Domador de pensamientos.

Me he dado cuenta de que, como siempre estoy solo, cada día, de forma inconsciente, hago casi maquinalmente las mismas cosas. Cuando dejo descansar a la guitarra en su rincón, después de haber hecho una sesión de treinta y cinco minutos, aproximadamente, de tocar para repetir y repetir, haciendo dedos, escala tras escala, improvisando y repitiendo los mismos esquemas cada día, me dirijo hasta la mesa y del cajón tercero saco la cajetilla de Lucky Strike, sin filtro, cojo la caja de cerillas de palo y me acerco hasta la ventana.
Enciendo el cigarrillo, después que la cerilla se ha consumido la mitad y la primera bocanada, intensa, se la dedico al paisaje del Retiro que desde mi ventana se puede contemplar, como precioso cuadro de almanaque, a vista de pájaro.
Los colores de tonos amarillos, ocres, verdes, marrón intenso, y otros reinventados por la naturaleza, me transportan a cuando vivía en la pequeña ciudad del noroeste y tenía tantas cosas que ahora me faltan. Es el momento de fumar y de hacer brotar, de entre la maraña de humo del cigarrillo, el recuerdo de la que siempre está escondida en mi, de la que siempre aparece cuando miro el paisaje fumando mi cigarrillo de Lucky Strike. Ella fumaba Cherterfield sin boquilla... ella. Mejor no pensar para que no me sangre el alma.
A pata coja regresé hasta la cama y sentado contemplé las malditas muletas. No me queda más remedio que afrontar la realidad y poner los pies en la tierra. Tengo que practicar y en un par de sesiones, o tres, o cuatro, debo manejarme con las muletas y tratar de hacer una vida casi normal. Si otros lo hacen yo también lo haré.
En la silla de ruedas me acerco hasta las odiosas y según iba a coger la que será la de la derecha, suena el teléfono fijo del salón.
Es la señora dueña de la casa donde tengo una habitación alquilada. Pregunta, muy atenta, por mi pie y por cómo me encuentro. Se alegra de que vaya algo mejor y de que ya no tenga fiebre. Habla mucho, muy deprisa, con un ligero acento y algunos giros típicos de su habla argentina. Pregunta si ha llamado Marilina, la sobrina que le atiende las propiedades que dejaron alla, su marido y ella, y se muestra preocupada porque hace casi un mes que no da señales de vida.
Dice, también, que en la casa de campo, en Cercedilla, tienen varias goteras y que su marido no se atreve a subir al tejado. Se sienten obligados a quedar hasta mediados de semana porque el retejador del pueblo ha quedado en ir el lunes o martes a tratar de cambiar las tejas rotas y que para la primavera están obligados a reparar el tejado en condiciones.
Me avisa de que el domingo y el lunes aparecerá en El País, sección anuncios inmobiliarios, el que contrató para alquilar cuatro habitaciones a señoritas estudiantes universitarias o trabajadoras con contrato de trabajo fijo. Me pide que atienda las llamadas, tome nota de los nombres y de los teléfonos y que, cuando regresen ellos, llamarán a las que hayan habido para negociar y enseñar las habitaciones.
Quieren coger a cuatro chicas en habitaciones individuales. Dejarán la contigua a la del matrimonio sin alquilar para invitados.
Me dice que no me preocupe por la comida que necesite o por lo que quiera utilizar de la casa. Que ya haremos cuentas. Que esté tranquilo, que no haga esfuerzos con el pie, que descanse y que no me preocupe por nada.
A veces pienso más de la cuenta y así me va. Ahora me explico lo de las cerraduras en las puertas.
¿Por qué mis pensamientos me llevan al más allá? Debería sujetar las riendas de mi imaginación desbocada y convertirme en domador de pensamientos.