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miércoles, 30 de mayo de 2007

MI ADORABLE HIJO JUANÍN

Me han dicho que venga a verle, Doctor. Está mal Juanín, ¿verdad? Como le tengan que operar no sale. ¿Cómo voy a estar tranquila? ¿Sorpresa porque es muy joven? Lo único que deseo es que no sufra, al menos que no sufra, porque ha padecido tanto y tanto. Mi hijo del alma, usted sabe lo que es tenerlo así desde la infancia, con quince meses, porque estaba muy bien, muy activo, muy sonriente, muy listo y todo por una grastosquisis que degenera en parálisis cerebral. Casi veintidos años a base de Depakine y Acfol, haciéndose todo encima. Venga a limpiar y limpiar, que eso no me importa, porque soy su madre, y una madre hace por un hijo lo que haga falta, y es tan bueno, tan sensible, tan... es mi hijo ¿sabe usted? Y menos mal que desde hace unos años uso pañales, que antes era mucho peor. Hay que tener cuidado con las escoceduras, que no se haga llagas, muchos polvos de talco y pomadas y darle de comer a base de puré y triturados, porque mire usted, ni puede masticar el pobre, su única actividad de la cama a la silla y de la silla a la cama y menos mal que duerme bien, gracias a las pastillas, que está como sedado, no puede moverse ni cuando le baño por las mañanas y le reviso antes de acostarse. Ni tan siquiera en la cama, tal y como le dejo se queda. Le afeito, le lavo la boca, le corto las uñas, todo se lo hago yo, pobre hijo mío, si supiera cómo me mira, es una mirada tan tierna, tan sencilla, tan inocente, tan pura, que me desarma. Mas de una vez y de dos, tengo que ir a llorar para que no me vea y digo dios mío, pero... ¿qué mal hice para tener este castigo? Y así, día tras día, año tras año y ya va para veintidos. Mi adorable hijo Juanín, que se me muere. Y si ha de ser así que sea. Porque sé que sufre. Nunca llora, pero sé que sufre mucho. Sufre por mi. A veces se queda tan triste y tan desolado. Se aprieta las manos con tanta fuerza y con tanta rabia, no sé. Solo sé lo mal que lo pasa desde que tenía siete años, porque al principio ni sentía ni padecía. Y luego la gente, le llevo al parque pero en días que me imagino que hay pocas personas, o nos ponemos separados de los niños, porque le miran mal y dicen cosas entre ellos y eso duele mucho. Como se le cae la babilla, pendiente de él a todas horas. Acabo rendida. Entiende algunas cosas de las que se le dicen pero no puede expresarse, solo algunos ruidos guturales que sólo yo entiendo. Ya ve, yo sola a hacerle compañía en el hospital, nadie quiere saber nada. Mi marido no aguantó la carga y nos dejó a nuestra suerte. Menos mal que me las ingenio haciendo trabajos a máquina para clientes que me pagan bien. Le pongo a mi lado y venga a escribir. Tiene una pensión de 300 euros al mes y porque se la subieron a base de pelear con Asuntos Sociales. Y ahora se le presenta la rectorragia que ya me explicará a qué se debe y ya lleva tres operaciones. Una vez pensé en quitarnos de en medio, pero no pude. No le molesto más. Solamente una cosa, procure que no sufra, pobre hijo mío. Es tan bueno y podía haber sido tan guapo, que para mi lo es, pero con el problema del maxilar torcido tiene la cara deformada. Nadie sabe escucharme. Ha mirado usted el reloj tres veces, señor Doctor, que no soy tonta, aunque esté desesperada. Pobrecito mi Juanín, tendríamos que morirnos los dos.

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