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miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (VII)

Los segundos infinitos.

El sol se animó a salir y ahora resplandece, aunque corre una ligera y fresca brisa. Antes de recoger mi ligero equipaje de la habitación me asomo al ventanal que da a los patios. La señora Carver cruza ligera con el tabardo sobre los hombros, se dirige al establo de las vacas y la yegüa, pero, como si lo supiera, se detiene un poco y mira a ver si la miro, su cabello se alborota y le tapa los ojos, se lo aparta y está a punto de saludárme con la mano pero se contiene.
Retiro el folio empezado de la máquina de escribir y me dispongo a subir todo hasta la buhardilla cuando oígo un silvido bastante singular. En el patio la señora Carver me da la señal con sus manos para que baje.
- Corre, que la vaca nueva tiene fiebre. Tendremos que avisar al veterinario.
- No se preocupe, señora Carver. La vaca se pondrá bien y tendrá a su ternero, sano y salvo, sobre las ocho de la tarde.
Me acerqué a la vaca mientras, paralizada y pálida, la señora me miraba como se mira a un brujo o a un mago. Consciente de la situación traté de no exteriorizar demasiado mis conocimientos adquiridos y aprendidos de mi abuelo. Pasé las manos por cada uno de los cuernos de la vaca y comprobé que realmente estaban muy calientes y que eran la evidencia de que la vaca estaba pasándolo mal. Había intuído que el ternero nacería muerto, pero la amabilidad de mi patrona y su existencia tan llena de sobresaltos y preocupaciones, me parecieron suficiente como para tratar de cambiar el curso de las cosas. Froté con bastante rapidez cada uno de los cuernos de la vaca, pasé mis manos por toda la espina dorsal, el vientre, la ubre y los traseros del animal. Presioné con mis pulgares cada una de las costillas y en cinco minutos di como terminada mi sesión ritual, igual que había visto hacer numerosas veces.
- Mire, señora Carver, el ternero está medio atravesado y por eso la vaca tiene dolores que le producen fiebre. En media hora el ternero cambiará de postura y se pondrá en posición de salida. Creo que sobre las ocho tendrá el parto. En quince minutos la vaca dejará de tener fiebre. Ahora le pone un poco de alfalfa y a media tarde le da unos diez litros de agua caliente con unas cucharadas de sal y un puñado de orégano o de tomillo.
- ¡Qué susto! creí que se me moría la pobre vaca nueva ¿Estás seguro de que todo irá como has dicho?
- Casi seguro, por supuesto. Puede estar tranquila, señora Carver.
Al volver hacia la casa la señora Carver sacó un cigarrillo y dijo que me invitaba a fumar en la brigada que había en uno de los rincones de los muros de la casa. El sol nos daba de cara y sin nada de viento, era un placer estar allí.
La señora Carver se sentó sobre el tabardo y con los ojos cerrados tomaba el sol como si quisiera ponerse morena. "Este sol me da la vida"... fumaba despacio. "Tenemos que subir algo de leña para que no pases frío esta noche en la buhardilla. Hay que tener la chimenea encendida a partir de las nueve y así te dura el calor hasta el amanecer". Se desabotóno varios botones de su camisa de leñador y se echó el cuello hacia atrás dejando sus hombros y abundante escote al aire para recibir los rayos de sol. Yo, apoyado sobre la pared, admiraba las preciosas imágenes de postal que eran las montañas tan próximas, los pinares, los murmullos y los musicales sonidos de todas las aves. No podía quitar ojo de aquellos hombros y aquellos senos casi desnudos.
- La vista es maravillosa, señora Carver.
- Lo es, James. Si todo va bien haré de este lugar una gran Residencia para viajeros y turistas. No será fácil porque a una mujer sola todo se le vuelven trabas y dificultades. Pero tengo el sitio, tengo el paisaje, tengo el clima, tengo tantas cosas... Ahora me preocupa el ternero. Si todo va bien esta noche lo celebramos, ya se verá lo que invento.
Entre los dos subimos varios troncos de leña y algo de paja hasta la buhardilla. En la escalera no pude evitar mirar el culo tan bonito que los tejanos le hacían a la señora Carver. Al llegar arriba, casi sudorosos en el momento de poner la leña dentro de la rejilla de hierro, como lo hicimos los dos a la vez, nuestras cabezas se tocaron, sin embargo ninguno dijimos nada, nos limitamos a tocárnos como para colocarnos el pelo.
- Con ésta hay bastante para la primera noche. Bueno, vamos a hacer la comida que el bacalao nos espera y tendrás hambre.
- Claro que tengo hambre, no se puede imaginar el hambre que tengo.
Pensé más cosas pero no las dije ¿Los segundos... son infinitos?

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