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viernes, 26 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (VI)

La camisa de leñadora.

La señora Carver me cuenta todas sus cosas, toda su vida, sin que yo apenas de lugar a ello. La escucho porque me gusta su forma de expresárse, su palabra es clara y concisa y la expresividad de su rostro acompañada del contínuo movimiento de sus manos hacen que la vea como si fuera una actriz que representa su papel en el escenario de un gran teatro donde soy el único y privilegiado espectador.
- En esta chimenea siempre había leña ardiendo, siempre había calor, siempre teníamos una historia que contar, que escuchar o que inventar ¡Si la chimenea hablara!
- ¿Qué diría, señora Carver?
- Diría casi una vida de mujer desde hace años, aquí estudiaba, aquí hice el amor por primera vez, aquí engendré a mis hijos, aquí enloquecí de amor y pasión, de cólera y ternura, de dolor e infierno, aquí me hice día a dia, desde los dieciocho hasta hace dos años en que falleció mi marido y toda la estructura de mi vida se vino abajo. No quiero ponerme a llorar como una tonta delante de un estraño ¿Sabes una cosa? dejé de fumar hace casi cuatro años y ahora en éste instante me gustaría fumar un cigarrillo ¿ tienes?
- Si, señora Carver, fumo poco, pero fumo. Me gusta llevar tabaco y encendedor pero me resisto lo que puedo.
- ¿Me das un cigarrillo, por favor?
- Claro que si. Le regalo este paquete ya empezado, en la maleta tengo más.
A la señora Carver se le iluminó el rostro mientras acaricíaba la cajetilla y su papel de celofán. Sacó un cigarrillo y lo puso en su boca, se quitó el tabardo de cuero gastado, los zapatos y se sentó en la alfombra. Observaba el paquete con delectación y dijo:
- Nunca había fumado de ésta marca, Royal Crown, pero no encenderé el cigarrillo si no fumas también. No me gustaba fumar por rutina, por costumbre, me gustaba hacerlo en compañía y degustando el humo, fumar como celebrando un rito, algo así como hacían los indios cuando fumaban la pipa de la paz. Me quitaré el jersey mientras acercas el cenicero y me das fuego.
La señora Carver no dejaba de sorprenderme. Acerqué el cenicero y me senté al estilo árabe junto a ella. Fumaba aspirando el humo y soltándolo despacio, muy despacio, a veces lo cortaba con los dedos y trataba de hacer figuras.
- Un día mi marido llegó medio borracho a casa. Llevaba una larga temporada que se pasaba un poco con la bebida. Le dije que si seguía así se convirtría en alcohólico y que no estaba dispuesta a pasar por eso. Los dos fumabámos demasiado hasta extremos inconcebibles. El me respondió que no podía dejar de beber así de repente, como tampoco se podía dejar de fumar. Le respondí que se podía, era cuestión de decisión, le dije mira, aquí tienes la prueba: acabo de dejar de fumar, le di el paquete y no he vuelto a fumar hasta ahora. Dejó de beber en veinte días, pero lo dejó.
La señora Carver se quitó el jersey y lo puso a un lado, dió una profunda calada al cigarrillo y trató de disimular una lágrima. Su camisa de leñador era de cuadros rojos, le quedaba algo pequeña por lo que le resaltaba sus pechos. Me gustaba imaginárla, sin camisa, sin nada. Pero, no obstante mis niveles de pensamientos superaban la realidad ¿Se merece que el ternero nazca muerto como está previsto?
- Señora Carver, le puedo pedir una cosa?
- Claro, pide lo que quieras.
- ¿Me deja que mi habitación sea la buardilla?
- Si hombre, cuando quieras sube tu equipaje. Después de comer le damos un repaso de limpieza y ponemos ropa limpia en la cama. Pero procura no mover las cosas de su sitio, puedes mirar lo que quieras pero dejándolo todo como está. Mañana la señora que me ayuda que se pase la mañana limpiando y ventilando todo esto, que falta le hace
- ¿Fumamos el último y nos ponemos con la comida? Antes tenemos que dar una vuelta por la cuadra para ver a la vaca nueva.
- Hace, señora Carver.
Sobre la chimenea hay dos trabucos enormes de principios del XVIII que, junto a dos puñales, forman un conjunto decorativo en forma de X. La cruz de San Andrés. Una X. Mal asunto, pensé.

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