FRÍO EN LOS HUESOS
Tengo frío incrustado en los huesos
y tiemblo hasta en la tregua del estío.
Es un lamento que congela de rabia
y opresión la injusticia y el espanto.
¿Quién me abriga las heridas de las noches
y me sacia la sed verdadera de lo razonable?
Necesito alimentar de fuego mi interior
asediado de dantescas imágenes de infierno.
¿Cuántos muertos caerán hoy en las crónicas
y cuántos que jamás dicen los que lo saben?
El sufrimiento de las madres por los hijos
y de los hijos por las madres que tanto sufren.
¿Todo ese humo negro y pestilente que asciende
y se disuelve, no avisa a los porteros del cielo?
Están ciegos los que disparan y nunca aciertan
con lo que verdaderamente hay que fulminar.
¿Y la niña que llora de pie junto al zapato
solitario que queda de su padre o hermano?
Tan solo un zapato en medio del charco,
certeza de que hubo un cuerpo con dos.
Se quema la palabra en la comodidad
del teclado que arde impotente y solitario.
El mundo oprime las paredes del corazón
y queda un frío encastrado en los huesos.
Soy asiduo de museos y catedrales,
sin pensar en la muerte que destilan.
¿Será mi vida tan inútil como la herida
que cura la esponja de vinagre?
¿Dónde está la palabra que pudre al alfabeto?
y tiemblo hasta en la tregua del estío.
Es un lamento que congela de rabia
y opresión la injusticia y el espanto.
¿Quién me abriga las heridas de las noches
y me sacia la sed verdadera de lo razonable?
Necesito alimentar de fuego mi interior
asediado de dantescas imágenes de infierno.
¿Cuántos muertos caerán hoy en las crónicas
y cuántos que jamás dicen los que lo saben?
El sufrimiento de las madres por los hijos
y de los hijos por las madres que tanto sufren.
¿Todo ese humo negro y pestilente que asciende
y se disuelve, no avisa a los porteros del cielo?
Están ciegos los que disparan y nunca aciertan
con lo que verdaderamente hay que fulminar.
¿Y la niña que llora de pie junto al zapato
solitario que queda de su padre o hermano?
Tan solo un zapato en medio del charco,
certeza de que hubo un cuerpo con dos.
Se quema la palabra en la comodidad
del teclado que arde impotente y solitario.
El mundo oprime las paredes del corazón
y queda un frío encastrado en los huesos.
Soy asiduo de museos y catedrales,
sin pensar en la muerte que destilan.
¿Será mi vida tan inútil como la herida
que cura la esponja de vinagre?
¿Dónde está la palabra que pudre al alfabeto?
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