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lunes, 2 de julio de 2007

MEMORIAS DE UN NIÑO LABRADOR

Cuando se es niño la figura del padre es la de un dios. Mi padre dijo que si hacía bien la suma iba mañana con él a Benavente. La cuenta era muy difícil, con muchos nueves, ochos, sietes y doce o trece sumandos. Mientras mi padre daba pienso a las vacas le pedí ayuda a mi madre y la operación quedó perfecta. La alegría y emoción que me embargaba, por el hecho de ir juntos a la ciudad, me hizo pasar la noche con sueños fantásticos y nervios de comerse las uñas. No te sueltes de mi lado ni un momento, que Benavente es muy grande y los Jueves hay mucho gentío. Como te pierdas, ¡te hundo!. Al montar en el autobús de línea de la “Empresa Vivas” pegué los ojos a la ventanilla y no perdía detalle del paisaje y de todas las cosas. Papá, papá, los postes de teléfono corren tras nosotros. Mi padre y los que me oyeron se reían. No hijo, no. Los que nos movemos somos nosotros que vamos en el autobús. Aún hoy, cuando viajo, los postes se mueven y corren tras de mi. Mi padre dijo que este mundo se divide en dos: los que leen el periódico y los que no. El señor del sombrero que lee el “Arriba”, es el Farmacéutico, la señorita que está detrás de él y que lee el “Proa”, es la Maestra de Villamandos, y ese de ahí al lado es el Señor Cura de Toral de los Guzmanes, que va leyendo “El Heraldo de Zamora” ¿Y el que va detrás leyendo un libro? Ese es Mati, el Listo. Ha leído tanto que se le ha pasado la cabeza y dice cada cosa que se nota que no está bien de la chilondra. Ahora le ha dado por decir que la Luna será conquistada y que las ovejas se pueden duplicar y hasta triplicar. Al llegar a Benavente no me soltaba de la mano del padre, para no perderme. Entramos en “La campana de Oro”, tejidos y novedades. Se compró paño de muy buena calidad para hacerse un buen abrigo. Con su simpatía y labia, la dependienta le regaló una corbata muy bonita y un calendario con trece cuadros de veleros ¿Ves? El que no llora no mama. Con el paño que compró mi padre, fuimos al mejor sastre para que le hiciera el abrigo. “Sastrería Ortiz”. Me dieron caramelos y cinco galletas María. Estaba muy contento y asombrado con la habilidad que tenía mi padre para hacer amigos con todo tipo de gente. Como quedaba tiempo antes de regresar al coche de “Vivas” que nos devolvía al pueblo, fuimos a ver la fábrica de ladrillos “Otero”. A mi padre siempre le hablaban y le dejaban entrar en todos los sitios porque era muy agradable. La fábrica era inmensa y destacaba el gran horno y la altísima chimenea. Tu fijate en todo y aprovecha para cuando seas mayor. Al día siguiente, pasada la emoción del viaje, mi madre me mandó llevar la comida a mi padre que estaba regando la remolacha que tenía sembrada en la tierra del Río Chiquito, muy distante de nuestra casa. Por el camino, escondido entre los juncos, vi un trozo grande de periódico. Miré a un lado y otro del camino y como no me veía nadie, lo cogí con mucho cuidado. Casi media hoja de “El Caso”. Por un lado daba una noticia de un crimen “pasional” que yo no sabía que era eso, de un hombre que mató a otro y a la novia que había sido antes del asesino, pero ya no. Se hablaba de mucha sangre y muchas cosas que no entendía bien. Luego lo leeré mejor, me dije. Le di la vuelta y... la otra cara estaba llena de mierda porque lo habían usado para limpiarse el trasero. Me fijé bien entre los juncos y efectivamente, allí estaba el gran mojón de un marrano o marrana, que nunca se sabe. Dado que el papel estaba perfectamente seco, lo doble bien doblado y lo metí en el bolso del pantalón. Mi padre me esperaba a la sombra de unos chopos. ¿Cómo has tardado tanto?, que no vales para nada, que mira como trae la sopa toda “arramada” por el serillo, ¡no sabes ni traer la comida!. Rompí a llorar. No llores, que los hombres no lloran. Voy a dormir la siesta, cuando la sombra llegue donde aquella zarza me despiertas. Al ver que mi padre estaba dormido, cogí mi tesoro un poco sucio y con unas hierbas en la reguera del agua, limpié bien la parte manchada, con mucho cuidado para que no se borraran las letras. Lo puse a secar al sol pero en un sitio apartado para que mi padre no lo viera. Entre unas cosas y otras se me olvidó despertarle. Cuando lo hizo y notó que la sombra había sobrepasado la zarza, me dio unos buenos tortazos en toda la cara. Vuelta a llorar y mi padre me parecía menos dios. Después de un rato y cuando se fue a ver cómo iba el riego, cogí el periódico y lo pude terminar de leer. Por la otra cara ponía que había sido victima del timo de la estampita un señor de un pueblo de Ávila, que había ido a Madrid a ver a un hijo que se acababa de casar y le llevaba dinero, parte de la cosecha de patatas. Casi la mitad del trozo estaba ocupada por un anuncio de camiones Barreiros. Mi padre, todo enfadado, me mandó para casa andando y no te vuelvo a llevar a Benavente, porque no vales para nada. Cuando llegué a casa, mi madre me dio unos besos y me dijo que es que tu padre es así, tan pronto te adora como te odia. Que hay que saberlo llevar. Durante la cena se me ocurrió decir que los mejores camiones que había eran los Barreiros. Mi padre todo serio dijo: Mercedes, cuando pase Goyo el cartero, le dices que traiga periódicos atrasados, que los deja casi por nada o le das unas lechugas, así tienes para envolver los bocadillos y para que los lea éste, a ver si se le quita la costumbre de coger los papeles que encuentra por la calle y por los caminos, que atropa hasta los “cagaos”. Mi padre era muy listo pero... todo había cambiado de la noche a la mañana. A peor.

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