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lunes, 25 de junio de 2007

LA AMIGA NUEVA...

...CON CAMISETA BALCÓN
No es prudente ser impulsivo y decir lo que se piensa o se siente ante cada persona o situación, sin peligro de ambivalentes consecuencias. Se celebraba un Congreso Internacional al que acudimos unas docenas de Delegados y Delegadas, procedentes de todas las Comunidades y de Argentina, desconocidos entre nosotros. El acto que nos reunía empezaba a las seis de la tarde por lo que, desde el momento del desayuno, aún quedaba tiempo para ir confraternizando unos con otros. Llevábamos en la solapa el distintivo de la Organización donde figuraba nuestro nombre y procedencia. Con un vaso de zumo en la mano y un cigarrillo en otro, casi me tropiezo con una atractiva mujer más joven que yo ¡Cuidado Lucía, que te quemas! ¿Cómo sabes mi nombre? Fácil, lo llevas escrito ahí, en la camiseta. Es cierto, ni me había dado cuenta. Encantada, Abel. Me dio su mano y pidió que le invitara a un cigarrillo. ¿Damos un paseo? a la gente no le gusta que fumemos. Mi marido me lo tiene prohibido en casa, así que me desquito de todo cuando salgo de Congreso. Destacaba su elegante figura y sobre todo sus espectaculares pechos. El escote de su camiseta dejaba al espectador un balcón lleno de preciosas vistas y sugerencias infinitas. No tardamos ni veinte minutos en darnos cuenta de nuestra situación profesional y personal similares, por lo que nos contamos nuestra vida, el uno al otro, como si nos conociéramos de siempre. Compramos un refresco de lata y salimos a dar un paseo por un parque cercano al hotel. Compartimos la coca-cola y varios cigarrillos. De repente por impulso que me debe venir de los ancestros, ya que no es la primera vez que me pasa, se me subió la fiebre de ir a la “acción”. Así que le dije que tenía ojos esmeralda, como de gata ¿Te gustan mis ojos, Abel? Me encantan, tienes una mirada tan seductora y tan de fuego que no he podido reprimirme. A las tres o cuatro frases sobre el trabajo le dije que tenía unos labios y una boca muy sensuales. Entre risas y poniendo cara de loba, dijo que eran para “besarte mejor”. Regresábamos los dos al día siguiente para nuestra procedencia y quedaban menos de veinticuatro horas para compartir amistad y Congreso. De una manera u otra había que darse prisa. Bajando la mirada a su escote pregunté que si eran muy sensibles. Sin ruborizarse contestó que a veces demasiado, que estaba muy orgullosa de lo que la madre naturaleza le había concedido y que le gustaba lucirlo con ropa atrevida, que no lo podía evitar. Era parte de su forma de ser. Esta noche para la cena me pondré un vestido con escote palabra de honor, sin nada debajo. No pude contenerme y atrayéndola hacia mí, tirando con los dedos del escote de su camiseta, abrí todo lo que daba de si y no pude por menos que exclamar: “¡qué maravilla!”. Si te portas bien pueden ser tuyas. Enséñamelas ahora. Vale, pero solo un poco. Hizo el gesto contrario al que yo podía pensar y cogiendo la camiseta por debajo se levantó todo, arrastrando hasta el sujetador y diciendo: chín-chín. Ya está. Sus enormes y turgentes pechos quedaron a mi vista pero sólo fracciones de segundo. No insistas ni lo pidas más. Si decido que sean tuyas, lo serán y lo otro también, con todas las consecuencias. Ahora ayúdame a ensayar el discurso de esta tarde y yo te ayudo con el tuyo. Así se fraguó una preciosa amistad, tan preciosa que nunca jamás volví a saber de ella. El recuerdo de aquel Congreso y de Lucía permanece. Eternamente.

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