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miércoles, 12 de septiembre de 2007

LA TORTILLA DE PATATAS (I)

Una buena tortilla española para cuatro, con dos patatas grandes y dos medianas tengo bastante. El mejor cuchillo para estos casos es, precisamente, el más antiguo de todos. Llevará con nosotros como treinta años y con una buena afilada de piedra de esmeril para guadaña, chis, chás, chis, chás, cuatro o cinco veces por cada lado y mano santa. Corta que se las pela, nunca mejor dicho. Para dejar la patata bien limpia yo uso el método de mi padre para pelar las naranjas. Aquello si que era gracioso. Se ponía mi padre con su navaja de cachas de hueso y con la naranja en la mano. Esta navaja corta como una barbera, decía. A ver, ¿quién quiere el collar?, yo, decía María Jesús, que era la pequeña, yo, decía Mercedes, que era la mayor y yo decía... yo también lo quiero y todos se reían porque los chicos no se ponen collares. Pues no me importa que sea chico, también quiero el collar. Mi padre pelaba la naranja como los ángeles. Seis ojos como platos observando su habilidad. Por fin, conseguía pelar la naranja de una sola tira de monda. La levantaba bien alto y decía: a ver cómo te queda María Jesús y ella se lo ponía toda orgullosa ¡Precioso! Decía mi padre. A ver Merceditas, y se lo ponía a ella: ¡Una maravilla! Y a ver tú, envidioso, y me lo ponía a mi alrededor del cuello y todos se reían: ¡Parece una chica, parece una chica! Yo, de tanta rabia como me daba cogía la tira de piel de naranja y la partía en treinta cachos y me la comía. Las hermanas se enfadaban, porque en aquellos tiempos hasta la piel de naranja estaba bien rica y querían comer su parte. Todo para mi, por haberos reído. De la naranja no nos preocupábamos. Lo que importaba era el collar. Pues así pelo yo las patatas. Un día, estaba de vacaciones de Navidad y me dice César el vecino de mis padres: tengo que hablar contigo sobre tu madre. Como están aquí solos y vosotros cada uno por su lado, lógicamente no os podéis dar cuenta de lo que les pasa. El caso es que tu madre no está bien. Ya la podéis llevar al médico urgentemente, porque la mujer no está bien. Joder, se me están cayendo las lágrimas. Tu madre, sobre las nueve lleva, como ya sabes, los cuatro cántaros de leche atados entre sí con una cuerda y montados en el carretillo. Hace, tres, seis, nueve meses, el tiempo que sea, vaya, lo llevaba como una pluma. Ella siempre puntual a la hora de llevar su leche al camión que la recoge, en la carretera, frente a la cafetería de Enriquito. Pues la llevo observando unos días, y por eso te lo digo, y tu madre no es la misma. Cada cuatro pasos tiene que parar a coger aliento. No puede con el carretillo y los cuatro cántaros de leche. Así que antes de ayer mismo se lo dije, Mercedes, tu no estás bien. Que si estoy bien, que me dijo el médico que sería cosa de un catarro. Y no es cosa de un catarro y ella lo sabe. Por eso te digo que la llevéis al médico antes de que sea tarde. El trago más amargo de mi vida. Me lo dijo César el día después de Navidad. El cinco de Enero, víspera de Reyes, mi madre estaba en el hospital, ingresada para operarse de un cáncer terminal. Un sufrimiento indescriptible durante seis meses para la pobre mujer hasta que se murió un día de Junio. Bueno, ya están peladas las patatas. Ahora las lavo bien lavadas y las seco como dios manda. Me cago en la leche puta ¿Por qué me tuve que acordar de esto?

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