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jueves, 17 de enero de 2008

HAIKU PARA EL 17 DE ENERO

“Pequeñas luces
sobre césped nocturno.
¡Mis luciérnagas!”.

Había un gran caserón en la plaza de mi pueblo. Tenía más de diez ventanas y un gran balcón. Una vez pasábamos por allí, mi padre y yo, montados en el caballo ¿Esta casa grande de quién es? De Las Médicas, contestó mi padre. Gente muy rica que vive en Madrid. Otro día pasábamos por el mismo lugar y observamos que todas las ventanas y el gran balcón, estaban abiertos de par en par. Se nota que llega la primavera. Saturnina, la guardesa de la casa, ha puesto a ventilar los salones. Pronto vendrán Las Médicas a pasar el verano. Poco días después, camino de la escuela, me asomé a una de las ventanas que estaban abiertas de aquel caserón. Como pude me alcé sobre mis pies y con mi cabecita entre las rejas pude observar el interior de un gran salón. Aquello era una novedad fantástica para mis inocentes ojos. Grandes cuadros de pinturas al óleo, grandes espejos, grandes lámparas de araña en los techos artesonados, grandes librerías llenas de libros muy gruesos y perfectamente encuadernados en piel. Los muebles estaban tapados con sábanas y retales blancos. En el centro del salón había un piano, de media cola, precioso. Aquel piano fue el primero que vi en mi vida. Pocos días después pasaba con mi padre en el caballo. Papa, ¿sabes una cosa?... en esa casa tan grande hay un piano. Claro, ¿cómo no lo va a ver? Una de las hijas de Las Médicas, es pianista muy famosa y da conciertos por todo el mundo. Fíjate como será, que sale hasta en los periódicos, pero a su pueblo ni lo nombra. Cuando vienen, en el verano, dan grandes fiestas para los Marqueses de Belvís, la Condesa de Romanones, el médico, el alcalde, el farmacéutico y gente que viene de Madrid, León y Benavente. Menudas juergas que deben preparar. Ahí hacen hasta baile para ellos solos. Cuando llegó el verano y vinieron las dueñas de la casa estaba pendiente del piano. Me asomaba a través de la reja y me quedaba mirando, fascinado, el teclado y toda la estética del instrumento. Una vez, al pasar, lo estaba tocando la pianista, pero la ventana estaba cerrada y con los visillos completamente pegados a los cristales. Hice esfuerzos para ver a la señorita tocando. No pudo ser, pero me quedé durante un buen rato, sentado junto a la ventana escuchando ¡Qué maravilla! Aquel piano sonaba como los ángeles. Al llegar a casa, le dije a mi madre que quería tener un piano y me contestó: Cuando ganes para él, lo compras. Nosotros somos pobres para pensar en pianos.

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