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jueves, 17 de enero de 2008

VOY A ENCENDER UN INFIERNO

A ver si lo digo con claridad:
Nunca tuve un invierno tan frío y antártico.

Los aledaños de mis patios son escarcha,
los perfiles de los aleros tienen carámbano.
En los charcos las aves juegan a patinar
y en el alfeizar los tiestos se hacen marrón oscuro.

Todo el frío se incrusta en los huesos como alfileres
y me pincha el tuétano como si fueran navajazos.
Es un frío como no hubo jamás y aquí me tienes,
sin una triste hoguera, ni un beso que llevar a la boca.

Más claro imposible:

Tengo frío. Un frío ancestral e inolvidable,
de cuando niño de pantalón corto en la sementera.
De cuando el brasero sobre la sábana,
de cuando succionaba sol junto a la tapia.

No hay forma de ahuyentar frío tan intenso,
ni de alejar de mi interior tanto témpano.
Tengo invierno en los atómos del corazón
desde mucho antes de haber nacido.

La carta de ayer dice que ya no me quiere,
que me distraiga pensando en otras cosas.
Salí hasta el río y noté destellos helados
entre las estrellas y un iceberg adornaba la luna.

A ver si lo puedo explicar claramente:

Me estoy quedando como estalagtita translúcida,
que gota a gota congela mis genes de hombre.
Me estoy convirtiendo en mascara helada,
sin un ápice de calor entre mis poros.

Será mejor encender un infierno.

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