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jueves, 20 de noviembre de 2008

LA SEÑORA CARVER

Coloqué mi máquina de escribir Erika, negra y brillante, sobre la mesa y abrí la maleta. No tenía ganas de colocar la ropa ni mis utensilios de aseo. Realmente me sentía cansado, con necesidad de dormir un poco y recuperar fuerzas. Un portazo y los pasos en la escalera, indicaba que la señora Carver salía de casa. Con ligero movimiento de los visillos de la ventana me asomé. Llevaba botas de agua, verdes, de caña alta y tejanos. Un tabardo de hombre de piel gastada y gorro de lana negro, decidida a sus faenas, en la mano debía llevar un par de guantes de trabajo. Como por intuición me aparté, antes de que ella me viera, cuando volvió la cabeza y alzó la mirada a la ventana de mi habitación. Creo que ha visto temblar los visillos. Es fuerte, me dije.
Me tumbé en la cama vestido, sin los zapatos, cerré los ojos y me dejé llevar. No quería pensar en nada, así que me fué fácil dormir. Quince minutos, apenas quince minutos, me desperté y relajado, me dispuse a empezar la primera parte de mi vida nueva. Al ver la máquina Erika sobre la mesa, se me ocurrió poner un folio y escribí: "LA SEÑORA CARVER".
Me acerqué a la ventana. Parece que la niebla se disipa, en el cielo, entre nubes plateadas si adivina el sol, se intuyen los perfiles de los montes y en la calle hay ruídos de actividad.
El espejo me hace compañía. No quiero afeitarme ni cortárme el pelo, no quiero pensar en la chica del tren, ni en Nadine. La puerta de la habitación está cerrada con llave desde fuera. Tengo que hacer una lista de lo imprescindible. Las tres novelas más los cinco libros de consulta, bien colocados a la derecha de la máquina. El walkman y los cuadernos con los lápices, a la izquierda. Los zapatos están sucios, la camisa sucia y las uñas descuidadas. Necesito un traje nuevo y ropa de abrigo. Compraré un buen jersey de lana y pantalones de pana marrón. No muy lejos habrá un río, tengo que buscar mi ruta própia para perderme entre los pinos y los riscos. Hoy será mi día de domingo aunque es martes, tengo que arreglar el asunto de las y de la ropa con la señora Carver. Doy por hecho que en el alojamiento incluye las comidas y lavar la ropa, de lo contrario no me interesa, resultaría caro. Dostoiesky, Dostoieski. La habitación tiene veintidós pasos de ancho por treinta y siete de largo. Del suelo al techo cerca de tres metros. La lámpara es de bronce con seis brazos, pero sólo lucen tres bombillas de vela. Las mantas de la cama no bastan, necesito otra más al menos. Las 8,49. Los últimos tres meses fueron frúctiferos gracias a los consejos del Rector. Si me dan la plaza para el próximo Septiembre, alquilo una casa que me permita tener huéspedes, al menos dos o tres estudiantes ¿Cuándo será el día que me sienta curado? Nadie sabe lo que es éste tormento. Forma parte de mi y nadie tiene por qué saber. Cosa mía, únicamente. Nunca más beberé alcohol. La máquina de escribir... parece gritar y la música interna del aire que respiro parece gritar: "¡Tu puedes, tu puedes!" y mi impulso parece gritar, pero me contengo. Contenerse siempre. Mal asunto. Me ha encerrado como si fuera un delincuente. No se ha dado ni cuenta de lo que ha hecho. Habría sido más elegante que me hubiera invitado a acompañárle o que me hubiera dicho que la esperara abajo, junto a la escalera, incluso en la calle, más allá de la cancela, junto al buzón herrumbroso. No ha estado bien, señora Carver y usted lo sabe. Me limpiaré mis Martinelli, de imitación, claro.

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