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sábado, 15 de noviembre de 2008

"LA SEÑORA CARVER"

Temprano llegó el tren a la solitaria y destartalada estación de un pueblo del norte. La niebla no dejaba ver la dimensión de las calles ni de las cosas. Un cartel fluorescente de tonos verdes y rojos hacía destellos intermintentes. "Bar el Oasis". Entré a tomar algo caliente y el soñoliento dueño se afanaba con el tintineo de las tazas y los vasos en el fregadero.
Con mi ligero equipaje, mi carrigan verde y mi borsalino gris, al lado de la mesa, donde a pequeños sorbos tomaba un café con leche, ligero de café, muy caliente, sin pensaba en nada. En el calendario, el paísaje de una casa de leñador en medio de montañas coronadas de nieve, un caballo pastaba en un prado limitado por una pared de menos de un metro a base de piedras y un cielo azul con vetas rosáceas. El viejo reloj de pared marca las 6, 45 de la mañana.
- ¿Quieres algo de comer?
- No señor, está bien así. Necesito habitación donde alojárme por una temporada, ¿podría informárme?
- En la casa de la señora Carver es posible que te puedan hospedar. Ayer vino por aquí a poner aviso de que alquila una habitación y la tuve que decir que no convenía. Según la Ley de Hospedaje, sólo pueden alojar viajeros los Hoteles que declaran como tal. Dije, no te preocupes mujer, si sé de alguien, te lo envío. El hotel queda a dos manzanas de aquí pero es mucho más caro.
- ¿Donde vive la señora Carver?
- No tiene pérdida. La casa de las afueras. Si vas ahora te podrá recibir, madruga mucho.
- Muchas gracias, iré a preguntar. Ahí le dejo lo del café.
La niebla en la calle aún era más espesa que hace quince minutos.
No fué dificil localizar la casa de las afueras. Un decimonónico caserón con grandes espacios alrededor de la valla detrás del edificio. Junto a la cancela un buzón de latón, despintado y lleno de abolladuras indicaban: "Señora Carver".
Pulsé el timbre y esperé mientras observaba los alrededores. El humo gris oscuro que salía de la chimenea del tejado de pizarra indicaba que la señora ya estaba con sus faenas.
- Buenos días, perdone por la hora tan temprana, me han dicho que alquila una habitación.
- Así es. Pasa que te enseño la mejor por ser el primero que viene. - Contestó la señora abrigada con un abrigo de hombre, que con los brazos cruzados estrechaba sin abotonar y que dejaba ver, por debajo, buena parte de su largo camisón.
La seguí sin perder detalle. Tiene un Jeep, cuadras y granero. A unos quince metros de la cancela, la escalera sube hasta el primer piso. La mujer abre apresurada y me indica que pase pronto para cerrar la puerta, que no se enfríe la casa.
Entramos en un ámplio salón de estilo inglés con muebles casi nuevos. Junto al tresillo dejé mi maleta y mi máquina de escribir portátil. Con el abrigo en la mano y el sombrero en la otra, esperé a que la señora se vistiera.
No tardó mucho. Se había puesto un traje chaqueta ajustado y cepillado el pelo. Es pelirroja y en su cara numerosas pecas se distribuyen razonablemente en su graciosas facciones. Sus ojos casi azules y su boca sonriente y bien cuidada le dan aspecto de mujer fuerte y con personalidad. Me aventuré a adivinar que aún no llega a los cuarenta.
- ¿Eres escritor?
- No señora. He venido para terminar algunos estudios relacionados con mi tesis doctoral. Necesito tranquilidad durante una buena temporada.
- ¿De cuánto tiempo estamos hablando?
- Tres meses, más o menos.
- Está bien. Sígueme, te voy a enseñar la habitación. Si no te gusta ésta, te enseñaré otra. Dispongo de tres libres, más toda la parte abuhardillada donde pueden vivir dos o tres personas más.
La habitación, ámplia y luminosa, un ventanal grande con acceso a una pequeña terraza que da a la parte de atrás de la casa y desde la que se divisa el montañoso paísaje, una cama grande y una mesa de despacho para escribir, armarios y una estantería vacía. Sobre la cama un cuadro con paisaje semejante al del calendario del bar pero en vez de caballos, ciervos y una gacela en primer plano. Un gran espejo biselado y con marco de bronce decorado a imitación de los del siglo diecinueve.
- Por mi está bien. Me quedo ¿Cuanto cuesta?
- Mil libras al mes. Dos mil setecientas por los tres meses. Un mes por adelantado ¿Te gusta?
- Si señora, me gusta. Creo que aquí podré estar solo y tranquilo.
Me dispuse a sacar dinero para pagárle y dijo que lo dejara para medio día, que ella tenía que dedicarse, por un buen rato, a las cuadras para atender al ganado.
- A la vuelta me pagas y te enseño el resto de la casa. Son las siete y cinco de la mañana y ya clarea, duerme un poco que sobre las diez estaré de vuelta. Te aviso en cuanto llegue. Por cierto, ¿cómo te llamas?
- Me llamo... James, James Albot, señora. - Extendí mi mano y ella me la apretó mirándome con una sonrisa de confíanza.
- Encantada James, bienvenido a mi casa. Aquí no encontrarás lujos, pero si un hogar como si fuera el tuyo. Déjame tu documentación, tengo que anotar tus datos por si me los piden las autoridades.
- No hay problema, lo comprendo ¿Con mi Documento de Identidad sirve?
- Sirve. Ponte cómodo y trata de dormir. Se te nota cansado del viaje. Tengo que cerrar con llave, a la vuelta te daré una copia para que puedas entrar y salir cuando quieras. La única norma es que no quiero escándalos.

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