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viernes, 12 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (IV)

"La yegüa".
La señora Carver es algo más baja que yo. Trato de que no note que la observo continúamente, que me gusta estasíarme con sus ojos, su boca, sus manos fuertes, dedos largos y gruesos, sus uñas cuídadas y cortas, pintadas con laca de color carne. Me atrae su cuerpo y su extraña elegancia. No conviene que perciba que me gusta estar con ella. Su acento, su bocavulario, su forma de decir las cosas y ese especial brillo en la mirada, su entusiasmo, para resumir.
La cuadra es ordenada y límpia, dentro de lo que cabe. Sus vacas están bien atendidas, y su yegua es preciosa.
- Mira James, la vaca nueva tiene el rabo ladeado y por su vagina cae flujo espeso sanguinoliento y mucoso. Es la señal de que está a punto de parir.
Cogió un guante de látex y con habilidad metió los dedos de la mano en la vagina de su vaca nueva. La acarició el lomo y como si hablara con ella decía: te queda poco, ya tienes al hijo casi a la puerta de salida. Seguro que de hoy no pasas. Espero que no nos des la noche.
- La yegüa es apuesta y robusta, casi negra, su crin larga y lacia como melena de mujer árabe. Me encanta lo árabe y la yegüa tiene rasgos semejantes a los de los caballos arábigo-andaluces.
- La yegüa me tiene muy enfadada. Este verano la cubrió dos veces el semental y no se ha quedado preñada. La primera vez trajimos al semental de los hermanos Black, y mira que se portó bien, el caso es que a pesar de que la penetró en condiciones y de que la metió un buen chorro de semen, enseguida noté que algo no iba bien. El caso es que al cabo de veinte días estaba claro que no se había quedado, total que avisé a los hermanos y quedaron en tener a su semental dos días sin cubrir a ninguna otra. Vinieron a primera hora, el caballo en el momento que olió lo caliente y mojada que estaba la yegua, rugía, bramaba, echaba espuma por la boca y se le puso un miembro como trompa de elefante, duro como piedra y por la raja de la punta le salían goterones. Roger Black, el mayor de los hermanos dijo: "cogéle el miembro con tu mano sin guante y metéselo directamente, cuando yo te avise". El caballo se subió hasta morder la crin de mi pobre yegüa y yo pendiente del miembro del caballo para atinar bien. Acerté a la primera y el caballo después de numerosas envestidas tuvo una corrida impresionante que entró casi totalmente dentro. Descansamos un poco, sobre todo el pobre caballo que puso todo el empeño y, animado por mi mano, a la hora y media volvimos a repetir y el semental se creció danto todo de si, portándose como un profesional. A pesar de tanto empèño, no hubo forma, y ya son dos años sin dar cría. La pienso vender antes de Navidad.
La señora Carver hablaba conmigo con toda naturalidad sobre todas las cosas, creo yo que sin darse cuenta de que soy un hombre. Ella habla y dice todo lo que le viene a la mente, sin más preocupación que la espontaneidad y eso es bueno pero no del todo.
- Si pudiera le compraba la yegua, señora Carver.
- Es igual, ya tengo compradores para todos mis animales. De aquí a medio año me habré quitado del medio tanto trabajo y tanta responsablidad para una mujer sola y por fín me podré dedicar a lo que siempre quise.
Mi mente trabaja y desarrolla sus pensamientos en tres capas diferentes, tres estratos, tres niveles y a veces más. Escucho mientras pienso en mis cosas, en mis otras cosas y en mis mismas cosas. Es complicado de entender pero así es.
Me gusta la yegüa, pero más, mucho más, las herramientas de labor que están repartidas por todo el establo. Siento verdadera fascinación por las guadañas, por las hoces, por las horcas, por las purrideras, por todos los aperos que allí se encuentran, pero especialmente por los que pinchan, los que cortan, los que pueden servir como armas de hacer sangre, mucha sangre. Mientras la señora Carver hablaba acaricié durante bastante rato el mango de una horca de dos pinchos bien afilados y como que no quiere la cosa la clavé con todas mis fuerzas y rabia en un fardo de paja y... sus pinchos entraron hasta el fondo sin apenas resistencia. Con el pie derecho la desclavé y la levanté hasta la altura de mis ojos. Pinchos afilados entran bien en la barriga de los enemigos... pensé.
- ¿Decía algo, señora Carver? pensaba preguntar, pero preferí decir que el trabajo del campo es muy duro.
- Es duro pero da muchas satisfaciones. Verás el ternero tan bonito que me trae ésta vaca nueva.
- Ya veremos, señora Carver, te vas a enterar. Quise decir pero dije: - Claro, claro.

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