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domingo, 14 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (V)

"La buardilla."
El tiempo junto a la señora Carver pasa lento como un tren de mercancias a través de las montañas. No son ni las doce de la mañana y parecería que he vivido toda una vida junto a ella. Al pasar junto al Jeep la señora Carver lo arranca para comprobar que está bien de batería. Esta tarde quiere ir a la ciudad, a siete kilómetros, para hacer algunas compras y visitar a su médico. Dice que si quiero darle una lista de compra que lo haga o que, si lo prefiero, que la acompañe.
Mientras arranca el coche y revisa el agua y el aceite, me dan ganas de hacer pis. Me aparté un poco y lo hice mirando al cielo y admirando el perfil de todas las montañas. El sol no se decide a salir del todo. Nubes grises filtran su fuego y sólo nos llega un pequeño anticipo de día soleado pero poco.
- ¿Sabes jugar a las mapas?- preguntó la señora Carver.
- Creo que si. Se trata de buscar un río o una ciudad o un monte escondido entre la imensidad de un mapa.
- No hombre, ese es otro juego. Al que yo me refiero tiene que ver con los mapas imaginarios que se forman en el suelo cuando se hace pis en el campo, sobre la tierra. Tu meada ha dejado la figura de un mapa semejante al de Francia. Cuando yo lo hago casi siempre me salen mapas como el de Italia o el de Mexico.
- Qué interesante. Nunca se me había ocurrido.
- Mi marido y yo nos poníamos uno frente al otro. Siempre nos dábamos la señal y a la de tres él hacía su meada y yo la mía. Cuando terminábamos nos quedábamos mirando el resultado. El mapa de él era más grande que el mío. Una vez hizo el de Rusia y a mi me salió el de Sicilia. Nos poníamos retos y lo curioso es que estábamos casi sincronizados de tal manera que cuando él tenía ganas yo tambien las tenía o viceversa.
Me quedé pensando y pensando. La miraba a los ojos pero no la veía. Mi semblante externo era sonriente, casi afable, pero mi interior era serio, casi triste. Mi mapa fué como el de Inglaterra y no como el de Francia.
- ¿Quieres que haga mi mapa junto al tuyo?
- Como usted quiera, señora Carver.
- Vale, pero no vale mirar.
- No miraré.
La señora Carver se bajó sus pantalones y junto a ellos todo lo que llevaba debajo, se puso de cuclillas e hizo su gran meada. Solo podía ver el humeante chorro y la forma que iba adquiriendo su mapa.
- Ya terminé. Puedes mirar. - dijo mientras se reía como una chiquilla.
Su mapa era como el de Portugal. Se las arregló para vestirse y para cambiar de conversación como el que cambia de hoja en un libro.
- ¿Te gusta el bacalao?
- Mucho, señora Carver.
- Tengo bacalao en remojo. Haré unas patatas con bacalao y unos granos de arroz. Quedarán caldositas y bien calientes, nos pondremos las botas. He pensado que mientras estemos solos, comeremos juntos. Sale más barato y para dos mordidos que somos para qué hacer dos comidas ¿Te parece bien?
- Muy bien. Si quiere le ayudo a hacer la comida.
- Estupendo. Ven conmigo te enseñaré la buhardilla. Sube delante.
- Por favor, señora Carver, usted primero. Es la dueña y sabe mejor el camino.
- De acuerdo, subo delante, pero no me mires el culo.
- No miraré, puede estar tranquila. Quise decir, pero al observar la estrechez de la escalera y la altura que tenía, no pude por menos que pensar en la posibilidad de hacer que se cayera rodando escalera abajo, asi que contesté:
- No se preocupe por mi. Tenga cuidado no se vaya a caer que está muy alto.
- Ya lo creo, desde la buardilla se ve el río y todo el pueblo. En esta buhardilla se guardan muchos recuerdos de mis abuelos, de mis padres y de mi difunto esposo. El piano era de mi abuela, los cuadros de mi abuelo, los trofeos de caza de mi marido y los libros de mi padre. Hay baúles y arcas con vestidos y juguetes míos y de mis hijos. Aquí está gran parte de mi vida y de mi familia. Aquí subo algunas veces a llorar y me quedo tan feliz. Aquí repongo fuerzas cuando defallezco. Si yo te contara...
- Si yo le contara... Pensé en decir, pero dije: Señora Carver, su vida debe ser como una novela... y no de amor precisamente.
- Así es... y no de amor, eso es de lo que menos y de lo que más falta tengo. Pero aún no renuncio porque yo me quiero, aún me quiero.
La buhardilla no huele a alcanfor ni a naftalina. Huele a frutas, a manzanas, a peras de invierno, a cebollas, a maíz, a campo, a gloria. Pero pronto olerá a vida, a mi vida, aunque sé que en ésta casa ronda la muerte. Una pequeña corriente de aire movió los flecos de la colcha de la cama grande que está en el centro, con su dosel antigüo sin ropajes, y a mi me entró un escalofrío ¿Era un gato lo que se escondió en el rincón oscuro o una rata? Temblarás, señora Carver.

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