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jueves, 1 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER

El espectador

La señora Carver era extremadamente delicada con su higiene personal, decía que tratar con animales es peligroso y que se necesita un cuidado especial para no contagiarse con ellos, con el estiércol, la alfalfa, la paja, los piensos y todos los utensilios que se tenían que manejar continúamente.
Antes de entrar en las cuadras se lavaba las manos y procuraba usar guantes para casi todas las labores relacionadas con el ganado. Al regresar a casa, segun dijo, siempre se lavaba con esmero las manos, los brazos y el cuello.
Como unidos por un extraño magnetismo no nos separábamos ni un solo momento el uno del otro. Por mi parte estaba claro que éste primer día de estancia en la casa lo dedicaría a situarme en mi habitación y dejar preparados mis libros, mis apuntes y mi ropa para el día siguiente, sin más preambulos, empezar con el programa de estudio y actividades previsto. Me limitaba a situarme en el entorno.
La señora Carver me enseñó la cocina, las otras habitaciones, el aseo y su dormitorio con baño.
- Esta es mi habitación, como ves amplia y soleada, la cama grande, ancha, demasiado ancha para una mujer sola como vivo actualmente. Este es el baño grande, moderno, límpio, dispone de gran bañera decorada con teselas azules y rosa, con la ducha preparada para dar masajes de agua caliente, muy caliente. Tengo que hacer pis y lavarme bien lavada antes de hacer la comida. Esta noche me daré un baño relajante en la bañera, si es que todo va bien con el parto de la vaca nueva. Ya que estamos tu y yo solos y ya he cogido confianza contigo, voy a quitarme la camisa y quedarme desnuda de cintura para arriba ¿Te molesta si lo hago?
- No, señora Carver, está en su casa y logicamente, puede hacer lo que desee. Por mi no se preocupe.
Se bajó los pantalones arrastrando a la vez las bragas azul celeste y se sentó para hacer pis. Mientras tanto se quitó la camisa y el sujetador. Yo allí, de pie, era un observador, un espectador simplemente. Podríamos decir que ella era la actriz, la protagonista de toda su historia y yo simplemente un viajero que había alquilado una buhardilla y que tenía el privilegio de estar observando en primera fila todo lo que ella hacía, lo que ella interpretaba. Pero esa esplicación no era suficiente, había algo de misterioso y subyugante, o tal vez sólo morboso, en la relación que la señora Carver estaba manifestando ante mi y que yo consentía entre encantado y sorprendido.
- Me sobran dos o tres kilos, prometo hacer más ejercicio y comer menos. Mira como se van cayendo mis tetas, los años no perdonan, encima parece que están creciendo porque todos los sujetadores me quedan pequeños.
Al incorporárse depués de haber hecho pis no tuvo pudor ninguno, por lo que pude ver cómo era el vello ensortijado y rojizo de su monte de venus, de su pubis. Se ajustó bien las bragas y después sus tejanos ajustados como un guante. Mientras, cerraba su cinturón de cuero ancho, con la hevilla con forma de herradura. Sus pechos eran grandes, algo caídos pero no mucho y sus pezones eréctos dominaban un buen territorio de sus aureolas marrón oscuro, casi negro. Se acercó al lavabo y ante el espejo se quitó las orquillas con las que dominaba y adornaba su largo pelo pelirrojo. Se miró a los ojos y dijo: "Qué cabrona de vida, qué bien hace su trabajo de arrastrárme hacia la muerte, pronto cumpliré treinta y ocho y cada día tengo más marcadas las ojeras".. . Con el grifo abierto se enjabonaba bien las manos y se lavaba mientras, pensativa, meditaba sobre su rostro y su cuerpo entero. Poco después se enjabonó el cuello, la cara, todo lo que podía de los hombros y algo de sus pechos, hasta que se dió unas buenas abluciones de agua para quitarse el jabón. Con una toalla impoluta de algodón blanco como la nieve, se iba secando y no dejaba de mirárse intensamente. Se dió cuenta, a través del espejo, de que la observaba, sin dejar detalle y cierta excitación porque no soy de piedra. Se dió la vuelta y me miró a los ojos como no lo había hecho nadie.
- James, soy mayor para ti. Te llevo casi catorce años, no puedes pensar en mi como mujer, no puedes desearme. Solo podré ser una amiga, una compañera... Mi sexualidad está muerta. Mi cuerpo está inmunizado contra el deseo y la carnalidad. Mi lívido se enterró cuando enterré a mi marido. Procura mirárme como si fuera una hermana o una madre porque, de lo contrario no podría tenerte como huesped.
- No se preocupe por mi, nunca se preocupe por mi, yo me las arreglaré para verla como se mira a una mujer de calendario o algo así.
Eso dije. Pero por dentro algo me quemaba, me ardía. De repente, me acordé de que en la leñera, junto al tajo de cortar la leña que subimos hasta la chimenea de la buhardilla, había un hacha grande de leñador y una macheta, un hacha pequeña como las que usaba mi madre para partir el conejo y las costillas de cerdo. Dios mío, un hacha es lo mejor, sin duda. La cargas emocionales de mi cerebro, los sentimientos de mi alma, hcieron que me sintiera como si una descarga eléctrica, como si un rayo fulminara mi razón y la locura se asomara a mis ojos echando chispas de resplandor incontrolado. Pero eso nadie lo podía ver y la señora Carver menos que nadie, porque muchas veces no vemos lo que más cerca está.

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