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lunes, 29 de junio de 2009

LA SEDUCTORA

Mi vecino era un niño señorito al que, como hijo de médico de pueblo, no le faltaba de nada.
Un día de verano, vino diciendo que si le dejaba montar en el caballo, que mi padre tenía para las labores del campo, podía jugar con su balón de reglamento. Le dejé cabalgar durante un buen rato. Días después, vino patinando a la era donde trillaba con una pareja de vacas, diciéndome que si le enseñaba a trillar me dejaría patinar con sus relucientes patines. Se sentó en la banca del trillo y le enseñé a trillar.
En vacaciones de Navidad, pasó por casa para jugar con sus maravillosos juguetes. De repente, sacó del bolsillo una armónica. Me advirtió de que la mirara, un poquito, pero que no la chupara para no mojarla con mi saliva. Me dio pena porque, como era invierno, no tenía nada que le pudiera gustar. Le pedí que me dejara ver como era, sin tocarla, y que para el próximo verano podría trillar y montar en el caballo todo el tiempo que quisiera. Tan solo pude ver que era muy bonita y de la marca “Seductora”. Cuando mi vecino rico la hacía sonar, su música me parecía la de un acordeón pequeño. Fascinación de niño humilde.
Mi madre nos avisó de que había que escribir a los Reyes Magos. Les pedí una armónica “Seductora”. El día de Reyes me acerqué a la ventana, donde había dejado los zapatos, para ver qué me habían traído. Una naranja, dos higos secos y.... una chifla de plástico, roja por un lado y blanca por otro, de ocho o nueve agujeros, similar a las de los afiladores que venían de Galicia. Tristeza que aún permanece.
Dijo mi madre que los Reyes no entendían de armónicas "Seductoras", ni de nada de eso.

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