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domingo, 28 de junio de 2009

LIBRO DE SOMBRAS




“Digas lo que digas,
agradeces el deterioro”.
PAUL CELAN

Más allá del túnel
existe un lugar de luna acuática y delfines...
Si te quedas quieta,
como cuando niña en la románica iglesia,
ensimismada ante la sangre del crucificado,
podrás descifrar la caligrafía de las piedras
y los ecos de los buriles de orfebres en los cálices,
los martillazos de los canteros en las bóvedas,
y los lamentos gregorianos de los inquisidores.

El corcel magenta que surca veloz
el territorio de los sueños,
me dejó abandonado junto a la grieta de las tinieblas
y tuve que ser ave fénix para no despeñarme
en el barranco donde se suicidan las mulas.
Necesité aferrarme a las argollas de los ajusticiados
y hacer píe sobre el brocal del pozo
que me absorbía con la fuerza de los imanes.
En éste trance y en todos, venías al corazón.

Siempre ha sido así,
desde la página primera que escribimos juntos,
-inocentes, absortos, inexpertos,
inseparables, ciegos el uno del otro-
aquel septiembre del sesenta y nueve,
y la última, aún blanca y pura como el alba aquella.
Libro de sombras, cuyas hojas bailan entre si
para eludir la negrura absoluta y procurarse
alguna alegría que deshile tanta penumbra.

Mi vida ha sido un torrente, catarata incesante
de palabras y la tuya, hojas de unos días,
huracán de silabas impregnadas en mi pecho.
Páginas negras, algunas muchos más negras
que han parido otras con nítidos parpadeos
de sombras algo menos oscuras y livianas.
Aquellos días de aparición y descubrimientos,
son memoria petrificada, pero no bastan.
Se necesita la frescura de lo reciente.

He tenido que reinventarte con adivinaciones,
con la materia que derrama la estructura del amor.
Cada día esculpía tu corporeidad perfecta
y eras la mezcla de todas, la más hermosa,
porque renacías cada vez que cerraba los ojos.
Desnuda, entregada escultura griega,
como aquellos días de un lejano septiembre.
Te quise como a la sangre de mi sangre
y te dejé sitio en mi lecho, noche a noche.

Y ahora... se acerca el túnel más oscuro,
el lugar de luna acuática y delfines...
Por mis roquedales se tambalea la claridad lúgubre
que desespera mi carne encarnecida y putrefacta.
Nadie garantiza la certeza del futuro,
pero el libro está escrito,
sombra a sombra, con encendidos labios
que te nombran y te esperan, hasta el desfallecimiento.

El deterioro me acerca a la espuma y a la ceniza.

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