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viernes, 1 de junio de 2007

DERRAMAR PISADAS

Hincados los codos sobre la mesa,
leyendo libros o labrando cuadernos,
he roto hasta el hule protector.

Leo y mastico sueños de otros y paseo
soledades y ajenas desventuras,
desgranadas como mazorcas de maíz.

De la mesa voy a la ventana de cuarterones
chirriantes y cristal rajado en diagonal,
para observar que la tapia aún resiste.

He mirado al calendario con la foto
de los gatos que juegan con ovillos de lana
y en la cesta de mimbre un paño a cuadros.

Vuelvo a la mesa y antes de los codos
saco punta al lápiz que nunca tiene fin
y escribo mi nombre sin mayúscula.

De la espalda y la muela ni me acuerdo
y mucho menos de que existe la calle
plena de chicas que meriendan chocolate.

Desayuno humo de cigarrillos y fortaleza
para resistir lo que aún queda por pasar a limpio
de la necedad e impotencia íntima y única.

Sólo el trueno que estalla en la tormenta,
o el granizo que se estampa contra los vidrios,
es capaz de despertarme del marasmo agónico.

Y sin embargo me siento como si fuera
un mapa de enredados hilos invisibles
que me unen a tu irremediable recuerdo.

Así es como mejor escucho mi corazón
y como más abundante percibo
la sangre que me tiembla por dentro.

La única magia que podría tener
se derramó entre mis dedos el día
que con tu mano me dijiste adiós.

Aquí tengo la belleza de pensarte
entre posos de soledad y espesura
que anega la oscurecida celda.

Mañana saldré a derramar pisadas
entre los senderos que me llevan
más allá del monte y de la muerte.

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