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sábado, 7 de julio de 2007

LAS MANIOBRAS Y MARISOL (I)

El Ejército de Tierra tenía un campo de tiro, que utilizaba dos veces al año, para realizar pruebas y maniobras militares en una gran planicie a las afueras de un pueblo de la denominada Tierra de Campos, distante a veinte kilómetros de Valladolid.
Para mi el Servicio Militar, vulgarmente la mili, suponía una gran perdida de tiempo y una lucha interna contra mis principios pacifistas y, por lo tanto, antimilitaristas.
Como contraposición a esos principios me las organicé para participar en todo tipo de cursillos y eventos que me permitieran estar alejado de la cotidiana rutina de la Instrucción Militar y otras obligaciones, para mi penosas.
Así que llegué a ser Cabo Primero y miembro del Coro Vocal de Militares. Entre unas cosas y otras me libraba de todos los servicios que pudiera.
En aquella ocasión nos desplazamos al Campo de Tiro, antes mencionado, para hacer ejercicios de tiro con lanzagranadas y morteros.
En la expedición íbamos treinta soldados, cuatro Cabos, dos Cabos Primero, tres Sargentos, dos Tenientes, un Capitán y un Coronel.
Estábamos a finales de Agosto y los labradores ya habían recogido su cosecha de cereales y ocupaban su tiempo con el cuidado de pequeñas fincas de regadío sembradas de remolacha, maizes y alfalfa.
Al terminar de montar nuestro Campamento Militar el Capitán Estrada me mandó llamar.
-Necesitamos pan para la cena de esta noche. Bajas al pueblo con un soldado y un Jeep. Toma, dos mil pesetas para que te sobre, ya me darás las vueltas. Toma un cargador de reserva para la pistola. Procura dejar el Jeep recogido y os tomáis la tarde libre. Traes treinta hogazas de pan bregado y veinte barras. A las nueve aquí, sin falta. Ten cuidado que el conductor no beba mucho, no la vayamos a joder y os pase algo ¿Alguna duda, Vega?
- No, mi Capitán ¿Ordena alguna cosa más?
- Nada más. Confío en que sepas responder a tu misión. Ten cuidado de que el Jeep esté protegido. Puedes irte.
- A sus ordenes, mi Capitán.
Muy contento porque me libraba de los ejercicios de por la tarde y por tener una cierta libertad hasta la noche. Avisé a Isaac, un conductor de un pueblo de Zamora, muy eficiente y con el que me llevaba muy bien.
No sabía conducir aquel vehículo y ni tan siquiera tenía carné. Al pasar dos o tres curvas le dije a Isaac que parara. Me puse al volante y el pobre conductor, asustado,se puso en el asiento del acompañante.
Me puse al volante del Jeep y después de varios tirones de embrague salimos zumbando por aquél camino de tierra.
- Tranquilo hombre, si estoy harto de andar con el tractor de mi padre.
Poco antes de llegar al pueblo paré y se puso Isaac al volante.
Un señor iba con un carro cargado de forraje de hierba para las vacas y el caballo casi se espanta con el zumbido de nuestro coche militar.
- Para ahí, que le voy a pedir un favor a este señor
El hecho de que llevara la pistola en el cinturón y mi propio uniforme impresionaba y yo era consciente.
- Buenas tardes, amigo. Perdone, si asustamos al caballo.
- No se preocupe usted, que no pasa nada.
Era un señor como de cuarenta y cinco años, tez muy morena de tanto sol y el sombrero de paja, típico de los labradores castellanos, casi le tapaba los ojos.
- Puede hablarme de tu. ¿Me sabría decir donde está la panadería y donde podríamos recoger por esta tarde el Jeep?
- Eso está hecho. La panadería a dos puertas de mi casa y en cuanto al Jeep le puedes dejar en el portalón y dejo el carro en la calle. Lo que pasa que hay que descargar el forraje.
-No se preocupe, Isaac y yo somos hijos de labradores y estamos acostumbrados a las vacas, al forraje y a lo que haga falta. No se nos caen los anillos por eso.
Aquel buen hombre, se quitó el sombrero y muy triste me dijo que hacia dos años había perdido a un hijo, de nuestra edad, cuando hacia la mili en Ceuta.
- Ahora cuando lleguemos a casa y os vea mi mujer lo va a pasar mal. Mira a ver si consigues que por lo menos no llore.
- ¿Cómo se llama usted?
- Me llamo Avelino, Avelino Pérez, para servirte ¿Cómo te llamas tu?
- Pues mire, me llamo Abel Vega Pérez. Le ofrecí la mano y me la estrechó con fuerza de amigo.
- No jodas, ¿también eres Pérez? A ver si vamos a ser primos.
Al llegar a la casa de aquel buen hombre aparcamos el Jeep a la sombra de la calle y salió la mujer de Avelino. Una señora de mediana edad guapa y bien arreglada, vestida de luto. Al presentarnos su marido y al saber cuál era nuestra misión, se puso toda contenta y ella misma se encargó de conseguirnos el pan.
Entre Isaac y yo ayudamos a meter la hierba y pudimos dejar despejado el portalón para poder guardar el Jeep y cerrar la puesta con candado. Estábamos en esas cuando una muchacha, como de quince años salió por el patio y nos saludó muy atenta.
- Me llamo Marisol. Dice mi madre que os quedáis a merendar con nosotros. Me manda al carnicero y dice que qué preferís, filetes o chuletas de cordero.
-Chuletas. Saltó como un rayo Isaac.
No podía por menos que mirar a aquella chica y como atontado dije, que ni hablar, que nada, que no comprara nada.
La madre que no estaba lejos, se presentó diciendo que para ella era un honor invitarnos. Que su hijo Juanito había muerto muy lejos y que a ella le hubiera gustado saber que la gente se había portado bien con él. Que no la diéramos el disgusto de no aceptar su invitación.
Marisol, tenía los ojos grandes, verdes y brillantes como dos luceros.
- Bien señora... Aceptamos la invitación. Que sean filetes.
(continuará)

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Estare pendiente de la segunda parte, está interesante.
Feliz fin de semana.
Luna del Alba

7 de julio de 2007, 12:45  

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