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sábado, 15 de septiembre de 2007

LA TORTILLA DE PATATAS (II)

Las patatas bien peladas y bien limpias. Fundamental: secarlas bastante para que no salte el aceite. Ahora vamos a trocearlas en condiciones. Lo primero darle otro repaso de piedra al cuchillo. Chís, chás, chís, chás, y ya está. Esta piedra de esmeril tiene su historia, no te vayas a creer. Cada cosa en su sitio y con su historia si no, no merece la pena la vida. No voy a tener esta piedra así porque si. Una vez, dijo mi padre que las guadañas eran muy peligrosas y que siempre había que llevarlas bien tapadas y protegidas con unos sacos. El corte de una guadaña duele mucho más que nada en el mundo, porque está impregnada de los ácidos del rocío, de las malas hierbas y de los jugos de los tallos de la alfalfa y cereales. Escuece en grado sumo e insoportable. Así que si te cortas alguna vez, procura no sentir el dolor. Si te desmayas, te puedes desangrar, así que ya puedes tener cuidado. Nos ha jodido y ¿cómo se puede no sentir el dolor? Esa es la cuestión. Pues sé cómo se hace. En una ocasión mi padre me llevó a segar forraje para las vacas y terneros. Al terminar pinchó la guadaña entre la carga que había segado. Así no hay peligro, dijo. Me voy a regar, tu vete a casa con el carro y la mula, descargas el forraje y lo repartes entre todos los pesebres. Lo que usted diga, padre. Al regresar a casa, unos perros asustaron a la mula y se desbocó. Yo iba subido en el carro del forraje y, como buenamente pude, contuve al animal obligándola a que diera un giro brusco. Tal efecto hizo, que la mula se paró, pero el carro, el forraje, la guadaña y yo mismo, nos fuimos a tomar viento unos cuantos metros a la redonda con tan mala suerte que la guadaña me hizo un corte de casi diez centímetros en el brazo derecho. Casi no sangraba pero el dolor era insoportable. Mire a mi alrededor, la mula comía forraje, el carro entornado... parecían los restos de una batalla con herido incluido. Me concentré en mi herida, el dolor remitió pero empezó a sangrar. Como pude, me subí a la mula y con la camisa me hice un torniquete. No me duele, no me duele, repetía una y otra vez. Sangraba pero no mucho y al llegar a casa, mi madre me curó con agua oxigenada y un poco de alcohol. Ahí, ya relajado y a salvo, empezaron los dolores y la fiebre. Llamaron al practicante y me puso una inyección contra el tétano. Entre unas cosas y otras estuve tres días convaleciente, con muchos ratos de fiebre y delirios. Recuerdo que aproveché para leer Cumbres borrascosas. Ya están bien troceadas, como si fueran a la panadera, pero mucho más finas, ahora viene la cebolla . Otra vez que me tocará llorar. Pues no voy a llorar, voy a reír. Va una chica guapísima, de esas que hay, inalcanzables y que están como un tren, al ginecólogo y le dice: Doctor, que me pica mucho ahí abajo. Vamos a ver como está la cosa, dijo el galeno. (Je, je, je, joder con el galeno). Bájate las bragas. La mira, mete los dedos y dice: Señorita, tu lo que tienes son hongos, pero no te preocupes, que son comestibles. Y se los comió. Vaya que si se los comió. Nos ha jodido y bien buenos que estaban. Je, je, je, je, es que Abilio me cuenta unos chistes que para qué. Joder con la cebolla, menudos lagrimones me están cayendo. Ahora el sartén.

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