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martes, 15 de abril de 2008

"COMO JONH WAYNE"

I
Desperté en una mesa de quirófano. Sé que es un quirófano por la cantidad de aparatos, cables, tubos por todas partes, esa cosa tan enorme que debe ser una lámpara, la gente que habla a mi alrededor vestidos de color verde, como médicos y enfermeras.
Todo hace pensar que es un quirófano, porque los he visto en muchas películas. Hablan entre ellos y parece que no se han dado cuenta de que estoy despierta. Los hombres dicen algo sobre el Barcelona y las mujeres comentan acerca de niños que han dejado en la guardería. Una hace bromas sobre un poema de amor que alguien le ha dedicado.

- ¿Cómo se llama?
- Elisa Castelo Ruseñol.
- ¿Elisa Castelo Ruseñol?
- Si señorita.
- ¿Cuántos años tiene, Elisa?
- Setenta y ocho cumplí ayer precisamente.
- Está muy guapa, Elisa.
- Lo normal, la guapa es usted que es joven.
- Se le ha roto una cadera y la vamos a operar.
- ¿Una cadera? Me lo imaginé, sentí como que algo se rompía.
- No se preocupe. Voy a ponerle la anestesia, no haga nada, ni se mueva y déjese llevar ¿De acuerdo, Elisa?
- Si señorita. Lo que usted diga.

Un líquido frío, muy frío, corría dentro de mis ojos, como si fueran lágrimas de hielo que se me escurrían por dentro y yo tragaba. Me puse a pensar en cómo había llegado hasta este quirófano, me imagino que del hospital de León, por lo de la ambulancia.

Mientras notaba las lágrimas frías, pensaba y pensaba. Vivo en una residencia de ancianos, situada a las afueras de La Bañeza. No me tratan ni bien ni mal, porque siempre he procurado no molestar a nadie. Como algo de lo que me ponen a las horas que me dicen y hago lo que me mandan, sin rechistar, tratando de no hacer un ruido. Llevaba unos días en que la pierna derecha parecía no tener fuerzas y cuando iba, poco a poco, hasta el salón de la televisión, se me fue la cabeza y noté un mareo, cuando me di cuenta, me caí al suelo y noté un chasquido dentro de uno de mis huesos, como cuando se rompe un palo.

Pedí ayuda: “ayudarme que me caí, ayudarme que me caí”. La gente pasaba a mi lado, al menos tres o cuatro pasaron a mi lado y no me hicieron caso. Como pude me las arreglé para arrastrarme hasta el sofá del rincón. Con las manos bien agarradas, conseguí medio echarme en ese sofá. Cuando llegaron las enfermeras dije: “ayudarme que me caí y me duele mucho en la parte de la cadera, ayudarme, ayudarme”. No se enteraron o no se quisieron enterar. Pusieron sobre la mesita que hay junto al sofá, un tazón con cola-cao y unas galletas maría y se fueron. Esforcé el grito y pedí una y otra vez que me ayudaran las señoritas enfermeras, pero no me ayudaron. Ellas a lo suyo y yo allí abandonada como un perro muerto.

Pasó a mi lado un compañero que está mal de la cabeza, cuando quiere, y dije: “Gordito, Gordito, ayúdame, por favor, ayúdame por favor”. No me hizo caso a pesar de que se que me vio y que me oyó. Se que mi voz es como la de un pajarito, porque ya soy muy vieja, pero no tanto como para que no me oyeran las enfermeras y el Gordito.

Menos mal que un señor, que estaba de visita, me vio y me ayudó a incorporarme un poco, para que cambiara de aquella postura en que me dolía tanto y avisó a las enfermeras.

Ahora me deben estar cortando con el bisturí porque sale sangre y me corre por la piel. La noto fría y espesa, viscosa mas bien.

Hablan de sutura y de tijeras, de esparadrapo, algodón, alcohol y de cortar un poco mas adentro, de un tornillo y de no sé qué mas. Oigo casi todo, pero prefiero no escuchar. Me imagino que quedaré coja o tal vez que me despierte y que ya no tenga pierna. No sé. Noto hormigueos extraños por todo mi cuerpo y algo así como temblores en las manos. Una pierna está dormida, como acorchada, muerta y los dedos de la mano donde me clavaron la aguja del suero se mueven a su aire, incontrolados ¿Me moriré hoy mismo? A lo mejor.

Mis hijos me metieron en la residencia porque están a sus cosas y no me pueden atender, dicen ellos. El mayor ocupa un puesto muy bueno en el gobierno de Madrid. Se llama Heliodoro, está casado con Angelines y tiene dos niños: Jacinto y Roberto. La segunda se llama Hermelinda, aunque la llamemos Linda, está casada con Tomás y tiene un chico que se llama Jorge y una chica que se llama Rosa. La hija pequeña está en Londres. Se llama Evangelina, pero todos la llaman Eva. Cuando cumplió dieciocho años se nos fugó de casa dejando una nota: “Me voy. No aguanto mas. Ya sabréis de mi cuando tengáis que saber”. Llamó un día, después de casi dos años de darla por perdida y dijo que acababa de tener un niño que se llama John como su marido o querido o lo que sea. “Como John Wayne”, dije ¿Me perdonáis, mamá? Claro que te perdonamos, hija mía... Evangelina... Dime mamá ¿Sabes una cosa? ¿Qué, mamá? Tu padre ha comprado un tractor... Dale un beso a John Wayne, de parte de sus abuelos de España. Adiós hija y llama o escribe, no nos vayas a tener otros dos años de calvario.. Vale mamá, lo haré.”

Hace mucho frío y esta gente no me termina.

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