Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

viernes, 2 de mayo de 2008

LA MÁQUINA DE ESCRIBIR, (vuela pluma)

Los escaparates son atractivos por si mismos. Hay mucha gente que dice: “voy de escaparates”. Se pasan la tarde viendo escaparates y no entran en ninguna de sus tiendas. Se toman un café y vuelven a casa satisfechos.
Sin embargo a mi, los escaparates me duelen, me hacen daño.
Cuando era niño el maestro me cogió mucho afecto y a parte de enseñarme en la escuela, a veces, me llevaba con él a su casa. Tenía un segundo trabajo como contable de una empresa de mi pueblo y le dedicaba mucho tiempo por las tardes y noches.
Un día me llevó hasta su casa porque dijo que le tenía que ayudar a hacer un trabajo. Para mi aquello era un orgullo muy grande y aunque no sabía como podría ayudarle estaba dispuesto.
Al llegar a su casa, me enseñó su máquina de escribir. Era una Lexikon 80, de la marca Olivetti. Escribía muy rápido y yo le dictaba. A veces había palabras difíciles y nos parábamos un poco y me las explicaba. Aquella tarde nunca se me olvida porque descubrí la máquina de escribir.
Días después, mi padre me llevó a Benavente y al pasar por la Calle La Rúa, había un escaparate lleno de máquinas de escribir. “Mira papá, como esa es la del maestro. Mira... aquella qué bonita, papá... quiero tener una máquina de escribir” No hijo, no puedo comprártela. Esa máquina es cosa de ricos, de gente con mucho dinero”.
Durante mucho tiempo pensé en tener una máquina para mi. Escribir en ella mil historias que se me iban ocurriendo. “Papá, quiero ser escritor y necesito tener una máquina de escribir”. “Cuando ganes para ella, te la compras”.
Durante muchos años fui visitador y aún lo soy, de escaparates de tiendas de instrumentos musicales, de tiendas de máquinas de escribir, de tiendas de lencería, de librerías, de galerías de arte...
Al llegar a Madrid uno de los objetivos era presentarme a una Oposición y debía aprender Mecanografía en tres o cuatro meses. Tenía que alquilar una máquina de escribir. En la tienda me dijeron que costaba... pongamos que mil pesetas al mes, pero tendría que dejar una fianza de cuatro mil pesetas. En aquel momento, lo que tenía de capital eran cuatrocientas pesetas. En Madrid, en aquella época, cuatrocientas pesetas era suficiente para vivir quince días o así.
Un domingo comía con un amigo en un restaurante. Leía los anuncios del periódico porque buscaba un trabajo serio y de continuidad. Olivetti ponía un anuncio pidiendo “VENDEDORES”. Le dije a mi amigo: “Aquí entraré a trabajar yo”. “No jodas. Si entras, te compro una máquina, que la necesito”. La selección se hizo en tres días. El miércoles ya estaba dentro de Olivetti. La primera máquina que vendí fue para mi amigo. A partir de ese momento, y han pasado muchísimos años, he vivido y vivo rodeado de máquinas de escribir.
Durante años escribí mucho a máquina, pero curiosamente, en la actualidad, la única forma de que salgan “inspiraciones” medianamente aceptables es con el ordenador. Este cuento no es un cuento, aunque se pueden sacar muchas conclusiones morales o psicológicas de él ¿Quién quiere comprarme una máquina de escribir? Hago buenos precios. Os diré algo: Mis lágrimas saben mucho mas de mi que yo. La máquina de escribir me produjo mares de lágrimas. Así que... esta puta vida es maravillosa. Eso dicen...

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio