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martes, 17 de marzo de 2009

MEMORIAS DE UN NIÑO LABRADOR (II)

Cuando se es niño la figura del padre es la de un dios, para mi, al principio, también lo era. Mi padre dijo que si hacía bien la suma me llevaría mañana con él a Benavente.
La cuenta que me apuntó en el cuaderno a rayas tenía muchos nueves, ochos, sietes y con doce o trece sumandos. Mientras mi padre daba pienso a las vacas, le pedí ayuda a mi madre y la operación quedó perfecta. Benavente era, y es, una ciudad fascinante para los ojos de un niño de pueblo.
La alegría y los nervios por la emoción que me embargaban, por el hecho de ir juntos a la ciudad y por haber sido capaz de hacer la suma y de contar con la complicidad de mi madre. Pasé la noche entre sueños fantásticos y nervios de comerse las uñas.
No te separes de mi lado ni un momento, que Benavente es muy grande y los Jueves hay mucho gentío. Como te pierdas, ¡te mato!. Al montar en el autobús de línea de “Empresa Vivas” pegué los ojos a la ventanilla y no perdía detalle del paisaje y de todas las cosas.
Papá, papá, los postes de teléfono corren tras nosotros. Mi padre y los que me oyeron se reían. No hijo, no. Los que nos movemos somos nosotros que vamos en el autobús. Aún hoy, cuando viajo, los postes se mueven y corren tras de mi.
Mi padre dijo que este mundo se divide en dos: los que leen el periódico y los que no. El señor del sombrero que lee el “Arriba”, es el Farmacéutico, la señorita que está detrás de él y que lee el “Proa”, es la Maestra de Villamandos, y ese de ahí al lado es el Señor Cura de Toral de los Guzmanes, que va leyendo “El Heraldo de Zamora” ¿Y el que va detrás leyendo un libro? Ese es Mati, el Pasao. Ha leído tanto que se le ha pasado la cabeza y dice cada cosa que se nota que no está bien de la chilondra. Ahora le ha dado por decir que la Luna será conquistada y que las ovejas se pueden duplicar y hasta triplicar como si fueran gotas de agua.
Al llegar a Benavente no me soltaba de la mano del padre, para no perderme. Entramos en “La campana de Oro”, tejidos y novedades. Se compró paño de muy buena calidad para hacerse un buen abrigo. Con su simpatía y labia, la dependienta le regaló una corbata muy bonita y un calendario con trece cuadros de veleros ¿Ves? El que no llora no mama, dijo.
Con el paño que compró mi padre, fuimos al mejor sastre para que le hiciera el abrigo. “Sastrería Ortiz”. Me dieron caramelos y cinco galletas María. Estaba muy contento y asombrado con la habilidad que tenía mi padre para hacer amigos con todo tipo de gente.
Como quedaba tiempo, antes de regresar al coche de “Vivas” que nos devolvía al pueblo, fuimos a ver la fábrica de ladrillos “Otero”. A mi padre siempre le hablaban y le dejaban entrar en todos los sitios porque era muy agradable. Le dieron un lapicero rojo de carpintero que ponía: Fábrica de ladrillos “Otero”. A mi padre siempre le daban cosas, muchas veces sin que las pidiera.
La fábrica era inmensa y destacaba el gran horno donde cocían miles de ladrillos al día y la altísima chimenea que despedía una gran humareda que llegaba hasta el cielo. Tu fíjate en todo y aprovecha para cuando seas mayor.
Mi padre era admirado y conocido por todos allí donde iba más de una vez. Bueno, en casa muchas veces nos trataba mucho peor que a los de fuera, dónde vas a parar. En la calle hacía reír y en casa hacía llorar. Así era.

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