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domingo, 8 de julio de 2007

LAS MANIOBRAS Y MARISOL (y II)

(vine de página anterior)
- Señor Avelino, ¿le ayudamos a atender el ganado o algo? Añadí, ofreciéndonos a echarles una mano.
- No hombre, que os vais a manchar el caqui. Ir tranquilos a dar una vuelta por ahí y cuando os parezca regresáis para merendar y ya se irá viendo.
Salimos junto a Marisol, caminando por la sombra de la calle ya que calentaba a base de bien.
Grupos de señoras sentadas a las puertas de las casas, unas cosiendo y otras simplemente hilando la hebra, como se suele decir. A nuestro paso hacían comentarios sobre nosotros. Una señora no se aguantó y dijo:
- ¿De donde sois, si se puede saber?
- De Caballería, estamos en Farnesio. Contesté a la curiosa.
- Es que tengo al chico en Artillería, pero claro, nos es lo mimo.
Marisol nos contaba que su madre se pasaba el día llorando por su hermano. Que no la dejaba salir al baile los domingos y que la obligaba a vestir de oscuro. Que no era vida y que estaba muy harta de todo. Encima de perder a mi hermano, parece que también quiere que me pierda yo. Como siga así me largo y no me vuelven a ver el pelo.
- Tranquila Marisol, pronto cambiarán las cosas. Hablaré con tu madre y trata de estar contenta, eres muy guapa y tienes derecho a vivir tu vida y a procurar ser feliz.
Al llegar al bar, nos despedimos y quedamos en que a las seis estaríamos en su casa.
Cuatro hombres mayores jugaban la partida y tres o cuatro mozos fumaban al lado de la máquina de poner discos. Uno metió un duro y puso la canción de Pablo Milanés “Yolanda”.
- Que sean dos botellines.
Isaac comentaba lo buena que estaba Marisol y me decía que la tenía en el bote y que si hubiera tiempo me la podía tirar.
- Cuidado que eres burro, Isaac. Sólo tiene quince años.
- Pero le pica, no te jode.
Esos comentarios me ofendían y en esto que uno de los de la partida se dirige a nosotros:
- ¡Vaya zambombazos que están tirando los vuestros! Nos van a espantar la caza los muy cabrones.
- No se preocupe hombre, la caza volverá en cuanto nos marchemos.
El más mayor terció:
- Prepararos, prepararos, que cuando la espiche Paco os vais a enterar. Si la Civil fue gorda, la que venga va a ser peor. Con la bomba atómica no vais a tener bastante.
Al ver que Marisol daba la vuelta con la compra de la carne, nos unimos a ella y regresamos a su casa juntos. Hay palabras con doble filo como las cuchillas de afeitar y joden.
- Mi madre lleva llorando toda la mañana. Estábamos regando las patatas y al ver el convoy de militares subir al Campo de Tiro, empezó con la cantinela. No me explico el cambio al veros a vosotros y encima con el coche ese en el portalón.
- Vamos a ver si conseguimos que al menos no llore en la merienda. Tu padre también me advirtió.
- Mi padre, el pobre, está sufriendo en silencio. Ha envejecido diez años. Encima mi madre ni mira para él. Todo se le va en llorar por mi hermano y nos tiene dejados de la mano de Dios.
Pues si que estamos buenos. Éramos pocos y parió la abuela, decía Isaac por lo bajo.
- Ya estamos aquí. ¿Cómo se llama usted, señora?
El señor Avelino y su mujer se habían cambiado de ropa y habían preparado una gran mesa con un mantel de flores y muchas viandas, bajo la parra del patio, al aire libre.
- Me llamo Remedios Redondo. Venir que os enseño la casa.
Esta casa era muy antigua, heredada del abuelo de mi abuelo, así que la hemos tenido que reformar poco a poco. Nos iba enseñando cada una de las habitaciones y el gran salón. Todo decorado al estilo castellano, sencillo pero con muy buen gusto y esmero. Al llegar a una de las puertas del pasillo, la señora Remedios dudó un poco y al fin abrió la puerta.
- Esta era la habitación de mi hijo Juanito. Está tal y como la dejó.
Una habitación muy grande, una cama de hierro con una colcha de ganchillo y una gran ventana. Una mesa de nogal como las de despacho antiguo. Posters de Joan Baez y Bob Dylan. Un cuadro de “La Inmaculada” de Murillo y ...
- Pero si tiene una guitarra. Y un tocadiscos. Fíjate Isaac, discos de Los Beatles, Los Rolling y varias decenas más. Hombreeeeeee, tiene uno de Marisol.
La señora Remedios estaba muy contenta y Marisol me miraba con aquellos ojos verdes como embobada, incrédula de la reacción tan sorprendente y positiva de su madre.
- Señora Remedios, con todos mis respetos ¿me deja tocar un poco la guitarra en memoria de su hijo?
- Claro que te dejo. Veo que podrías ser muy buen amigo de mi hijo. Te veo a ti y es como si le viera a él.. Toca y vamos a sacar el tocadiscos y mientras merendamos pones la música que quieras. Marisol, vete a casa de Paqui, la panadera y dile que te dé una caja de bollos. Pero, mujer ponte guapa que estás hecha un adefesio y tenemos a dos buenos mozos de invitados.
Mientras hacían los filetes y preparaban todo, nos acercamos al señor Avelino que estaba dando de beber al caballo.
- ¿Hace un cigarro, señor Avelino?
- Hace. Contestó con un gesto de agradecimiento ¡Qué jodido Abel! Has conseguido en dos horas mas que todos en dos años.
Eran las siete en punto de la tarde y aquel matrimonio y su hija nos habían demostrado una entrega y un cariño como si nos conociéramos de siempre.
- Pues nada, vamos a merendar a la salud de todos. Os he sacado un vino especial. Lo tengo guardado desde que nació la chica. Es una emoción muy grande ver a mi mujer sonreir, comprobar que se ha puesto el vestido granate de las fiestas, que mi hija lleva la blusa blanca y la falda nueva. Haber oído la guitarra, tener ahí el tocadiscos, tantas cosas... que no puedo por menos que desearos la mejor suerte del mundo y que deciros que esta humilde casa siempre será vuestra casa.
- Muchas gracias, señor Avelino y señora Remedios, gracias también a Marisol por haberse puesto tan guapa y gracias a Isaac por se tan buen conductor. Ustedes son igual que mi padre y mi madre. Una de mis hermanas es de la edad de Marisol. Para mí todo esto ha sido un premio. Vamos a comer, que nos liamos y a las nueve tenemos que estar en el Destacamento.
En el tocadiscos sonaba una canción de Marisol: “Tengo el corazón contento”. Mis ojos se cruzaban de vez en cuando con los de aquella preciosidad que tenía de frente. La comida estaba riquísima y todo estaba perfecto.
- Abel, ¿sabes una cosa?
- Dígame, señora Remedios, dígame.
- Hoy me he dado cuenta de algo: aún queda una esperanza y sé que mi hijo, que está en los cielos, hoy está muy contento de ver a su padre con la camisa blanca de los domingos y a su hermana con la blusa que tenía guardada para cuando tuviera novio. En cuanto a mi... sólo decirte que..
- Tranquila mujer, no diga nada. Por cierto, ¿este queso es de Villalón?
- Pues claro, se lo compré ayer al que viene vendiéndolo con una carro y una mula.
Todo iba como la seda. Comíamos y nos acompañábamos con el excelente vino del señor Avelino, cuando, de repente, unos fuertes golpes sonaron en la puerta. Nos extrañó a todos aquella violencia.
Con el bocado en la boca reconocí la voz que hablaba con el señor Avelino. Le hice una seña a Isaac, nos recompusimos el uniforme y salimos a la calle. Era el Sargento Juárez y un soldado conductor. Me llevaron a un aparte y al oído me lo dijo el sargento: “Dejar aquí el pan si ya lo habéis comprado, se suspenden las maniobras y regresamos todos al Cuartel de Valladolid. Un lanzagranadas ha explotado y le voló la cabeza al Cabo Primero Matesanz. No tardéis en salir. El convoy ya regresa y en Valladolid están preparando el funeral para mañana. A esta gente no la digáis lo que ha pasado ¿Te has enterado bien, Abel Vega?” “Vale, me he enterado, salimos en diez minutos”. “De acuerdo, os esperamos en Valladolid”. “Por cierto Abel, tengo entendido que eras muy amigo de Matesanz, vete preparándote, tendrás que ayudar a su novia y a sus padres, que están en Sepúlveda y van camino del Cuartel a reconocer el cadáver, o lo que queda de él, así que no te entretengas”. “De acuerdo, salimos enseguida”.
Como decía César Vallejo: “Hay golpes en la vida... no sé”.
- Vamos Isaac, comprueba el aceite y el agua del Jeep y vamos a toda pastilla para Valladolid.
- ¿Pero qué hostias pasa? Replicó el conductor.
- Te lo cuento por el camino. Haz lo que te mando.
Aquella familia se quedó de piedra intuyendo que algo grave había pasado.
- Señora Remedios, no podemos llevarnos el pan. Ha habido cambio de planes. Nos tenemos que ir ahora mismo.
Marisol lloraba, desconsolada y se fue a su habitación. El señor Avelino no acertaba a decir una palabra. Me lavé la cara con agua fría de una palangana y me despedí.
- Señora Remedios, las dos mil pesetas del pan se las queda y le compra un vestido bien bonito para su hija. Señor Avelino, es muy posible que no nos veamos jamás, pero quiero que sepa que mi padre no se porta tan bien como usted.
Mientras abríamos la puertas del portalón se acercó Marisol y al darme un beso de despedida metió un papel en el bolso de atrás de mi pantalón sin que nadie se diera cuenta. La señora Remedios nos regaló la caja de bollos que acababan de comprar.
Antes de llegar a Valladolid saqué el papel. Lo miré bien y lo guardé en mi puño con todas la fuerzas ponía: “Abel, te quiero, escríbeme por favor”. y las señas. Isaac y yo no hablamos nada en todo el viaje, solo se le ocurrió un comentario: Ese lanzagranadas que explotó, era el que te hubiera tocado de no haber sido por lo del pan. Lo sé, le contesté y rompí en mil pedazos el papel de una niña-mujer de ojos verdes que brillaban como luceros.
FIN.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Me ha gustado mucho .

Luna del Alba

9 de julio de 2007, 2:39  

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