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domingo, 16 de septiembre de 2007

LA TOTILLA DE PATAS (III)

Esta sartén es buena porque no mancha tanto la placa, lo único que tiene es que se necesita tenedor de madera para ir dándole vueltas a las patatas bien despacio. Ir mezclando la cebolla y esperar a que se cueza el conjunto y quede bien sabroso con unas pizcas de sal, pero no mucho para que no quede salada. Pues ya te digo, en el fondo estoy un poco harto de recurrir siempre al pasado. El pasado no existe y el futuro aún no ha llegado, por lo tanto sólo tenemos el presente. No te jode, se presenta allí de malas maneras y dice: Mire usted, yo soy abogado. Bueno, usted es abogado y yo soy lo que soy, así que estamos empatados. Usted a lo suyo y yo a lo mío. El presupuesto es gratuito y sin compromiso. Si lo acepta, muy bien, y si no, pues no pasa nada. Tan amigos. Mi médico me tiene prohibido hacer descuentos. El producto se lo llevamos a casa y se lo instalamos gratis. Lo aceptó, pero me costó dominar su prepotencia. En el trabajo hoy no se piensa. Es domingo y hasta las 11 de la noche no se piensa en el trabajo, es la norma. Ada y Toro no están abandonados, al contrario. Cada día pienso en ellos. Erika pasará a tener mucho protagonismo y el novio de Ada y la amiga tendrán el suyo. Cada personaje irá adquiriendo la importancia que les corresponde. Pero tendré que esmerarme en una mayor calidad literaria y más carga poética. Ada es una mujer comparable a Ana Karenina o a Madame Bovary. Ojalá pudiera llegar a acercarme a su verdadera identidad. Eso si, más ardiente, más explícita. Toro... ese es harina de otro costal. La obra de teatro se retrasa, los cuadros..., sólo me faltan dos para terminar la serie. En esta semana me toca cambiar el jardín seco. Pero nunca me olvido del piano. Anoche pensaba en el piano. Si no puede ser un Steinway & Songs, que sea un Schimmel, qué bien suena en la película “Cuatro minutos”. Un Schimmel, qué maravilla. ¿Te imaginas? Una gran casa en la montaña... cerca del mar. El último piso... con grandes ventanales, con enormes claraboyas de cristal en el tejado. El piano... decididamente que sea un Schimmel, una columna de mármol a cada una de las cuatro esquinas, sobre las columnas un pebetero de aceite con su llama permanente, la noche estrellada, la luna que se ve a través de las claraboyas transparentes y ... yo sentado al piano. Improvisar arpegios, un sostenutto moltto pianisiimo, despacio, muy despacio, atacar la tecla con emoción, con ternura, y el sonido se interna a través de los poros del alma, y despacito, el sonido, por medio de la sinestesia y de las interrelaciones emocionales, casi cristalino de mi adorado Schimmel y se produce la transmutación de la música con la poesía y ahí, ahí es cuando viene el alumbramiento y se desborda y derrama la emoción extrema y sale la lágrima ¿Te imaginas? Y nadie, nadie sabrá jamás que me he muerto justo en ese momento. Pero unos segundos antes de mi muerte, la última mirada será para la luna. Ella y yo sabemos lo que nos queremos decir. Es la única que lo sabe. Pero aún me falta mucho trabajo y mucha suerte propicia por conseguirlo. Estoy vivo gracias a mis infinitos sueños. El día que me muera... Joder, que se me queman las patatas. Ahora a batir los huevos bien batidos. Una vez veníamos dos amigos y yo de tomar unas cuantas cervezas y jugamos a nuestro juego favorito: Ver quién hacía la meada más larga sobre la tierra de la calle. La farola de la esquina de mi casa nos alumbraba. Mientras estábamos con nuestro rito, miré al cielo, vi la luna espléndida, enorme, llena de magnetismo y dije: ¡Qué hermosa es la luna y qué hermoso este momento! A los amigos casi se les corta la meada y dijeron casi a dúo: vamos, vamos, que este es maricón. Nadie me ha entendido nunca. Menos mal que tengo muchos sueños, eso me salva de la demencia y me arrastra a esta maravillosa locura de estar siempre con la mente pensando en “mis cosas”. Pues mezclo bien la patata y cebolla con el huevo batido y al sartén. Va a quedar para chupar los dedos. Hablando de dedos...

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