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martes, 6 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (IX)

El vermuth.

El tiempo parecía detenerse, sin embargo los segundos infinitos caminaban inexorables, lo suficiente como para que ya hayan pasado casi siete horas desde que llegué hasta ésta casa, aunque podría parecer media vida. El sol sigue calentando el campo aunque el viento ligero y fresco impide que se licúen las gotas de escarcha y hielo que aún permanecen pegadas a los arbustos y a los pinos.
La señora Carver me hace pensar más de lo debido, de alguna manera me duele ser espectador permanente y me sorprendo de no pasar a primer plano y ser actor alguna vez. Pienso en el dinero que me queda, en mis circunstancias y no me queda más remedio que resignárme y continuar en mi papel, aunque a veces me duela no ser lo suficiente atrevido y tenga que aguantar algún inconveniente. Pero es mejor así, dejárse llevar por las cosas sencillas y cotidianas de ésta extraña convivencia y ver qué da de sí. Desvanecerse de lo trascendente y quedar quieto, a la deriva, como si fuera un tronco en medio de la corriente torrencial del río de mi vida.
La señora Carver abre los armarios roperos de su habitación y elige una camisa blanca de lino. Se la pone y dice que ya que está la casa caliente por la calefacción central y que como no saldremos de casa hasta mañana, que no necesita sujetador, que así se siente más libre de ataduras.
En la cocina me pide que le ayude a pelar las patatas mientras ella pica abundante pimiento verde y cebolla para rehogárlo todo antes de echar el agua, el bacalao y las patatas. Su delantal protege su ropa y cuando deja todo cociendo se lo quita. La camisa está casi desabotonada por lo que mis ojos no pueden evitar mirar su abundante escote y la marca bien pronunciada de sus pezones que casi se dejan ver a través de la tela.
Saca una botella de vermuth, pone hielo en dos vasos de tubo largo y en un platito bastantes aceitunas manzanilla. No suelo beber pero no puedo, ni quiero, rechazar la invitación de la señora Carver.
Sentados uno frente al otro, saboreamos el primer trago.
- Está riquísimo, dice ella relamiéndose los labios.
- Pues sí, está muy bueno. Me encantan las aceitunas. Muchas gracias por invitárme, señora Carver.
- De nada hombre, gracias a ti por hacerme compañía. Hacía tiempo que no tomaba vermuth como ahora ¿Brindamos?
- Como quiera, y ¿por qué brindamos?
- Por tus éxitos, por tus estudios, por una felíz estáncia en ésta casa, por ejemplo ¡Hay tantas cosas!
- Por usted, señora Carver. Nuestros vasos chocaron entre si y me fijé en los ojos de la señora Carver, siempre acuosos, pero esta vez con un brllo especial.
Encendió un cigarrillo y empezó a hablar como lo hacía casi siempre, como concentrada en si misma, como si hablara primero para ella y luego para mí.
- Tu necesitas a una muchacha de tu edad o menos. Pongamos de veinte o veintiun años, incluso hasta los dieciocho estaría bien. Cuando te dije que había empezado a hacer el amor con mi marido, entónces mi novio, a los dieciocho años y a la luz de la lumbre de la chimenea, te mentí. En realidad, fui muy precoz. Cuando tenía once años se podujo en mi una especie de transformación física explosiva. En un mes, más o menos, crecí mucho y me nacieron los pechitos. Con doce años ya era casi como ahora. Mis pechitos se fueron conviertiedo en preciosos senos que llamaban la etención. Casi de repente, me convertí en la más admirada y deseada de todas mis compañeras de Instituto. Los hombres, jóvenes y mayores, me miraban como diciéndo que les gustaría estar conmigo y algunas chicas y mujeres también me miraban con lascivia. Estaba muy orgullosa de mi cuerpo y hacía todo lo posible por potenciar mi sensualidad. Mi abuelo un día me dijo que le gustaría hacerme fotos y yo lo encontré natural porque era por motivos artísticos y el pobre no podía pagar a una modelo, así que me desnudaba para él porque estaba orgullosa de mi cuerpo y quién mejor que mi abuelo para que lo admirara. Me hizo varias sesiones y aquellas fotos eran nuestro secreto que los dos guardamos como se guarda un tesoro y así permanece. Eres el primero que lo sabe. Una mañana al entrar en el autobús que nos llevaba desde aquí, desde el pueblo hasta la ciudad, el conductor me pasó a escondidas un papelito. "Leélo en el baño, y lo rompes", dijo. En el baño lo leí y ¿sabes lo que ponía?
- ¿Qué ponía?
- "Eres la más guapa del mundo, si quieres que te quiera ven a mediodia, te espero".
- ¿Y qué hizo usted?
- Puse una disculpa a la hora del comedor y me las arreglé para ir al hangar donde estaba esperando el autobús. El conductor, que esperaba dentro, al verme me hizo señas para que entrara con disimulo. Entré en el autobús.
- ¿Qué paso?
- El primer día nos sentamos en el asiento de atrás y aquél hombre que debía tener unos treinta años pero que era muy guapo, para mi como un dios apolo, se dejó caer la cabeza sobre mis piernas y dijo que le dejara dormir media hora, que le avisara. Así que allí me verías a mi, como una tonta, sentada y con la cabeza de aquel hombre completamente dormido. A la media hora le avisé y al despertárse me agarró de la cabeza y como me pilló desprevenida me dió el primer beso que me daba un hombre. Me quería despegar porque me daba asco aquella lengua en mi boca y él con su mano fuerte agarrandóme no me dejaba, a los pocos segundos cedí y me dejé hacer. Estuvimos así como diez minutos ¿Te imaginas un beso de diez minutos entre un hombre mayor y una chiquilla de casi trece años?
- No, no me lo imagino.
- Pues que me volvió loca. Estuve enamorada de él, en sumo secreto, durante los cinco años más delicados de mi vida y aún le tengo grabado dentro como el primer gran amor de mi vida. Cuando podíamos quedábamos y él me enseñó a ser experta en el arte, como él decía, del sexo y la seducción. Como le cambiaron de ruta, nos veíamos alguna vez que otra, pero me fué olvidando y en ésa epoca conocí al que fue mi marido. Así que ya sabes algo más de mi. Voy a echar un poco de arroz a las patatas y mientras da el último hervor vamos a ver cómo va la vaca.
Es agradable escuchar estas confidencias, estos secretos, estas intimidades tan personales, pero precisamente por eso, quisiera saber por qué me lo cuenta, Por ahora sólo pienso en la vaca y en las imágenes que se me cruzan por la mente, múltiples y desiguales como los estratos de un talúd de piedra en un paisaje lunar. Tengo mis dudas, mis luchas internas ¿El hacha o la hoz?

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