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jueves, 19 de marzo de 2009

MEMORIAS DE UN NIÑO LABRADOR (III)

Al día siguiente, pasada la emoción del viaje, mi madre me mandó llevar la comida a mi padre que estaba en el campo, regando la remolacha que tenía sembrada en la finca del Río Chiquito, muy distante de nuestra casa.
Por el camino, escondido entre los juncos, vi un trozo grande de periódico. Miré a un lado y otro del camino y como no me veía nadie, lo cogí con mucho cuidado. Casi media hoja de “El Caso”. Por un lado daba una noticia de un crimen “pasional” que yo no sabía que era eso, de un hombre que mató a otro y a la novia que había sido antes del asesino, pero ya no.
Se hablaba de mucha sangre, hoces, hachas, cortijos y muchas cosas que no entendía. Luego lo leeré mejor, me dije. Le di la vuelta y... la otra cara estaba llena de caca seca, porque lo habían usado para limpiarse el culo. Me fijé bien entre los juncos y efectivamente, allí estaba el gran mojón de un marrano, o marrana, que nunca se sabe.
Dado que el papel estaba perfectamente seco, lo doble bien doblado y lo metí en el bolso del pantalón. Mi padre me esperaba a la sombra de unos chopos. ¿Cómo has tardado tanto?, que no vales para nada, que mira como trae la sopa toda derramada por el serillo, ¡no sabes ni traer la comida!
Rompí a llorar. No llores, que los hombres no lloran. Voy a dormir la siesta, cuando la sombra llegue donde aquella zarza me despiertas. Al ver que mi padre estaba dormido, cogí mi tesoro un poco sucio y con unas hierbas mojadas en la reguera del agua, limpié bien la parte manchada, con mucho cuidado para que no se borraran las letras.
Lo puse a secar al sol pero en un sitio apartado para que mi padre no lo viera. Entre unas cosas y otras se me olvidó despertarle. Cuando lo hizo por su cuenta y notó que la sombra había sobrepasado la zarza, me dio unos buenos tortazos en toda la cara.
Vuelta a llorar y mi padre me parecía menos dios. Después de un rato y cuando quedé solo, porque él se fue a ver cómo iba el agua por todos los surcos de remolacha, cogí el periódico y lo pude terminar de leer. Por la otra cara ponía que había sido victima del timo de la estampita un señor de un pueblo de Ávila, que había ido a Madrid a ver a un hijo que se acababa de casar y le llevaba dinero, parte de la cosecha de patatas.
Casi la mitad del cara de la hoja estaba ocupada por un anuncio de camiones Barreiros. Mi padre, todo enfadado, me mandó para casa andando y daba voces como un loco, diciendo que no te vuelvo a llevar a Benavente, porque no vales para nada.
Cuando llegué a casa, mi madre me dio unos besos y me dijo que es que tu padre es así, tan pronto te adora como te odia. Que hay que saberlo llevar.
Durante la cena se me ocurrió decir que los mejores camiones que había eran los Barreiros. Mi padre todo serio, le dijo a mi madre: cuando pase el cartero, le dices que traiga periódicos atrasados, que los deja casi por nada o le das unas lechugas a cambio, así tienes para envolver los bocadillos y para que los lea éste, a ver si se le quita la costumbre de coger los papeles que encuentra por la calle en el suelo y por los caminos, que atropa hasta los “cagaos”.
Mi padre era muy listo pero... todo había cambiado de la noche a la mañana. Mi padre no era un dios ni era nada ¿Por qué mi madre y nosotros, sus hijos, siempre estábamos llorando?

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