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jueves, 2 de abril de 2009

LA MIRADA

Siempre estuvo allí. En realidad, nunca se atrevió a mirar... si estaba cerrado con llave, o abierto.

Una tarde de otoño, hará cinco años, entró en aquel céntrico Museo y supo de su existencia. Solitario y en silencio, como un viejo árbol seco en medio del lodo, abandonado en un rincón sin que nadie le haga caso.

Durante unos minutos lo contempla emocionado, a punto de la lágrima, y poco después, regresa a casa.

Así lo lleva haciendo diez o doce veces cada año y como si fuera un rito ancestral, cumple con la ceremonia de admirarlo con emocionada devoción.

Siempre quiso poseer uno parecido, tan elegante, con su perfil tan señorial, brillante como un espejo, radiante como un sol negro en medio del fuego de un volcán, tan hermoso y tan inmenso en sus posibilidades sonoras, en sus infinitas sugerencias.

Nadie sabe lo mucho que significa para él estar seguro de que siempre estuvo y estará allí, aunque no se atreva a mirar si está abierto o cerrado con llave, porque en realidad no sabría cómo tocarlo. Lo importante es que está y puede sentir la fascinación de contemplarlo.

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