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viernes, 27 de marzo de 2009

MI LUCERITO Y YO

Dedicado a Carlos Vázquez, pintor amigo,
con motivo de su exposición
de cuadros sobre toros y toreros.

"Era un domingo poco antes de Misa de doce.
- Levántate, levántate, que tenemos un ternero.
Junto a la vaca recién parida, el ternerito más guapo que había visto en toda mi vida de apenas seis años.
- ¡Qué bonito es mamá, qué bonito!
Su pelo azabache, suave como el osito de peluche que nunca tuve, sus ojos como luceros, y sus patas temblando de tanto nervio, de tanta vida.
- ¿Cómo se llama, papá?
- Los terneros no tienen nombre, pero si quieres, pónselo.
- Que se llame Lucerito.
Y con ese nombre se quedó.
Cada mañana, al levantarme, entraba a las cuadras a ver a mi Lucerito. Le hablaba como si me entendiera, le acariciaba con la mano por el lomo, por la cabeza y le cogía del rabo.
Cada vez era más negro y brillaba más.
Poco a poco fue creciendo y creciendo, hasta que yo no alcanzaba a pasar mis manos ni por el lomo, ni por la testuz. Sus cuernos ya median más de una cuarta.
- Mañana lo llevamos a vender al mercado de León y si te portas bien, te compro una pluma para que escribas todo lo que se te ocurra.
Me daba pena que vendieran a mi ternerito del alma, pero siempre quise tener una estilográfica.
- Lo vamos a sacar al corral para que se espabile un poco, que se desbrave, que beba agua y que sepa lo que es estar fuera de la cuadra.
Mi madre y mis hermanas observaban tras la verja del huerto. Mi padre con una tralla para darle ánimos y yo... apoyado en la pared de adobes del corral, esperando a ver la escena en primera fila.
Sale de la cuadra mi Lucerito, que ya es un novillo. Mira para un lado y para otro y se arranca, como se arrancan los toros. Mi padre lo lleva a que beba agua y bebe. Levanta la cabeza y mira al cielo. Baja la cabeza y bebe, levanta la cabeza y mira a la puerta de la cuadra y se lanza a la carrera, bramando de contento. Da saltos de alegría y corre y se para, mira al cielo y rasca con sus patas el suelo.
De repente, me ve con mi jersey rojo y mi pelo tan negro como el suyo. Rasca y rasca la tierra del suelo hasta levantar polvo, me mira y me mira... se arranca cómo un ciclón, desde el otro extremo.
- ¡Mi hijo, que lo mata, mi hijo que lo mata! Gritaba mi madre, mis hermanas llorando y mi padre con la tralla en la mano y el corazón en un puño.
Fueron segundos, bien lo sé, pero yo quieto, como un madero.
El cuerno derecho me rozó el costado, el izquierdo el brazo y el morro húmedo y brillante, echando humo, me mojó el pecho.
Mi madre llorando, mis hermanas riendo, mi padre con un respiro y yo... contento porque mi Lucerito me dio un beso cerca del corazón.

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