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miércoles, 8 de abril de 2009

SOPHIE

VIII
Comimos unos sandwiches de queso y algo de fruta. Sawa me habla como si fuera su amiga de toda la vida, me cuenta cosas personales, aspectos profesionales y familiares, todo para que la conozca un poco más y vaya cogiendo confianza en ella, supongo. Aparenta ser feliz, pero en el fondo está preocupada por su vida sentimental que dice que es un desastre.

“Esta noche aparcaremos los problemas y las tristezas. Voy a llamar a mi amigo a ver si puede venir a tatuarte”. Su conversación es en un idioma africano y algunas veces en inglés. Le dice que soy muy guapa y sexy, que soy virgen, que tengo dinero. Detecto como que el tatuador no está muy animado a venir. Pone la mano en el auricular y me pregunta cuánto dinero tengo. “Tiene cincuenta euros”, escucha y después de un par de okeys cuelga.

“Vendrá, que le esperemos”. Llamo a mi madre y le digo que me metí a escuchar una conferencia con una amiga del Taller y que llegaré tarde, que cenaremos algo y tomaremos unas copas, que esté tranquila.

“Mis padres están viviendo, por una temporada, en Nueva York. La próxima semana iré a pasar unos días en la playa. Tenemos un chalet en Oliva y puedes venir conmigo si quieres. No tendrás que pagar nada”.

Pregunto por como es el tatuador. “Es buena persona, negro por supuesto, pero buena persona, de confianza, ya le verás” ¿Me hará daño? “Claro que te hará daño, el que se hace con un tatuaje”.

En realidad yo le preguntaba por otro tipo de daño, no me ha entendido, pero es igual. No hay marcha atrás. Me dejo llevar.

Sawa me anima a que presente mi curriculum en su empresa, que me darán trabajos esporádicos para que pueda ganar algún dinero los fines de semana y algunos días que tenga libre. Me ayudará, dice.

Antes de que llegue el tatuador nos hacemos fotos eróticas con su cámara digital. “Mi padre estaba preocupado por mis continuos viajes cuando era modelo de una Casa de Modas. Mi fotógrafo preferido cada día me pedía más y más. Llegó a pedirme fotos más explícitas y pretendía hacer de mi una actriz porno, al negarme, me traicinó y contó medias verdades de mi. Antes de que la cosa fuera a más dejé ese mundo y empecé a trabajar donde estoy ahora y no puedo quejarme, la verdad.
No te sientas mal conmigo, si no quieres besarme no lo hagas. Sabes que es un juego, un divertimento, estoy harta de hacérmelo sola”. Y yo, pensé.

Sonó el timbre. “Ahí está el tatuador, no te preocupes, déjame a mi”. Antes de salir a abrir la puerta me comió la boca y yo a ella. “Relájate”.

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