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jueves, 9 de julio de 2009

¡¡¡HERMANO!!!

Día 3 de Febrero de 1939, fiesta grande de San Blas en Villamandos (León). El teniente Martínez, que era de cerca de mi pueblo, también se acordó y mientras cenábamos, dijo alborozado:

- Cadenas, ¿te imaginas?, a estas horas, en el baile del salón de Villamandos, con orquesta y todo ¡Que buenas mozas hay en Villamandos! dijo.

- Son mejores las de Villaquejida, no vayas a comparar, respondí.
- Como que las de mi pueblo están malas. No te jode.
Habíamos tenido la suerte de que nos destinaran a este destacamento en la montaña. Aquí, estamos más tranquilos que en las trincheras, heladas y llenas de fango y charcos ocultos bajo el carámbano del frente, donde habíamos luchado a base de fusil y bañoneta, desde el día de Todos los Santos hasta las Navidades. Nuestra misión era prácticamente secreta y nos librábamos de las rutinarias guardias y de otras actividades realmente penosas. Ocupábamos un caserío en las afueras de aquel pueblo, de cuyo nombre mejor no acordarse. El invierno ha sido muy duro y aún nieva con frecuencia. Las tapias tienen una cuarta de nieve y en el tejado la blancura se está helando. Nuestra habitación es amplia y disponemos de chimenea, atestada de leña ardiendo, para el teniente y para mí. Junto con el cabo Primero y los soldados, debíamos ser unos quince. Eso sí, teníamos que estar con los ojos bien abiertos, en alerta permanente, por si acaso.
Serían sobre las tres de la mañana, cuando varios golpes en la puerta, me despertaron con un sobresalto. Era el teniente:
- Cadenas, Cadenas, levántate que se acerca un camión ¿Mando formar?
Abrí la puerta de la habitación y medio vestido, le mandé entrar.
- Tranquilo hombre, no pasa nada. Lo estaba esperando.
- ¿Pero qué cojones ocurre?
- Nada, no pasa nada, todos tranquilos. Estar pendientes para abrir las cancelas cuando llegue el cargamento y dar señas de adelante con los faros de nuestros camiones. Hay que pedir el santo y seña y que pasen a los corrales de las cuadras.

- ¿Qué traen a estas jodidas horas de la noche, con la que está cayendo?
- Ya lo verás hombre, ya lo verás. Baja, pon en alerta a la tropa y estar preparados y atentos a mis ordenes. Ahora bajo yo. Una cosa muy importante: Comprobar la munición y tener las armas preparadas. Tenemos canción.

- ¡No jodas!

- Sin joder. Son ordenes de arriba y ya sabes, a obedecer tocan.

Me dio tiempo a coger unas nueces y un cacho de pan. Bajé a recibir “la mercancía” que nos traían desde el frente de batalla.
- Cadenas, le faltan dos curvas para llegar.
- Está bien. Tranquilos que no pasa nada. Este asunto lo ventilamos en un periquete y que nadie se cague por la pata abajo. Los cojones, como los amigos, para las ocasiones, que para eso están.
Los soldados se mostraban inquietos y preocupados por la sorpresa. Respecto a mi, sereno y muy... digamos en mi puesto, como corresponde a un capitán, acostumbrado a la brutalidad humana desde que empezó la guerra, aunque, dicha sea la verdad, la procesión iba por dentro. Cumpliendo con mi deber, vamos.
Me acerco, pistola en mano, al conductor del camión entoldado que se había detenido a la orden de ¡alto!, unos metros antes de la cancela de entrada.

- Buenas noches, camarada ¿Santo y seña?
- “Asturias patria querida”.
- Adelante, ponlo bajo el cobertizo, junto a aquellas cuadras. Por cierto..., ¿cuántos son?

- Trece.

- ¿Trece?
- Sí, trece.
- Mal número... joder, mal número. Levantas la lona, y que vayan bajando.

- A ver vosotros, venir aquí. Bueno, ya sabéis, alguna vez nos tenía que tocar y estas cosas alguien las tiene que hacer. Necesito seis voluntarios.

Como un rayo saltó Pablo Castro y dice: cuenta conmigo. Enseguida dieron un paso al frente: Jacinto García, cuenta conmigo, Santiago Carrera, cuenta conmigo, Ezequiel Navarro, cuenta conmigo, Lucio Restrepo, cuenta conmigo, Lázaro Prieto, cuenta conmigo.
-Bien, así me gusta. Quiero una cosa rápida y limpia. Ráfaga al corazón y tiro de gracia. Son trece, os tocan a dos cada uno y tu, Pablo, al del centro ¿Estáis de acuerdo? Pues adelante. Ponerles contra la tapia del huerto.

- Una pregunta mi capitán, saltó Ezequiel, y digo yo... ¿Sin confesar?

- Sin confesar ni ostias. No me jodas, Ezequiel, ¿Cuándo se ha visto que los rojos se confiesen?
- Pues nada, manos a la obra, por mi que no quede. Respondió Ezequiel.
- Encender los focos de los camiones, ponerles contra la pared, quitarles la venda de los ojos y las esposas, para que se enteren bien estos cabrones.

Atento el pelotón de fusilamiento: A formar.
- ¿Veis bien el objetivo?
- Si mi capitán, lo vemos.
- Perfecto. Hacer buena puntería y tirar al corazón, que no quiero destrozos. Preparados, firmes. Rodilla en tierra, apunten armas...

En esto, que de entre los prisioneros, salió más que una voz, un grito estremecedor que hizo que se congelara la noche del tiempo.
- Pablo Castroooooooooooooooo, ¡¡¡Hermanoooooooooo!!!, ¡¡¡Hermano!!! ¿Serías capaz de fusilar a tu hermano Luis?, ¡¡¡Soy Luis Castro!!!

A todos se nos cortó la respiración.

- ¡¡¡Altoooooooooooooooo el pelotón de fusilamientoooooooooo!!!, dije, con un grito salido de mis infiernos ¡Que no dispare nadie! ¡Que nadie se mueva, me cago en dios! ¡Quietos todos!

- Pablo Castro...¿Reconoces a tu hermano?
- Si, capitán Cadenas, si. Es mi hermano Luis Castro ¿Podemos abrazarnos?
- Pues claro coño, daros un abrazo, ostias. A ver, tranquilos todos y dejaros de lágrimas de parvulinas de escuela. Esto es la guerra, o es que ¿nos os dais cuenta? Hacerles prisioneros, tomarles la afiliación y que coman de caliente y lo que necesiten, que duerman en las cuadras de los caballos con buen mullido de paja, que mañana será otro día.

Los hermanos Pablo y Luis Castro, no se separaron ni un momento. Al día siguiente, conseguí del Estado Mayor que se aplazara la ejecución, al menos ocho días. Les hicieron Consejo de Guerra y se salvaron los trece soldados rojos, que, dicho sea de paso, resultaron ser excelentes personas. Me hice amigo de uno de los prisioneros, que era de la parte de Babia. Excelente poeta y mejor persona.
Una cosa no quita la otra.

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