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lunes, 9 de junio de 2008

SIN ÁNGEL DE LA GUARDA

Nunca he notado al ángel de mi guarda,
al encargado de dar alivio y amparo.
Nunca sentí abrazos, ni sonrisas,
ni la acariciadora levedad pura de su ser.

Se debió olvidar de mi el que hace falta
cuando viene, sigilosa, la tormenta
o cuando ataca el severo dolor interno
de la ausencia de lo amado y sentido.

Me tiene aquí, olvidado de la mano de dios,
envuelto en las sombras aniquiladoras,
que me abrazan con hostilidad
y persistente desafío atronador.

A tientas, voy escapando de los ataques
que me asedian, con verdadera saña,
con aterradora insistencia, vigilantes
de que no tenga ni un ápice de bonanza.

Algunas veces, en tardes derretidas
de viento suave en la alameda,
parece detenerse el cruel asedio
y sopla un tenue silbido que me revive.

Nunca percibo al ángel de mi guarda
y es preferible que ni aparezca.
¿Dónde estuvo cuando más falta hizo?
¿Dónde la enérgica pureza que requerí?

Estar solo, completamente, sin ángel,
sin nadie, viene bien a la hora terrible
de que sopesen, con justa balanza
de bronce, el fatídico veredicto final:

“Doble valor, no tuvo a nadie”.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Debe estar muy ocupado, supongo, a mi me encantaría enamorarlo y que siempre y para siempre estuviera a mi lado.
Un beso desde Sevilla.-

9 de junio de 2008, 5:07  

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