Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

miércoles, 28 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XVI)

XVI.- La complicación.

No es de extrañar que los acontecimientos tomen vida própia y se deslicen por el devenir de los aconteceres a su antojo o albedrío. De poco vale que uno se proponga algo si, al final, por mucha determinación que uno ponga, va a ser lo que tenga que ser.
La vaca nueva de la señora Carver ha vuelto a tener fiebre y muge ensordecedores gritos. Mi experiencia con el ganado se limita a dos veces que ayudé a mi abuelo a parir a dos vacas cuando aún era adolescente, por lo que me veía totalmente desbordado. Según la señora Carver el veterinario estaba ausente, de viaje, y no había ningún vecino ganadero, que nos pudiera echar una mano, a menos de siete u ocho kilómetros.
Teníamos que salvar a la vaca y al ternero como fuera. Le pedí calma a la señora Carver y recurrí a lo que buenamente se me ocurrió. Lo más inmediato era conseguir que la vaca rompiera aguas y a partir de ahí, con la vaca echada, tratar de sacar a la ternera lo antes posible, que no tuviera tiempo de morirse dentro de su madre.
Lo primero que hice fué soltar al animal de su pesebre y sacarle hasta el patio para que diera una vuelta y se relajara por el aire y el influjo de la luna. La vaca al ver la noche, al ver el cielo, dejó de quejarse, dejó de mugir y arqueando su columna, se abrió de patas y echó una gran meada. Cogida del ramal, la dí un paseo de unos quince minutos alrededor del establo y cuando me pareció la volví a meter en su habitáculo y la até junto a su pesebre.
Poco a poco, la vaca se fué relajando, mientras la señora Carver y yo, preocupados, observabámos cada uno de sus movimientos, escuchamos cómo dentro de su vientre algo se movía y le sobrevino un ruído interno como cuando rugen las tripas en uno de nosotros, las personas. La toqué un cuerno y empecé a hablar a la vaca, consciente, por supuesto, de que la vaca no me entendía, pero que a mi me servía como esfuerzo añadido para tratar el de salvar a la vaca y a su criatura. "Hala vaca, haz el favor de ponerte buena, de tener a tu hija como dios manda y de quitárnos a tu dueña y a mi ésta preocupación". La fiebre le bajó casi del todo. "Eres la vaca más guapa del mundo y no me puedes hacer la putada de dejárme en mal lugar ante la señora Carver". Le dí un buen masaje por donde buenamente se me ocurrió. "Echate y sé buena, por favor". La vaca en cinco minutos se echó. "Ahora tienes que romper aguas, que no sé a qué coños esperas". La vaca arqueó el espinazo, como cuando se pone a mear, pero echada, y la vaca rompió aguas. "Ya te queda poco, mi vaca preciosa, ahora haz un esfuerzo y empieza a parir, que nos estamos quedando fríos. Si lo haces bien, tendrás tu premio en forma de doble ración durante unos días". La vaca me miraba con esos ojos que se les ponen a las vacas, una mezcla de ternura y mimos. La seguí acariciando y dándole masajes donde buenamente me parecía.
- ¿Se morirá, James?
- No, ya está salvada. En diez minutos la vaca parirá.
- ¿Como lo sabes?
- La vaca es lista y sabe que lo mejor para ella es que todo vaya bien. Esté tranquila y verá como tenemos suerte.
En éstas estamos cuando notamos cómo la vaca hacía esfuerzos y se le abrió la vagina. En tres de esos esfuerzos conseguimos ver cómo empezaba a nacer la ternera. Volví a hablar a la vaca, lo más cerca que podía de su oreja y después de cuatro o cinco contracciones e impulsos, la vaca parió.
En el suelo estaba la ternera completamente envuelta en su bolsa amniótica, sucia con restos de sangre y de restos de placenta. No se movía.
- Está muerta.- Dijo la señora Carver.- ¡Está muerta! - repitió entre sollozos y yo también lo creí, la verdad sea dicha.
Con los guantes de latex puestos, limpié bien a la ternera, la abrí bien la boca y la di unas buenas palmadas en las carrilladas de la cabeza. "Despierta ternera, ¡¡¡despiertaaaaaa!!!" y la ternera ni se inmutaba. Yacía en el suelo con la pata estirada como hacen las terneras que se mueren. Me armé de valor y seguí con mis súplicas. "Despierta ternera, ¡¡¡despierta...." y entónces la vaca nueva, su madre, lanzó un gran mugido, como si hubiera sido una llamada a la hija dormida, y la ternera abrió los ojos y abrió la boca de tal manera que se nos pareció a un bostezo. Empecé a notar cómo se le movía el vientre, luego la pata que había tenido estirada y finalmente, como si le diera pereza levantarse, lo hizo con desgana. Sus cuatro patas ya estaban en el suelo y entre temblores y escalofríos, la ternera miró hacia un lado y a otro, como si estuiviera desconcertada, perdida, mareada, no sé, el caso es que la ayudé a llegar hasta la boca de su madre, la vaca nueva, para que la lamiera, la diera el calor de madre y de paso la limpiara los restos de placenta y sangre que tenía pegada en su piel. Poco después la ayudé a llegar hasta la ubre de su madre y al principio no sabía ni cómo hacer, pero como la naturaleza es sabia, la vaca nueva, ya levantada, empezó a segregar leche que le goteaba por una de las tetillas y su hija, la ternera empezó a mamar.
La vaca en unos minutos terminó de expulsar la placenta y así, poco tiempo después, conseguimos, entre la señora Carver y yo pudiéramos dado como finalizado el parto felíz, que tanto habíamos deseado.
La señora Carver me abrazada enloquecida de alegría y sus lágrimas me mojaban las mejillas. Por primera vez no pensaba en nada, en absolutamnete nada. Me quedé en blanco, totalmente en blanco. (a vuela pluma, pendiente de corregir)

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio