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martes, 20 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XIII)

XIII.- La locura.
Y entonces al llegar a la casa, sin más demora, cogí mi pequeña maleta, la señora Carver el maletín con la máquina de escribir Erika y de un viaje subimos todas las cosas hasta la buardilla. Colocamos la maleta y la máquina de escribir cerca de la cama y las herramientas junto a la chimenea para que hicieran compañía a las tenazas, la paleta para recoger la ceniza y la escobilla de espliego.
La estancia es como un pequeño gran museo y todos los detalles y las cosas que allí se encuentran son imposibles de describir, en este momento, por lo abundantes y porque aún no las conozco con detalle. Como hace mucho tiempo que nadie habita la estancia, la señora Carver no se preocupa de limpiar el polvo o de barrer y fregar los suelos de madera barnizada, semejante a la tarima o al parquet.
Por ahora no hay prisa de hacer nada hasta que mañana la señora de la limpieza le dedique unas horas en adecentarla un poco. Me detuve a contemplar lo más destacado, las lámparas de pie, las mesas de mármol, los sofás, los cuadros, el piano, y el caballete con un boceto al carboncillo y al fondo, una puerta blanca de doble hoja con los cristales viselados y que aún no se qué hay detrás de ella ¿Cómo no sentirme afortunado si siempre soñé con un lugar como este? Por el momento es mejor no mostrar demasiado interés, tratar de aprovechar las ventanjas sobrevenidas sin darle importancia, no vaya a ser que de tanto ensalzar las virtudes del lugar, la señora Carver trate de subirme el precio por vivir en tan privilegiado lugar.
La señora Carver no disimula su alegría y entusiasmo y procura estar siempre muy cerca de mi. Cuando le dije que quería ir al baño me sugirió que bajaramos al de su habitación porque el de la buhardilla tiene la bombilla fundida. Me agarró del brazo y bajamos los dos tan juntos por la escalera, que casi corríamos peligro de caernos. Se quitó el jersey y las botas y cuando vio que me disponía a hacer pis, se acercó por detrás de mi y preguntó:
- ¿Puedo? - sin que me diera tiempo a reaccionar, la señora Carver me cogió la polla con su mano derecha y con el brazo izquierdo alrededor de mi cintura, observaba cómo iba a hacer mi necesidad menor. Me parecía un exceso de confianza, un atrevimiento, pero como todo en ella era tan espontáneo, tan natural, no pude por menos que reir la gracia y seguir allí con mi polla apuntando al inodoro y la mano de la señora Carver intentando dirigir bien el chorro caliente para que no cayera fuera del recipiente blanco.
- Así no puedo, me da la risa.
- Concéntrate y no pienses en mi mano - Me concentré y al fin hice una meada abundante y sonora. Al terminar, ella cogió un poco de papel higiénico y la limpió a base de bien, entreteniéndose en el capullo y la rajita, como ella decía. Como uno no es de piedra y la polla tampoco, aquél miembro empezó a manifestar su lógica reacción. Entónces la señora Carver la dejó rapidamente y su semblante cambió como de la noche al día. Cerró la puerta del baño y salió.
Uno no sabe bien qué misterios pasan por las mentes de las personas porque a duras penas se entiende uno mismo. Acabé de colocarme bien la ropa y antes de salir respiré hondo. No sabía a lo que me enfrentaba al salir del baño.
La señora Carver estaba sentada en la cama con las manos tapándose la cara. No lloraba pero casi. Allí de píe la contemplaba. Aquel pelo tan abundante y rojizo, aquellas manos cuidadas pero de largos y gruesos dedos, aquella blusa entreabierta y el escote tan exuberante... a mi me gustaba aquella mujer. Lo que no me gusta es que ella, ni nadie, lo pase mal por mi culpa.
- ¿Qué le pasa, señora Carver?
- Nada James, no me pasa nada. Lo que me pasa es que o soy tonta o estoy loca. - Contestó sin quitarse las manos de la cara. Me senté a su lado y me quedé pensativo.
- ¿Quiere que me vaya? Si quiere, ahora mismo cojo mis cosas y me voy a un hotel.
- Estoy sola James, muy sola ¿Quién me ayuda con la vaca?
- Le ayudaré con la vaca y cuando nazca la ternera, me voy. No hay problema, el problema es que usted se sienta mal por mi culpa, que por otra parte, no he hecho nada que yo sepa.
- Si has hecho James, si has hecho. No te darás cuenta, pero si has hecho. Mira... lo que me haces... mira... cómo estoy - y metiéndose los dedos en su vulva los sacó completamente mojados e inmediatamente se los limpió con un kleenex que llevaba en el bolso del pantalón tejano ¿Crees que esto es normal? ¿Qué me has hecho James, qué me has hecho? y no pudo reprimir su llanto. La dejé llorar tranquila y me dispuse a levantarme, cuando ella me retuvo agarrándo de mi mano con todas las fuerzas.
- No, por favor James, no te vayas. Aunque sea una locura no te vayas, por favor te lo pido. - Se volvió hacia mi y abrazándome con una fuerza inusitada, lloró y lloró sobre mi hombro. De vez en cuando me besaba en el cuello, tras la oreja, en la mejilla y susurraba, "esta locura es maravillosa... mañana decides si te quedas o no, pero al menos que te tenga conmigo esta noche, quizá no lo creas pero te quiero".
Uno es un hombre y aparte de otras cosas, pude comprobar que con mis manos abarco su cuello y que puestos a ello, sólo sería cosa de apretar, apretar y apretar. No quiero que nadie me quiera. Sería desolación y desamparo para ella y para mi.

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