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domingo, 18 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XII)

XII.- El bebedizo.
La señora Carver y yo, cruzamos los patios y jardines que separan la casa del establo con cierta prisa. Parecia que ambos estábamos deseando cumplir con el trámite de dar el bebedizo a la vaca en cuanto antes. Ningún comentario sobre el precioso cielo, casi sin nubes, inundado de un cielo maritímo y cristalino, ni reparamos, aparentemente, en la belleza de las montañas con las crestas siempre nevadas. Sin embargo, percibía una cierta proximidad fisica por parte de mi patrona.
Ella, como si pensara que no me daba cuenta, no se despegaba de mi lado y algunas veces hasta me cogía del brazo para señalarme cualquier detalle, otras, sin dismulo, me cogía de la mano o se aproximaba demasiado a mi cara o a mi boca. Su mirada era distinta y en sus palabras había un tono de familiaridad y casi de excesiva confianza. No me importaba. Me dejaba hacer y llevar por los senderos que ella me indicaba y yo no oponía resistencia. Algo había, no sé qué, pero que a mi, lejos de disgustarme, me gustaba casi morbosamente.
La señora Carver me ayudó a preparar el agua caliente, muy caliente, que salía del grifo en la pileta, dándome los ingredientes que yo le iba solicitando. Mi mirada a los alrededores del establo despertó curiosidad en ella.
- ¿Que buscas? ¿Qué necesitas?
- Nada, señora Carver. Buscaba una hoz, un martillo, unas tijeras de podar parras, y una macheta. Me gustaría tenerlas en mi buhardilla y hacer figuras con los palos y la leña que subimos para quemar en la chimenea. Tengo esa afición.
- Es curioso, mi abuelo también labraba la madera con su navaja y hacia curiosas figuritas. Antes de subir a la casa lo buscamos y lo subimos. Me encantará ver cómo hacer tus esculturas de madera.
La vaca nueva sigue sin fiebre. Ha comido bien y su rumiar es lento y acompasado. El sal y el orégano, bien mezclados con el agua caliente, relajará al animal, la provocará eruptos, ventosidades y deposiciones, para que el fruto de su vientre nazca sin tanta molestia para ella, la ternera, y para su madre, la vaca nueva. Cuando esplicaba estos detalles a la señora Carver, decía que soy una caja de sorpresas, que la dejo obnubilada con tantos detalles como sé sobre ganado y que notaba un aplomo y madurez especial para mi edad.
En el otro extremo de la nave que era el establo, había una pequeña puerta que daba a un enorme pajar donde se almacenaba paja, alfalfa, piensos compuestos, cebada y otros sacos que contenían, según me dijo, yeros, algarrobas y otros alimentos para las vacas y para la yegüa. En un pequeño apartado, bien ordenados se hallaban utensilios y herramientas tipicos de labradores y ganaderos. En el pajar el olor a heno, la paja y el resto de las cosas que allí había, daban un cierto olor y trascendía un calor especial, como aliento caliente de dragón bien perfumado. Se diría que era un buen sitio para enconderse y olvidarse del mundanal ruido. Los grandes y muy altos ventanales del pajar dejaban entrar el sol y su luminosidad era parecida al de ciertas catedrales al atardecer.
La señora Carver cogíó una hoz, las tijeras de podar y un martillo. Según me lo iba dando no dejaba de mirarme a los ojos como tratando de escudriñar mis auténticos pensamientos. Antes de cerrar la puerta del pajar me quedé observando con la esperanza de que no fuera aquella la última vez en que sintiera la magia esquisita de aquel recinto tan especial.
La vaca bebió con avidez, como si le gustara su bebedizo y poco antes de que salieramos la señora Carver y yo del establo, se tiró un estruendoso pedo que nos dejó a los dos impresionados.
- Vamos James, que empieza la tormenta - dijo entre carcajadas dignas de la mujer más felíz del mundo.
Al pasar por la leñera, la propia señora Carver cogió la macheta. En mis manos llevaba una buena hoz, un martillo y unas tijeras de podar las vides de las viñas. Ese era mi objetivo y sin demasiado esfuerzo, conseguí que ella misma participara en su consecución.
Antes de pasar a la casa, la señora Carver me cogió del brazo izquierdo y apoyó su cabeza sobre mi hombro y los dos juntos observabamos, estasiados, las montañas y el cielo. "¿No es maravilloso James?" "Lo es señora Carver, lo es". Me brillaban los ojos ante tanta belleza y por un instante pensé que la vida es tan cruel, tan dura, que sólo por ese instante de tan esquisita hermosura, merecía la pena vivirla. "Que me muera ahora mismo y me muero feliz", dijo. Pero no quería entusiasmarme, quería lo que quería y punto.
El pajar, dios mío, el pajar. Cuántos recuerdos. Mi abuelo tenía un pajar similar al de la señora Carver y en aquel sitio, cuando aún era niño y hasta después de adolescente, aprendí con amigos, amigas, vecinas y con mi prima Judith a ser hombre. No quiero pensar en el pasado. Bastante tengo con la señora Carver y con los instantes futuros ¡Qué bien huele la señora Carver! Lástima que tenga que pasar lo que tiene que pasar.

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