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viernes, 16 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XI)

XI.- El susto de la señora Carver.

De buena gana me hubiera mantenido algunos minutos más en el estado adormilado y de ensoñación en que me encontraba justo antes de que la señora Carver pasara al baño, pero no me gusta que nadie llore cerca de mi, no importa el motivo, y eso enturbió mi momento de laxitud.
Me puse los zapatos y me dispuse a preparar mi escueto equipaje para subirlo hasta la buhardilla. Comprobé que los libros y los objetos personales que había colocado en la mesa, volvieran a la maleta. Metí la máquina de escribir Erika en su maletín negro y bien cerrado todo, lo saqué hasta la puerta de la que había sido mi habitación por unas horas. Me asómé hasta el patio a través de la ventana. Sigue el sol en su lento viaje hacia el oscurecer y el paisaje mantenía su ilimitado cambio, mientras más se mira más detalles se observan y aquel paisaje era maravilloso, único en el mundo. Me sentía impaciente y preocupado, como siempre. Me parecía una pérdida de tiempo todo lo vivido en aquella casa, pero, por otra parte, creía que era un poco afortunado. No se encuentran señoras Carter a cada paso. Ella es guapa y el que sea tan mayor para mi, no roba ni un ápice a su hermosura como mujer y como persona.
Sentado sobre la cama y con las manos sobre la cabeza pensaba y pensaba ante el espejo que me devolvía mi imagen de un muchacho, un hombre en todo caso, con el pelo negro como el azabache, un poco largo y con la cara sin afeitar desde ayer a las ocho de la mañana. En la buhardilla estaré mucho mejor, me decía.
Ensimismado con mi desbordante imaginación permanecí así unos minutos hasta que me di cuenta de que la señora Carver se acercaba por el pasillo. Se había puesto un jersey sobre la blusa y parecía preparada para bajar al establo. Su rostro estaba demudado, sus ojos tenían el brillo de haber llorado y su cabello peinado al estilo de cola de caballo. Con una tristeza infinita en su expresión preguntó:
- ¿Me dejas sola, James?
- No, ¿por qué lo dice señora Carver?
- Tienes tu equipaje aquí, junto a la puerta de la habitación y el abrigo puesto ¿significa que te vás de mi casa?
- No, señora Carver, no me voy de su casa. Estaba despidiéndome de esta habitación, que en un principio la tomé cariño, porque pensaba que sería mía todo el tiempo previsto.
- ¡Dios!, qué susto me he llevado. Según te vi pensé que me ibas a dejar, me dio un vuelco el corazón al borde del infarto.
- No se preocupe, ya le di mi dinero, tengo el compromiso de ayudárle con lo de la vaca y mi intención es subir a tomar posesión de la buhardilla en cuanto tenga allí mis cosas y justo ahora me disponía a hacerlo.
- James, no me dejes, por favor, no me dejes o me vuelvo loca. Mira, pon tu mano en mi pecho.
- ¿Para qué, señora Carver? - Me miró a los ojos con una mirada que me asustó, aquella mirada... cogió mi mano y se la puso en el pecho izquierdo.
- ¿Lo notas, James, lo notas? ¿Notas cómo se me ha desbocado el corazón al ver tu equipaje ahí y a ti sentado con el abrigo puesto? James he llorado, he llorado como una tonta mientras hacía mis cosas, mientras me peinaba, mientras me vestía, mientras me miraba al espejo y me ponía un poco de rimel en mis ojos. He llorado como hacía siglos que no lloraba.
- ¿Por qué lloraba, señora Carver?
Con su mano en la mía y apartando su mirada de mi se fijó en que el espejo nos reflejaba a los dos juntos sentados en la cama, y a través del espejo siguió hablando: "Soy una mujer, James, una mujer muy viva, muy despierta, pero había algo en mi que se había detenido, se había bloqueado, se había aletargado, pero que seguia teniendo un sorbo de vida, y ahora, hoy, ésta tarde, ahora en éste instante, ha revivido, ha resucitado, ha vuelto a la vida con más fuerza que antes y me duele, me hace daño, sin embargo, lo quiero, lo deseo, soy muy feliz al sentir esa parte de mi vida tan despierta. Por eso lloraba James, sólo por eso".
- No lo entiendo bien, supongo que me lo podrá esplicar en otro momento, ahora hemos de hacer el bebedizo para la vaca nueva.
- Claro que si James, claro que si. No sabes qué alegría me das al ver que te quedas. Por cierto, tus manos están frías y son largas y huesudas. Tienes que comer más.
- Comeré, ni se imagina lo que comeré. Le aseguro que estoy hambriento, con ganas de comer, incluso mientras como. Coja una bolsa de sal, el frasco del orégano y vamos a la cuadra que es la hora de la vaca nueva.
Mientras ella iba a la cocina en busca de lo que le pedí, miré al espejo y vi en mis ojos el fuego que se pone cuando se me pone cara de circuntancias. Así que cambié de expresión y miré mis manos. Estas manos pueden abarcar cualquier cuello. Con mis manos va a ser lo mejor. Ya veré cómo lo hago. Que sea el fluir de los segundos quién lo diga ¿Por qué se tuvo que poner O`de Lancome?

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