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martes, 17 de febrero de 2009

LA BELLEZA DE LAS SOMBRAS

Hablo completamente solo en la casa
y no grito por no molestar a los de aquí.

Enciendo la lámpara y en el libro de horas,
devoro palabras y frases como alfileres.
Inundado por un estado de ensueño,
me concentro en la sombra
de mi lacerado cuerpo, pegada a la pared.

Me acuerdo de la familia que ya no está,
de las excursiones y del baile en la plaza.
De la chica que siempre revolotea
por los rincones del alma y de la memoria,
del caballo que me miraba como si entendiera.

En alguna ocasión me dieron besos en la boca
y rajaron sangre en la piel de la espalda.
Varias veces me arrimé a la fugacidad,
en las esquinas oscuras de los soportales,
y hasta hubo quién proclamó mi nombre.

La sombra dice que no es tiempo
de espera, ni brizna posible
de futuro junto a otros, que no sea yo.
No queda más remedio que aceptar
el devastador presente de ausencias.

Me levanto a recorrer los pasillos,
contar con los pies las rayas de las baldosas,
a imaginar batallas de los cuerpos
y a restañar las venas de la cordura.
Asomado a la ventana: el jardín es un rastrojo.

Apago la lámpara y enciendo la vela
de la antigua palmatoria de bronce.
Rasgando oscuridad en las salas,
las sombras me hacen compañía
y crean una especial clase de Belleza.

Hablo completamente solo en la casa,
y las sombras más hermosas, dialogan.
Mañana cavaré, en el erial ajardinado,
hoyos para rosales, cerezos y crisantemos.
Necesito sombra que beber durante el sol.

Que nadie se preocupe por mi,
sobrevivo reventando silencios.

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