Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

domingo, 12 de julio de 2009

PRAXILA Y TEA (II)

II

Como se sabe todo son dificultades para fumar en casi todos los sitios públicos, incluido el Ave, por lo que desistimos y nos aguantamos hasta llegar a la estación de Atocha.

Lo digo porque es importante señalar que no hubo la posibilidad de que yo fumara un cigarrillo de Praxila y tampoco bebí nada que ella me hubiera podido invitar. Sin embargo, de una forma misteriosa, extraña, en todo caso, sin que me diera cuenta, desde el primer instante en que ella se dirigió a mi, de palabra, porque tampoco hubo contacto físico, me sentí tan fascinada, tan obnubilada, que desde el principio, ya digo, sentí como un dominio absoluto por ella, una dominación psicológica, una sumisión, una perdida absoluta de voluntad.

Todo, naturalmente, sucedía sin que yo me diera cuenta. Al llegar a la altura de Arganda, poco antes de Madrid, ya me había contado casi toda su vida, me había contado tantas cosas que, ahora que lo pienso, era imposible que supiera de ella tantas cosas sin que apenas me las hubiera contado. Sin embargo, yo sabía todo de ella y ella de mi cuatro detalles, precisamente los básicos que necesitaba, supongo. Le dije que estaba felizmente casada, ya se sabe que eso es lo que siempre se dice, aunque la realidad sea un poco bastante distinta, que tengo dos niños, y una niña, que los dejé con mi marido y una prima que nos ayuda, que tengo la intención de dar la vuelta a casa, antes de las once de la noche.

Praxila, dios, Praxila es una mujer extraordinaria, con poderes extraordinarios, que maneja a quien se propone y a mi me manejó a su antojo y lo curioso, ahí está el misterio, es que lo hice encantada. Me sentía la mujer más feliz de la tierra, la más entregada a su voluntad por mi propia iniciativa.

No es que sea ahorradora o pesetera, como se decía antes, pero por principio me jode coger taxis. Pues nada más llegar a Atocha, ahí me verías, yo misma, repito, yo misma buscando un taxi para que nos llevara hasta la calle Alcalá donde Praxila tenía reservada una habitación en un hotel. Lo decía como de pasada y yo hacía lo que ella decía como si fueran ordenes que tenía que cumplir. Por ejemplo hablando de lo más normal: “pues nada al llegar a la estación cogemos un taxi y te vienes conmigo hasta el hotel, que tengo reservada una habitación doble, porque sencillas no había y te vienes conmigo y cuando salgamos del teatro llamas a tu marido y le dices que hasta mañana no regresas porque ha habido un error con el billete del Ave, y le dices que no volverás hasta por la tarde, que ya que estás aquí, quieres aprovechar para ver la exposición de Graciela Iturbide, en la Fundación Maphre de la Avda. General Perón... quieres ir a ver la Galería de Soledad Lorenzo y ya de paso las de la calle Orfila y todas las de Recoletos que nos diera tiempo.”
Y así hice y ahora, juro por dios, no me explico por qué hice todo lo que ella quiso que hiciera.

Jamás se me había pasado por la cabeza comprar utensilios y compré, no uno o dos, varios más. Bueno tres y unos lubricantes. Lo que ella me aconsejó, o debo decir mejor: “lo que ella me ordenó con la mente“·
Vete a saber qué me hizo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio