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sábado, 11 de julio de 2009

PRAXILA Y TEA

I.- PRAXILA Y TEA.
Esta podría ser la historia más triste jamás contada, la historia de una mujer libre que se dejó encadenar por la esclavitud de la dependencia de una mujer, otra mujer como yo, a la que amé con toda mi alma y a la que amo, permanentemente, hasta el último instante de mi vida.

Nada hay nada más amargo y dulce que el amor, todo el placer que viene después no podría existir sin antes haber amado, como amé y amo yo. El placer, que nunca es pecado, se convierte en placer intenso, en verdadero placer, cuando éste proviene del uso y la frecuencia realizada con alguien, aunque a la vista de los demás, parece, o puede parecer pecaminoso o, al menos, extraviado. Nunca pienso en lo que puedan pensar los otros, ya que mi único verdadero patrimonio, es la libertad que tengo para elegir quién es, o será, mi objeto de amor, quién o qué, ha de ser lo que me interese.

Los dioses a veces se ponen de acuerdo y hacen coincidir los caminos en un cruce donde los caminantes se juntan y unos toman una misma dirección común y otros, otro distinto.
La obra empezaba a las ocho en punto en uno de los Teatros más conocidos de Madrid. La directora de la obra me había invitado, de forma personal, a la representación y aunque no nos conocíamos de forma física, yo me había informado en internet y había visto algunas fotos de ella, por lo que no me resultaría difícil reconocerla.

Acudir a esa representación era la excusa, el pretexto para salir de casa y por lo tanto de la rutina. Se podría decir que me daba a mi misma una pequeña fiesta de libertad que duraría menos de ocho horas, intensas, muy intensas, fuera del control de los míos.

La directora, según mis previsiones, me presentaría a la actriz protagonista, M, a la que admiraba profundamente y de la que, en mi imaginación, creí estar enamorada.
En el tren se me ocurrió sacar el programa y la invitación para la obra, con la idea, de memorizar algunos detalles, algunas informaciones sobre la compañía que iba a ver actuando en el escenario poco después.

Una mujer con acento extranjero se acercó con el mismo programa invitación en la mano que el mío.

- Perdona, ¿vas a ver la obra de M?
- Pues si, ¿Tu también?

- Si, lo que pasa es que vivo en Cordoba y no conozco casi nada de Madrid. Me siento perdida, nerviosa, muy mal ¿Podrías echarme una mano?

- Claro que si. No te preocupes, vamos juntas, sin problema.

- Muchas gracias, me llamo Praxila, alemana, casada con español. Tengo reservada habitación en un hotel para pasar la noche y mañana, al atardecer, regreso a casa.
- Encantada de conocerte Praxila, yo me llamo Tea y vivo en Puertollano. Pienso regresar cuando termine la obra, sobre las once de la noche, más o menos.
- Qué suerte he tenido en conocerte, porque no soy nadie, pierdo los papeles, cuando me siento agobiada con un problema, aunque parezca simple. Soy muy... bueno ya me irás conociendo. Me he tomado un día libre para mi misma y lo pienso apurar como si fuera un vaso de veneno. Una cicuta, vaya.

- ¿Salimos a buscar donde fumar?
- Si. Lo estoy deseando.

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