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lunes, 13 de julio de 2009

PRAXILA Y TEA (III)

III
Nada más bajar del tren, al pisar tierra en la estación de Atocha, me entró por el cuerpo una emoción, un hormigueo, una excitación especial, semejante a cuando intuyes que algo grande está a punto de pasarte. No noté el calor, el bochorno madrileño de un día de Julio a las cinco en punto de la tarde. Noté, eso si, que mi cuerpo latía distinto.
Praxila debió sentir algo parecido ya que comentó que no estaba bien decirlo pero que sentía humedad. Nos miramos con picardía y añadió: siempre que voy al mar me excito tanto que se me moja y ahora, no sé por qué será, pero en cuanto llegue al hotel me tendré que cambiar de bragas. No quise dar a entender que a mi me ocurría lo mismo y me encantaba saber que no era la única.
El aroma, la gente tan guapa, tan educada, los edificios, la arquitectura, el cielo, la propia estación atestada de gentío, era una fiesta para los ojos. Sentí ganas de tener conmigo mi cámara de fotos.
El taxista que nos llevó hasta el hotel hablaba en alemán con Praxila. Nos contó que había estado tres años en Alemania como emigrante, que trabajaba en los camiones de basura de Berlín, que estuvo liado con una chica alemana y que por eso aprendió el idioma. Praxila le dijo que yo era su secretaria y que veníamos a un congreso de traductores. Que ella hablaba perfectamente inglés, alemán, ruso e italiano. Que tenía una empresa de traductores en Cordoba donde yo trabajaba con ella. Nos dejó el móvil y se ofreció a llevarnos a donde hiciera falta, que sólo con llamarle, aparecería en minutos y se pondría a nuestro servicio.
- ¿Cómo te llamas, seria? - dijo dirigiéndose a mi.

- ¿Quién yo? - pregunté haciendo como que no fuera conmigo la peli.
- Si tu, quién va a ser. - respondió.
- Me llamo Mari Luz ¿Cómo te llamas tu? - apostillé más que nada por cumplir.

- Me llamo Antonio, pero todos me llaman Tony. Mari Luz, llevas luz en el nombre para que rime con la luz de tus ojos. Lástima, llegamos, preciosas. El Teatro Príncipe queda a unos metros por esa calle. No tiene pérdida.

En el ascensor mi nueva amiga, mi nueva compañera, mi nueva lo que sea, comentó que le había gustado al taxista, que tengo mucho sex appeal, que si me diera un retoque por aquí y otro por allí, que estaría mucho mejor.
- Me gustó tu nuevo nombre. Has tenido una idea genial, yo, a veces, también me cambio de nombre por no tener que explicar lo que significa mi nombre real. ¿Qué nombre me pondrías tu, querida? - dijo según abría la puerta de la habitación.

- ¿Te gusta Ludivina?
- ¿Ludivina? Claro que me gusta. Haremos un trato: Tu serás Mary Luz y yo Luz Divina. Esta habitación es preciosa. Me encanta la penumbra de las habitaciones de hotel. Es una sensación especial ¿No te parece?
- Si lo es ¿No te molestaré? Tenías previsto estar sola.
- Pero apareciste tu con el mismo motivo para el viaje que yo. Prefiero estar contigo ¿O es que me tienes miedo? - dijo Praxila mientras se tendía todo a lo largo, o mejor, a lo ancho, atravesada, a la cama de 1.35. Era una mujer muy especial y yo nunca me había fijado en una mujer.
- No tengo miedo de ti, si acaso, lo tengo de mi ¿Quieres un cigarrillo?
Se levantó y se puso frente a mi, mientras cogía el cigarrillo y se lo encendía, me traspasaba con los ojos. Me acercó contra la pared junto a la cortina proxima a la ventana, me apretó con su brazo y por bajo mi camiseta, acarició mi espalda con su mano fina y delicada, bajándola hasta meterla dentro de mi pantalón vaquero. Cuando me quise dar cuenta ya tenía sus dedos dentro de mi sexo. Me atrajo y me besó en la boca con dulzura, con mucha dulzura.

- Cariño, esto que te pasa en el coñito no es por Madrid, es por mi. Dame tu mano y mira cómo estoy yo. Eso te puede dar una idea de lo que significa “sentir”.

- Es una locura. - dije emocionada y con lágrimas en los ojos.

- No lo es, pero si quieres puedes irte. Eres libre. Fuma de mi cigarro y yo fumaré del tuyo ¿Quieres?

- Si, quiero. Dame una chupada de tu cigarro. - y le ofrecí mi boca y chupé y ella... ella chupó del mío cuando se lo metí en los labios carmesí. El humo nos cegaba los sentidos.
Un manantial se esconde en cada una de nosotras y me gusta sentir cómo fluye. Dios, qué a gusto me siento.

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