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martes, 10 de noviembre de 2009

Fuego por dentro.

El poeta Thomas Stearns Elliot, (T. S. Elliot) decía que la gente no puede resistir demasiada realidad y añadía: “No cesaremos de explorar, y el final de toda exploración será llegar a donde empezamos y conocer ese sitio por primera vez“. Como individuos, como personas, estamos inmersos en permanente búsqueda de lo extraordinario para no padecer tanto nuestra realidad. Debe ser por eso que la pequeña Lena se dejaba llevar por una extraña ensoñación que alejaba sus sentidos y sentimientos de lo razonable, de lo correcto socialmente, aunque tenía dudas sobre lo que realmente es correcto. Su nube personal no le hacía tanto daño como la monotonía de su vida tan cuadriculada y rutinaria. Soñar era vivir y Lena soñaba con sentirse viva.

Cuando Leo, la mujer pintora, le hacía caso, se sentía confortada y si pasaba de ella, el dolor ante la indiferencia era inmenso. Se sentía feliz, por lo tanto, cuando era tenida en cuenta aunque solo fuera para hacer de sirvienta y servidora al antojo de su maestra de pintura y vida, la Artista.

Las dos mujeres, desiguales, cruzaban el enorme salón, que funcionaba como Galería de Arte Privada, sonrientes y satisfechas. Llevaban a sus invitados una gran jarra de cristal llena de cubitos de hielo y unas bandejitas con aceitunas y variantes, con las que acompañar a las bebidas alcohólicas. “Que no falte de nada“.

En el ático, casi todos están asomados a las barandillas admirando la maravillosa vista de los tejados de Madrid y el estrellado cielo presidido por la magnética luna más hermosa y deslumbrante de nunca jamás. Solamente el hombre, que casi no habla con nadie, se apoyaba en el marco de la puerta de la caseta del jardinero fumando plácidamente, ensimismado. El calor, tan sofocante, había cedido un poco pero así y todo, invitaba a disfrutar de la noche a la intemperie. En casa, o en la cama tratando de dormir, era peor.

El mobiliario del ático se reducía a tres hamacas, cuatro sillas de playa, dos bancos grandes con colchonetas y una mesa circular de hierro de metro y medio de diámetro. Los maceteros y jardineras grandes, los tiestos de cerámica, el mantillo, la tierra, las regaderas y otros utensilios semejantes, indicaban que el ático vivió momentos de gloria con mucha planta y mucha flor. Ahora, vestigios del pasado.

Leo y la pequeña Lena, dispusieron las botellas de bebida, el hielo y los aperitivos, en la mesa redonda de hierro pintada de blanco y todos se acercaron a servirse bebida fresca, más distendidos y relajados que en la Galería. La pareja de latinos se besaban en los labios, de vez en cuando, y las amigas funcionarias, a veces, se cogían de la mano con disimulo. Venanzetti, tan bronceado y sonriente, parecía querer para si el papel de simpático y extrovertido. No dejaba de hablar de su reciente adquisición: Una yegua.

Cuando la pequeña Lena se agachó para servirse una coca cola con hielo, uno de los tirantes de su vestido se le cayó hombro abajo y al hacer el gesto para subirlo, todos pudieron admirar su seno fuera.

- Lo hermoso de los tirantes es que se pueden bajar. El mejor vestido es el que no existe. Deberíamos reivindicar el derecho al desnudo y convertir a la piel como nuestro único vestido. En mi casa siempre estoy desnuda y si ahora pudiera me desnudaría. - Dijo Almudena, la amiga de la secretaria.

- Puedes desnudarte si lo deseas y todos podéis hacer lo que os guste. Estamos celebrando una fiesta en mi casa, que es como si fuera la vuestra. Somos libres de hacer lo que nos apetezca.

- No hagas caso de Almudena, Leo, se le ha subido un poco el vino de la cena.

- Tiene razón, Cati. Yo pienso como ella y con este calor y esta noche tan agradable, me desnudo ante vosotros, porque es lo que haría si estuviera sola. Siempre me ha gustado la desnudez absoluta, de hecho, este ático es el solarium de mi marido y mío. Siempre que podemos, tomamos el sol desnudos. Si en la playa hacemos top less e incluso, nudismo ¿Por qué no hacerlo si nos apetece y las circunstancias son favorables? ¿Habéis notado, como yo, un aumento del deseo en estos días de tantísimo calor? Aprovecho la ocasión para presentaros a mi poeta favorito: Sigfrido Sarrión de Soletto.

Mientras se desnudaba la Artista, el hombre que no hablaba con casi nadie, se acercó y participó de la conversación, se sirvió una copa y fue uno más entre todos.

- Mi marido se pregunta si Lena lleva algo debajo del vestido.

- Pues que no se lo pregunte, que lo compruebe ¿Verdad que si, Lena? - respondió Leo.

- Claro, puede comprobarlo usted mismo.

El uruguayo se separó de Alexandra, su esposa, y acercándose a la pequeña Lena, sin levantar la tela, mirando a los ojos a la joven, dijo un “con permiso” que sólo ella pudo escuchar. Lena sintió las manos morenas y calientes de aquél hombre subir por sus muslos separados y cómo llegaban hasta su sexo. El hombre sin quitar la mirada de los ojos de ella, metió un dedo dentro y lo movió hurgando en redondo, lo sacó y no conforme con ello, volvió a meter dos de sus dedos. Lena sintió un escalofrío y el placer fue mayor que cuando recibe los dedos de Leo. El hombre se acercó a su cuello y succionó el lóbulo de la oreja y susurró: así me gusta, que estés inundada de fuego por dentro. Al separarse, mostró a todos los dedos mojados y brillantes. Victorioso dijo: No lleva.

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