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sábado, 18 de abril de 2009

SOPHIE

XI
Sawa se mostró tan generosa con el ron que pronto noté que podía ponerme pedo, por lo que la pedí coca cola. Me trajo un bote y tanto el ron en el vaso de cristal labrado, como la coca cola, la tomaba a sorbitos por separado, como masticando. Curiosa forma de beber que ralentizaba los efectos del alcohol.

Mossés se bebió el primer vaso de un trago e inmediatamente se sirvió otro. Sawa bebía, como yo, a sorbitos. Pedí permiso para fumar un fortunita y como ellos no fuman, fui prudente para no llenar la casa de humo. Las aceitunas verdes manzanilla y todas las cosas que me rodeaban, los objetos decorativos, las lámparas, los sofás de piel negra, las mesitas de cristal, en definitiva, todo, me relajaron y ya me sentía confortable y cómoda.

He de decir que en realidad, me dejaba hacer, me dejaba llevar.

Cuando Mossés vio mi dibujo se quedó extrañado. No podía imaginar que una muchacha tan joven como yo, quisiera grabarse la palabra “Poesía” en la espalda, arriba, entre los homoplatos.

“¿Tienes el dinero?”. Claro, aquí están mis cincuenta euros. Los saqué de la pequeña bolsita de piel que llevo guardada en mi sujetador, talla 85. En la bolsa guardo, también, un pequeño trozo de hachís, para fumar un porrito muy de vez en cuando, pero eso ellos no lo vieron. Mientras Mossés preparaba la copia del dibujo Sawa me sujetaba las rastas para que se me viera el trozo de espalda donde me iban a hacer el tatuaje.

Cuando Mossés vio lo incomodo de la situación, dijo que era mejor que me quitara la camiseta y el sujetador, que las rastas las atara con una goma alrededor del cuello y las dejara caer hacia adelante. Desnuda de la cintura para arriba noté, por primera vez, que Mossés me miraba con deseo, con lujuria, lo cual me daba como esperanzas de que se interesara en mi como mujer, como hembra. Si me deseaba, seguro que el tatuaje quedaría perfecto.

Sawa dijo que no era justo que yo fuera el centro de todas las miradas, por lo que también se quitó la camiseta. Sus pechos son muy parecidos a los míos en cuanto a tamaño y tersura, excepto en que sus pezones son mucho más largos y siempre erectos.

Tomó, Sawa, un trago más grande de ron y sin tragar, se acercó a mi boca, me dio señas para que abriera la mía y besándome profundamente, me dejó caer el ron para que yo tragara su trago. Una deliciosa forma de inventar dar placer.

“Me gusta veros”, dijo Mossés. Sawa se atrevió a comerme los pezones y yo la dejé. Cerré los ojos y con un placer inusitado, me noté mi vulva palpitando, como si estuviera viva e independiente de mi. De hoy no pasa, hoy voy a saber cómo es un hombre, un hombre negro. África me vino al corazón y deseé el viaje.

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