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domingo, 19 de abril de 2009

SOPHIE

XII
Mossés hacía la copia del dibujo con la que calcaría la imagen en mi piel, antes de grabarla con la máquina, sin dejar de mirarnos con delectación, disfrutando del cuadro.

Sawa apagó la televisión de plasma a la que no hacíamos caso y puso música étnica, africana, lo cual la invitó a bailar ante nosotros. Se despojó del pantalón Levis 501, con las patas cortadas y completamente desnuda, bailaba con mucha sensualidad y arte, digno de la más experta bailarina. No debería haberlo hecho, creo yo, o tal vez si, el caso es que Mossés lo dejó todo y quitándose la camisa se puso al lado de Sawa, bailando con el mismo ritmo y pericia que su compañera.

Mi vaso estaba completamente vacío por lo que me eché ron hasta casi el borde. Les miraba bailar y me parecían la pareja de baile perfecta. Sus movimientos al ritmo exacto de la música, sus cadencias, sus sensualidades y cuerpos brillantes por el sudor, su risa, su cara de felicidad, me elevaban el morbo y el deseo. Después de tres sorbos consecutivos, me sentía un poco bastante contenta y ansiosa de ellos, de los dos, dios mío pero si soy virgen, pensé.

El baile era independiente entre si, solitario podríamos decir, pero perfectamente conjuntado y su coreografía descendía de sus ancestros tribales. Sawa, a veces, parecía poner los ojos en blanco, como si estuviera entrando en trance, como si penetrara en una dimensión espiritual que la llevara al éxtasis, al orgasmo.

Mossés sudaba ríos por su frente, mejillas y pecho. Terminó quitándose toda la ropa y completamente desnudo, se acercó a mi para que contemplara más de cerca toda su hombría de dios africano tallado en caoba.

Sawa se balanceaba, alzaba los pechos hacia la luna, como si existiera, se abría las piernas y como sin querer se acariciaba la vulva para abrirla y mostrar lo sonrosado, levantaba los brazos y Mossés que es un hombre negro, con falo, con miembro, con polla enorme, que se movía al ritmo de la música y al mismo tiempo que sus brazos como si fuera una rama de un sauce. Él, como un bailarín profesional, exageraba y extremando los movimientos del baile y llegó un momento en que su enorme miembro ya no colgaba.
Ya no, dios.

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