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miércoles, 13 de mayo de 2009

CAFÉ CON RELOJ ANTIGUO

Sentado en la mesa de mármol irisado,
junto a la ventana que da a la calle,
me fijo en la paloma gris con pico rojo,
a juego con sus patas, que picotea
lágrimas de cristal en las rayas blancas
del paso de cebra y me da mala espina.

Sentado en la mesa de mármol irisado,
me fijo en el reloj antiguo que se paró
justo a las cinco en punto, más un minuto
y los ladrillos árabes de la pared están
ocultos con botellas de licores.
Les falta una botella de anís “La Asturiana“.

En la calle, los coches pasan desesperados
y los árboles bracean sus nerviosas ramas.
Debe ser que el viento suave sopla
entre las hojas verdes y los pájaros
no se oyen desde dentro, ni desde fuera.
Falta la zozobra de las nubes tan grises.

Los camareros trabajan frenéticos,
como a destajo o a comisión.
El vaso en el que me sirven el vino
está sucio de carmín en el vero
por donde besan los labios
cuando se bebe. “Déjelo así“.

Sentado en la mesa de mármol irisado,
me fijo en la gente que entra y sale.
Ese hombre de sonrisa ancha
se parece a mi tío y me acuerdo.
Las mujeres dicen que vienen
de la Galería de Arte y que están hartas.

Sentado en la mesa de mármol irisado,
vuelvo a mirar el reloj y ni se mueve.
La mujer que se sienta en la proximidad
tiene un aire a Silvie Vartán y mirada
de Greta Garbo cuando fuma Cherterfield.
Esos ojos entornados por el humo...

En los hombres ni me fijo pero hay una voz
que me recuerda a mi tío y me acuerdo.
Ríen y hablan de poemas que van a escribir
y la mujer rubia comenta que algo falta,
que no quiere pensar en quimioterapia
y que si al menos tuviera besos.

La cafetera exhala vapor de locomotora
y el molinillo tritura con tanta ferocidad,
que hace parecer a la gente actores
de una película triste de cine mudo.
El sofá de terciopelo rojo transpira
historia que se escribe en los espejos.

¿Para qué vine si voy a estar solo?
En la calle pasa gente que ni se habla
y las muchachas que vuelven del colegio
ya tienen pechos, aunque sean pequeños.
No me enciende el mechero y el vino está agrio
como la sonrisa de la mujer enferma.

¿Para qué vine si voy a estar solo?
Una vez vi a una chiquilla cómo se aupaba
para coger agua fresca de la fuente.
Yo fui el que te ayudó a llenar hasta el borde
el cántaro que pesaba más que tu.
Era yo el que te buscaba cada tarde.

Un domingo de ramos te encontré
sentada en el banco de las chicas.
Tan guapa, tan sonriente, tan niña.
Me miraste, me miraste y tus ojos
se clavaron como navajas y por dentro
temblé como rama de olivo bendecida.

Sentado en la mesa de mármol irisado,
miro a la calle y una paloma yace muerta
pegada a la raya blanca del paso de cebra.
Si tu supieras como me acuerdo,
si supieras lo que uno lleva dentro.
Al reloj antiguo le falta cuerda.

Cuando vuelva a la casa del pueblo
buscaré el cuaderno donde escribí
mil veces tu nombre con tinta negra
y me recostaré en el escaño a pensar.
Hice bien en venir a este viejo café.
¿Por favor, me puede dar fuego?

Se acabó el gas, señora.

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