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sábado, 26 de diciembre de 2009

EL DESCONOCIDO SEÑOR ARMANDO (II)

II.- Las coincidencias.
Lo extraordinario sucede sin que una se perciba de ello. Al llegar a casa, llamé a mis padres para felicitarles la Navidad y mi madre me comenta que ya no llueve y que la nevada se ha quitado con la lluvia de ayer y la de esta mañana, dice que incluso hace buena noche, sin apenas frío, con el cielo despejado y que da gusto estar en la calle, aunque haya que estar abrigado, lógicamente.
La novedad es que se ha muerto el señor Armando, que ya tenía noventa y dos años, primo segundo de mi abuelo. Como no me acordaba de él, dijo que era el que llamaban El Periñán, el abuelo de Rosa, la de Higinio el Pellejero.
Cuando mi madre pronunció el nombre del que había fallecido en el pueblo, sentí un estremecimiento.
Cené en casa de mi hermana y aproveché para llevarle un regalo a mi sobrinita de ocho meses. La cena transcurrió con normalidad y sobre las once regresé a casa con la idea de ver una película y acostarme pronto. El día fue duro, en general.
Sobre las doce y media empezaron las llamadas de las amigas insistiendo en que saliéramos a tomar algo. No quería salir. Me daba pereza prepararme pero ante la insistencia y que no hace falta mucho para animarme, el caso es que dije que si, que salía. Empezaron con el típico de a dónde vamos y a dónde no. Puse la condición de que o a Kapital, o nada. Prometo que dije que a Kapital sin ser consciente de que está en la calle Atocha.
Confieso que llevo una temporada en que a causa de tanto trabajo, desde que me independicé, no me apetece conocer a nadie. Salgo con las amigas, tomo un par de cubatas o tres, cojo el puntito y vuelvo a casa tan contenta. Puedo ser muy feliz con muy poco y ser muy desgraciada con otro muy poco. Lucho por no sufrir excesivamente por mi independencia, mi autonomía, mi libertad condicionada por mis circunstancias como joven empresaria.
En Kapital tonteé con un chico cuatro o cinco años más joven que yo. Medio en serio, medio en broma y aunque no suelo dejarme pasar de una determinada raya, una determinada frontera, ayer la pasé. Cuando me quise dar cuenta estaba besándome, y un poco más, con toda la pasión y el desenfreno. Mis amigas me dieron señas de que se iban y les dije que esperaran un poco, que ya me estaba despidiendo. El chico se quedó sorprendido de que no siguiera con él. Se ve que para calmarse necesitaba fumar un cigarrillo. Sacó un paquete de tabaco y me ofreció. Fumaba Pall Mall rojo, le pedí que me diera dos para fumarlos tranquilamente en casa. No entiendo por qué se los pedí si no fumo.
En casa me limité a pensar en el desconocido Señor Armando y no pude evitar dejarme llevar los dedos por el mapa de mi sensualidad para emprender el viaje a los paroxismos. Mis convulsiones fueron más placenteras que nunca. Dormí olvidada de mi misma y sólo pensé en él.

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