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viernes, 4 de mayo de 2007

ANTES DE LOS RELÁMPAGOS

En los días anteriores, a los perros de la casa se les había notado más furiosos y ladradores. Los caballos erizaban las orejas, sacudía coces al aire y las crines brillaban con destellos de sudor e inquietud. ¡Qué ojos más tristes tienen los caballos cuando están tristes! En los corrales las gallinas alborotadas y el gallo principal sin su canto de por las mañanas. Algo se presiente. Todo se ignora y se mastica.
Los hombres salían hasta al río por si observaban alguna crecida. Los bueyes, ni rumiaban los silencios. El campo tenía como una niebla liviana y tenue. Algo pasa lejos muy lejos, pero pronto estará aquí. Nadie sabe nada. Los animales avisan, las personas esperan.
Mi madre nos acostaba, nos hacía rezar un Padre Nuestro y tres Ave Marías y sobre la mesilla dejaba una lamparilla encendida toda la noche. Nos puso los escapularios, que le habían dado las monjas del Convento de Clausura, para que los tuviéramos sobre el pecho mientras dormíamos. En los salones de la casa se reunían las vecinas y rezaban rosarios interminables. Los hombres fumaban en silencio, preocupados y tristes ¿Qué será lo que nos espera?
Al día siguiente, la espesura la de la niebla no dejaba ver el techo del cielo. El río parecía bajar con las aguas cristalinas y frescas como siempre. Los animales se mostraban mucho más inquietos pero curiosamente más callados. Los hombres tomaron la decisión de cerrar las puertas y las ventanas como si se prepararan para una gran tragedia. Se despidieron entre ellos y aguardaron escondidos en las casas.
El aire se respiraba con un olor a ozono como no se había notado jamás. Mi madre, nos hizo unas sopas de ajo y un huevo frito. Nos metió en la cama, muchos antes de que dieran las diez, medio vestidos y con los zapatos preparados. Mis hermanas eran pequeñas y yo tan solo un niño, dormimos junto aquella noche. “Cerrar los ojos aunque no estéis dormidos y que no se os ocurra decir ni una palabra”, nos dijo mi madre después de darnos un beso muy fuerte en la frente y un abrazo que aún me dura.
Ni un ruido en la casa. Ni un ladrido, ni un mugido. Todo era silencio. Solo silencio. Quietos, agazapados, silencio, sssssssss, que no se mueva nadie. Calla Rosarito, que tu no entiendes nada. Le decía a mi hermana más pequeña, porque se reía con las cosquillas de los flecos de la colcha. ¡Callarse todas y silencio! Les decía yo que temblaba como una vara verde.
Mi padre fumaba junto a los ventanales que daban a los patios. A su orilla una hoz y una navaja, por si acaso. Mi madre se tapó la cabeza con una toquilla de lana negra y se arrimó bien al brasero de la mesa camilla.
De repente, un gran estruendo, un infinito estruendo. Algo inmenso, imposible de describir. Gritos y llantos por todas partes ¡Son bombas, son bombas!, decía mi padre. ¡Es la guerra, es la guerra! decía mi mare. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Si nosotros no sabemos nada! ¡No hemos hecho nada! Un relámpago gigantesco y lleno de fuego... asoló todo aquello.

“RELÁMPAGOS”
Levantaos hijos, levantaos,
que ha pasado algo.
Salir con lo puesto
y no temáis a la sangre
ni a los relámpagos.

¡Madre, tengo miedo!

Levantaos hijos, levantaos,
que nos han robado la vida
y matado lo que no era nuestro.
Sólo quedan la sangre, estruendos
y fuego de relámpagos.

El río baja teñido de guerra y rojo
se nos queman el cielo, la tierra
y arden todos los muertos.

¡Sangre, demasiada sangre!

Madre, acércame un relámpago
que quiero prender la mecha
de la luz, la rabia y... la esperanza.

Abel, 28-11-05

2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Uff, me tenias con los ojos abiertos como platos leyendo, plas, plas, plas,... haces que me meta en la lectura de tal manera que, lo vivo,...buenisimo (el escrito)
Luna del Alba

4 de mayo de 2007, 10:50  
Blogger Evaristo Cadenas ha dicho...

Muchas gracias, anonimo. Son cosas que hay que escribir o reventar. La vida que nos pasa alrededor nos afecta y con metáforas o sin ellas, tenemos que reflejar nuestra protesta interna de alguna manera. Mientras tengamos fuerzas para comer un cacho de pán nos quedará la esperanza. El relampago interior puede mas que los rayos y centellas de ahí fuera. Que la Luna nos acompañe. Besos.

4 de mayo de 2007, 23:21  

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