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viernes, 25 de enero de 2008

TERESSE QUERELLE, 26 de enero, sábado

Busco el placer, más allá del placer, para ocultar el dolor que tanto duele. Busco la coherencia de mi personaje para sangrarle despacito, como hacen las sanguijuelas y autodestruirme con lentitud, como el rumiar de los bueyes. Tengo que alojarme en la más recóndita de las cavernas donde poder adorar al dios Dionisos y gritar a los cuatro vientos que quiero ser libre, que no quiero que nadie me hiera, ni me haga sombra. Tengo tantas cosas que anhelo con frenesí las que me faltan. Necesito comprar libros y tenerlos para saber que los tengo, para adorarlos y engullirlos y hacerlos míos, aunque no los lea del todo. Necesito escribir como la hacía Raimond Cárver, o como lo hace mi colega, como guionista de cine, Belén Gopegui y fracasar una y otra vez en el intento para retomar cada día la búsqueda del infinito placer que da asesinar a tu protagonista para que aprenda de una jodida vez y parir cada día nuevas criaturas, ya que nunca podré parir a mi hijo del alma y engullirlas mucho antes de que adquieran madurez y consistencia. Por eso me ilusiona haberme encontrado, por casualidad, con la peluquera de tantos años. Dice que ahora se ha puesto por su cuenta y trabaja para varias clientas a domicilio. Su saludo, tan efusivo, tan contenta, después de casi un año, tan explícita y tan... generosa diría yo, aunque sólo fuera por conseguirme como una nueva cliente. Nos encontramos en el mercado y enseguida me dio su móvil y me pidió el mío. No tardó ni cinco minutos en conseguir que la pudiera recibir mañana, en mi casa, para que me haga un completo. Te pondré guapa de arriba abajo, dijo. No había terminado de colocar el carro de la compra cuando sonó un mensaje. Sorprendida de que alguien se acordara de que existo, comprobé de quién era y lo que decía: “Soy Hair, tu nuev plukra. M invtrás a kfé klient? Nunca contesto los mensajes, debe ser por eso que apenas los recibo. Llevo casi dos meses en el dique seco, sin escribir un mal verso o una mala página de la novela, o del guión, que ya me urge terminar. El borbonJack Daniel`s, me pone, el tabaco me pone, la escritura me pone a las puertas de la gloria y el insomnio me graba a martillazos y cincel, las ojeras y los surcos en la frente que me envejecen a pasos agigantados. Necesito abrevar el mayor placer posible. El espejo me dice que me hago vieja y estéril antes de la cuenta. Sin embargo, no puedo escribir nada coherente y que merezca la pena ¿Qué es eso de que quiere un café caliente? ¿Qué confianzas se atribuye? ¿Me atreveré a estrenar la felicidad de una nueva fuente de inspiración? Me acuerdo que una vez, en la peluquería del barrio, una chica nueva me atendió y me hizo las mechas y la manicura. Sus miradas, su vitalidad, su entusiasmo, su risa, me dejaban para el arrastre y estuve yendo a esa peluquería durante cinco años, cada quince días, y dejé de ir cuando supe que ya no estaba ¿Por qué ha tenido que aparecer ahora? Dios mío, podría escribir tantas cosas, escribir por ejemplo: no quiero reconocer que estoy deseando que venga. Dejaré de beber y de fumar tanto y me concentraré en mis personajes para poder dar alimento, hasta la saciedad, a este trozo de carne sin sentido en el que me estoy convirtiendo. Algo tendré que hacer para resucitarme, para enhebrar nuevo sentido a mi vida. No puedo dejar de escribir, ni de mirar a la luna cuando la noche me envuelve en el jardín... desnuda de todo. T. Q.

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