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jueves, 17 de julio de 2008

EL CASO DE LA LECTORA DE VERSOS

Llegada a la pensión.
La bochornosa tarde de finales de Agosto fue el principio. Sudorosa y cargada con la pesada maleta y el bolso de mano, me dispuse a buscar alojamiento. “Busca por el centro”. Cerca de la Puerta del Sol, cartel que anuncia habitación compartida. No tardé ni media hora. “Esta es tu habitación”, dijo la viejecita. Muy grande, soleada, con dos balcones a la calle. Se ven los tejados de Madrid. La otra cama es para la viajera que quiera compartir la habitación contigo. Estoy reventada. Este calor es asfixiante. La maleta abierta y sacar lo más urgente. El bocadillo de tortilla francesa, que hizo mi madre para el viaje, me sirve de cena. Ahora mejor no pensar.
Duermo el primer sueño, el de la recuperación. En la calle hay ruidos. Los aguadores, el sereno, risas y conversaciones de la gente. Hierve la calle y son las dos. Me levanto de la cama y pienso. Estoy en Madrid, ahora empieza lo peor. Vete a saber quien vendrá a ser mi compañera, con lo bien que estaría sola. El libro me ayudará en los momentos de debilidad. Mi libro, el único que tengo, es especial: “Los 25.000 mejores versos de la lengua española”, edición de Editorial Vergara. Me lo regaló él. En la primera hoja la dedicatoria con su estilográfica de tinta negra como un presagio: “Para la más guapa y buena. Con simpatía de tu amigo, que lo es, Al”. Nunca se lo agradeceré bastante, pobre, me mira con tan buenos ojos...
Me asomo a la calle. En el balcón de la derecha hay tres maceteros sin plantas y en de la izquierda, cuatro. Si fueran míos... en las ventanas de la casa de enfrente hay luz tenue, como de color rosa. A veces se mueven sombras. Huele a mojado, a ozono, al campo cuando truena y caen las primeras gotas. Mi casa, mi madre, sobre todo ella, mi padre, mis dos hermanos. Se me humedecen los ojos como en el autobús cuando les daba de mano para despedirme.
- ¿A dónde va la chica? – preguntó Inocencio el del taller de bicicletas, un meto me en todo.
- A Madrid, la chica va a Madrid a estudiar y trabajar.
Les daba de mano y les decía adiós, adiós... y mis ojos se pusieron brillantes.
El libro dice: “Al ver mis horas de fiebre/ e insomnio lentas pasar,/ a la orilla de mi lecho ¿quién se sentará?” G. A. Bécquer.
Sigo mirando por el balcón. Un taxi para en la calle frente a la puerta de la casa. Baja una mujer joven. Me meto en la habitación, con la luz apagada y sobre la cama escucho ruidos. Entra alguien en casa. Es la mujer del taxi. Escucho como abre, con llave, la habitación contigua a la mía. Enciende la luz y tose, una, dos, tres veces. No me gusta esa tos. Me quedo dormida pensando en cómo será la que vive en la habitación contigua a la mía ¿Quién dormirá junto a mi lecho?

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