Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

martes, 21 de abril de 2009

SOPHIE

XIV
Hay mitos sobre África y sobre algunos hombres negros. Ahora se que no es ningún mito, al menos en el caso que estaba presenciando con total fascinación. África es una inmensidad infinita sin explorar por mí y aquí, ahora, dos territorios africanos se me ofrecen ser míos y yo de ellos.
Me quité las sandalias y desabroché el botón del pantalón vaquero para sentirme menos oprimida.

Me acerqué a los cuerpos de la pareja de dioses y los pude tocar y admirar como si me pertenecieran. Mossés, tirando de la cinturilla del pantalón, me invitó a que me quedara desnuda y así hice.

“Tienes unos ojos negros preciosos, Sophie, parecen carbón de fuego encendido”. Gracias, cariño. ¿Se me escapó lo de “cariño”?. No sé.

Sus manos, tan grandes como palmas de palmera, eran seda en mi piel que él recorría con ternura y yo, electrizada, moría de ganas de ser poseída, aunque no penetrada. Aquel miembro era imposible para mi, tan virgen, tan estrechita, tan poca cosa. “No sentirás dolor apenas, sólo una pequeña molestia, algo así como si te arrancaras un padrastro con los dientes”. La tienes muy grande para mi. “Los dedos no, Sophie”. Pero ten cuidado, no me vaya a desangrar. Sawa, que no perdía detalle y que ya había conseguido dos corridas para si, como oasis del desierto, según sus gritos, dijo: “Es enfermero, no te preocupes”.

Me atrajo y metió su boca en la mía succionándome la lengua hasta creer que me la arrancaría... Mi respiración me faltaba y al ver a Sawa tan atareada, con su felación, sudorosa, brillante, ébano, no pude por menos que acordarme de mi padre.

Mi padre me mostró África, primero en los mapas de su Atlas, después en las películas “Memorias de África”, “Gorilas en la niebla” y otras con temática parecida, e inmediatamente me dio a leer libros. Una mano de Mossés se detuvo en mi trasero y uno de sus dedos acariciaba mi esfínter mientras los otros trataban de separar mis glúteos. Su piel era suave como tacto de pluma y fibrosa como la de un atleta, olía bien, a gel de baño, a sudor limpio y fresco, a sexo, a hombre, supongo, porque era la primera vez en mi vida que estaba tan cerca de un hombre en estas condiciones. Los juegos de colegiala con algunas amigas, los tocamientos y algunos pequeños excesos sexuales con mi mejor amigo, o con aquel desconocido en el metro, no tenían nada que ver con lo que estaba viviendo en la casa de mi recién conocida Sawa y Mossés, el hombre negro que me comía con avidez mis puertas por donde entrar hasta mi como cuerpo de mujer. Yo me dejaba.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio